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En España llevamos unos meses “agitados” en política, ¡y lo que nos queda!

Primero fueron las elecciones autonómicas de mayo. Luego las elecciones generales del pasado 23 de julio. Ahora los pactos y los no pactos.

Precampaña, debates, promesas, tertulias, cruzadas mediáticas, información y desinformación, papeletas, Correos, urnas de votación, resultados… Gobierno sí, gobierno no. ¡Los pactómetros siguen echando humo!

Al final, con tanto gobierno y desgobierno, no he podido evitar pensar en “los otros gobiernos”: el del cielo, el de la tierra, y el de mi vida y la tuya.

El propósito de este artículo es reflexionar sobre las elecciones más obvias, pero a las que, curiosamente, se les da menos importancia: las personales, ¡que además van a marcar tu futuro eterno! Le pido al lector que no haga lecturas con doble sentido ni lea entrelíneas buscando algún paralelo con la política española.

¿Cómo es el gobierno en el cielo? ¿Y en la Tierra? ¿Qué tiene que ver todo esto con tu vida aquí y ahora?

EL GOBIERNO EN EL CIELO

No tenemos muchos detalles sobre el gobierno celestial, pero la Biblia sí nos da algunas pistas. Solo quiero destacar dos ideas: coalición y libertad.

En coalición

La Biblia define de manera muy clara al Rey de reyes y Presidente de presidentes: “Dios es amor” (1 Juan 4:16). Ese es el fundamento del gobierno del cielo.

El amor ha venido a convertirse en una palabra casi vacía, pero tal como se emplea en la Biblia es una palabra llena de poder; es un principio, un compromiso invariable que no se tambalea ni se cansa (Santiago 1:17; Malaquías 3:16), y que está a nuestro favor. Dios es amor, y porque es amor, es todopoderoso.

El amor, por definición, se da en relación. No puede existir amor si solo hay una persona, eso sería egoísmo. Por eso la Biblia nos presenta la idea de Dios mediante el uso de verbos y pronombres plurales (Génesis 1:26, 3:22, 11:7; Isaías 6:8). Curiosamente, el término que se usa en hebreo para decir que Dios es uno” (ehad) (Deuteronomio 6:4), no implica exclusividad (yahid) sino una unidad compuesta.

A esta coalición se le suele llamar Trinidad o Deidad. La Biblia nos presenta “un solo Dios” manifestado en tres Personas eternas y divinas que disfrutan de una relación interpersonal: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo (Mateo 3:16-17; 28:19; Juan 14:16; 1 Pedro 1:2). Esta coalición divina desarrolla diferentes funciones, pero un mismo propósito: la creación y salvación del ser humano. Dios no es un viejo solitario, controlador y amargado. Nuestra existencia no es el resultado de la casualidad, sino del amor divino.

Desde la libertad

Esta coalición de amor solo se puede dar en un contexto de libertad. Todas sus criaturas, seres humanos y ángeles, son libres. De hecho, esta libertad permitió que incluso en el gobierno del cielo surgiese un proyecto alternativo.

Lucifer, un ángel de luz elegido como “querubín protector”, se llenó “de orgullo” (Ezequiel 28:12-17) y quiso ser como su Creador: “Decías en tu corazón: «Subiré hasta los cielos. ¡Levantaré mi trono por encima de las estrellas de Dios! Gobernaré desde el extremo norte, en el monte de la reunión. Subiré a lo alto de las nubes, seré semejante al Altísimo» (Isaías 14:12-14).

Lucifer planteó un gobierno independiente de Dios, otro reino, y en su campaña convenció “a una tercera parte” de los ángeles (Apocalipsis 12:4, 9; 1:20).

Esa rebelión pasó a la Tierra y hoy estamos envueltos en un conflicto entre dos gobiernos del bien y del mal, lo bueno y lo malo. Esta es una realidad evidente tanto para los creyentes en Dios como para los que no lo son.

GOBIERNO EN LA TIERRA

Socios de Dios

En Génesis 1 y 2 encontramos el relato de la creación de nuestro planeta Tierra y de todo cuanto lo habita. El ser humano fue creado como un socio de Dios; el Creador lo bendijo y le dio el encargo divino de someter y dominar la tierra (Génesis 1:29):

  • El verbo someter (kabash) es un verbo que implica “tomar posesión”. No sugiere esclavizar ni destruir, sino asumir responsablemente su cuidado (Génesis 2:15).
  • El verbo dominar (radah) está relacionado con las responsabilidades del rey que, en el contexto del Próximo Oriente antiguo, ha de cuidar de su pueblo como un pastor de su rebaño, velando por su bienestar (1 Reyes 5:1-5; Ezequiel 34:1-4; Salmos 72:8-14).

Este llamado a ser “colaboradores” y “embajadores de Dios” continúa todavía hoy (2 Corintios 5:20, 6:1, 4). No somos robots programados ni mascotas adiestradas. Dios nos ha creado como seres humanos responsables con la capacidad de escoger nuestra vida. ¡Dios nos dio libertad hasta de rechazarle! Y, tristemente, eso fue lo que ocurrió.

Pacto con el Opositor

A pesar del llamado de Dios a ser sus socios, la humanidad le entregó las llaves del mundo al Enemigo, Lucifer, quien se oponía al gobierno de Dios. El ser humano se tragó las mentiras de Satanás (Génesis 3:1-5), y aquel árbol del conocimiento del bien y del mal se convirtió en una urna de votación.

El ser humano escogió creer al Mentiroso antes que a su Creador. Decidió vivir ajeno a la voluntad de su Padre Dios. Prefirió trazar sus propios planes. Se independizó. Hizo un Exit de su unión con la coalición divina. Transfirió su lealtad.

Esto de las fake news y la posverdad no es algo nuevo: Satanás es el padre de la mentira (Juan 8:44). Por eso, la idea de líderes políticos que utilizan el engaño para sus propósitos no nos resulta extraña.

Satanás mismo tienta a Jesús con darle “todos los reinos del mundo” (Mateo 4:8-10), y se los ofrece porque el ser humano cedió la soberanía de la Tierra al Enemigo (Mateo 4:8-10; Juan 12:31).

El propio Jesús se refiere a Satanás como “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31; 14:30; 16:11), y nos enseña a orar pidiendo que “se haga la voluntad de Dios en la tierra” (Mateo 6:9-13). ¿Por qué? ¡Porque de forma natural no se cumple, hay que reclamarla!

Pablo se referirá a Satanás como el “dios de este siglo que ciega la mente para que no veamos la luz de Cristo” (2 Corintios 4:4); y como “príncipe que opera en desobediencia” (Efesios 2:2).

Satanás no tenía derecho a ser príncipe de esta Tierra, pero arrebató a la humanidad el dominio que Dios les había dado en el principio. Y, ¿qué hizo Dios?

Pacto de Dios con el ser humano

Después de que Adán y Eva tomasen la peor decisión del mundo mundial y el reino del mal y las tinieblas se esparciese hasta alcanzar cada corazón humano, Dios salió a nuestro encuentro: “¿Dónde estás?” (Génesis 3:9); hijos míos, ¡no sabéis lo que habéis votado! Pero con la misma libertad que habéis escogido ese camino voy a traer otro reino a la Tierra para que cada ser humano tenga la oportunidad de volver a vivir conmigo.

Dios promete un Liberador, un plan de rescate (Génesis 3:15). El amor de Dios sale a nuestro encuentro mediante la promesa de Jesús. Su viaje al Calvario no se inició en Jerusalén. Jesús salía hacia el Calvario en el huerto del Edén (Apocalipsis 13:8; 1 Pedro 1:20).

Desde ese momento, los profetas anunciaron con esperanza que el reino de Dios volvería a ser instaurado en la Tierra; que vendría un nuevo rey para proponer una nueva alianza que uniese cielo y tierra. Todo el Antiguo Testamento es una promesa: “¡Él viene!”. Y todo el Nuevo Testamento es su cumplimiento: “¡Él ha venido! ¡Él volverá!”.

El pacto en carne y hueso

Dios sí cumple sus promesas. El pacto que Dios estableció con el ser humano en el principio del mundo se hizo carne y hueso. La coalición del cielo descendió a la tierra. El gobierno divino acampó entre nosotros. Jesús: Dios con nosotros. De manera que “todas las promesas que ha hecho Dios son «sí» en Cristo” (2 Corintios 1:20).

Jesús comenzó su ministerio predicando: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17).

Jesús insiste una y otra vez en la idea del reino de Dios, era el motor de su ministerio: “Es preciso que anuncie también a los demás pueblos las buenas nuevas del reino de Dios, porque para esto fui enviado” (Lucas 4:42-43).

Jesús encarnó el reino de Dios: “Los fariseos preguntaron a Jesús cuándo iba a venir el reino de Dios, y él les respondió: ―La venida del reino de Dios no se puede calcular. No van a decir: “¡Miradlo aquí! ¡Miradlo allá!” Sabed que el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:20-21).

Jesús, que estaba entre fariseos, discípulos y gentes, les da una respuesta desconcertante.

Había llegado la promesa de liberación que por tanto tiempo se había anunciado. Pero “el reino” no es lo que esperaban. Jesús rompió con todas las expectativas judías. Cristo trae un reino “del revés”. A pesar de ser un reino esperado, resulta ser totalmente inesperado.

Un reino “del revés”

Jesús no viene con un ejército, ni derroca a los opresores romanos, ni pretende ocupar un trono. Al contrario, se junta con pecadores, responde poniendo la otra mejilla, y se tiende sobre una cruz.

En este reino los últimos serán los primeros, y aquellos que quieran ser grandes deberán ser siervos (Mateo 20:26-28).

En este reino los pies hermosos no son los que tienen la pedicura hecha, sino los que fatigados, polvorientos y heridos traen las buenas nuevas de paz y salvación (Isaías 52:7).

En este reino la debilidad es el lugar idóneo para que se manifieste el poder de Dios (2 Corintios 12:9, 10).

Este reino pertenece a los niños (Mateo 18), a los pobres en espíritu (Mateo 5:3). Hasta “los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de vosotros hacia el reino de Dios”, dijo Jesús a los fariseos, “porque Juan fue enviado a vosotros para señalaros el camino de la justicia, y no le creísteis, pero los recaudadores de impuestos y las prostitutas sí le creyeron” (Mateo 21:32).

En este reino Jesús nos pide “amar a vuestros enemigos y orar por quienes os persiguen” (Mateo 5:43-44).

En este reino “la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza humana” (1 Corintios 1:25).

Este reino “no es de este mundo” (Juan 18:36), pero quien lo encuentra no puede sino “vender todo lo que tiene” para hacerlo suyo (Mateo 13:44-46).

Incluso la muerte, en el nombre de Jesús, es desafiada y vencida en este reino: “el que cree en mí vivirá, aunque muera” (Juan 11:25).

La naturaleza de este gobierno de Dios en la Tierra nos desconcierta incluso hoy.

El reino de Dios es un reino futuro, físico, una nueva creación de los cielos y la tierra (Apocalipsis 21); ¡pero también es un reino presente, espiritual, que quiere gobernar y recrear cada corazón humano dispuesto a recibir su amor!

EL GOBIERNO EN TU VIDA

¿Con quién vas a pactar?

El evento decisorio del Jardín del Edén no es un cuento antiguo. Lo grande de las historias bíblicas no es que hayan acontecido en el pasado, sino que ocurren ahora, en nuestro presente. Cada día se presentan delante de nosotros decenas de “árboles del conocimiento del bien y del mal”. Cada jornada está repleta de urnas de votación. Cada momento debemos tomar decisiones y elegir quién queremos que reine sobre nuestros pensamientos, palabras y acciones. ¿Quién quieres que gobierne cuando llega la tentación? ¿Cuándo alguien te insulta? ¿Cuándo algo te incomoda? ¿Cuándo todo va bien? ¿Cuándo todo va mal…?

¿Vas a pactar con el odio, la inmoralidad, el chisme? ¿Vas a hacer coalición con el orgullo, la rudeza, la envidia? ¿O prefieres la fidelidad, el gozo y la paz?

Pero tengo una mala noticia.

La gran renuncia

El reino de Dios exige algo que pocos están dispuestos a aceptar. Para que el reino de Dios se instaure en tu vida tienes que hacerle hueco, necesitas renunciar a tus siglas.

Jesús le dijo a sus discípulos: “si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme” (Mateo 16:24).

En otra ocasión, Nicodemo, un dirigente judío, se acercó a Jesús y éste le dijo: “de veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:2-3).

El apóstol Pablo señaló: “el reino de Dios no es cuestión de palabras sino de poder” (1 Corintios 4:20).

El reino espiritual de Dios en la Tierra no consiste en charlatanería ni palabras vacías. El término original que se traduce como “poder” es “dúnamis”, de donde deriva nuestra palabra “dinamita“.

La revolución que Dios nos propone afecta a todas las dimensiones de nuestra existencia y no consiste simplemente en mejorarnos como personas, no es un discurso terapéutico o de autoayuda. Es una transformación radical, significa colocar dinamita en tu interior, derribar tu viejo yo y levantar una persona nueva. Como diría Pablo más adelante: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2:20). Un ser humano recreado a imagen y semejanza de su Creador (Efesios 4:22-24).

Dios quiere generar un nuevo ser humano, pero todavía no nos lo hemos creído. Esperamos tanto el reino de Dios futuro que nos hemos olvidado de comenzar a vivir el reino de Dios presente que comienza ahora, aquí.

Tiempo de elegir

Dios estableció semanalmente un día de “jornada de reflexión” (Génesis 2:3) que nos permite de manera especial parar y reflexionar acerca del gobierno de nuestra vida. Todos tenemos que escoger (1 Reyes 18:21). El silencio hacia Dios, la equidistancia, la tibieza, son sinónimo de perdición (Apocalipsis 3:16). En estas elecciones, las de tu vida, no existen abstencionistas.

“Den siempre gracias al Padre. Él los hizo aptos para que participen de la herencia que pertenece a su pueblo, el cual vive en la luz. Pues él nos rescató del reino de la oscuridad y nos trasladó al reino de su Hijo amado, quien compró nuestra libertad y perdonó nuestros pecados” (Colosenses 1:12-14).

Y entonces, ¿quién va a gobernar tu vida? 

Autor: Samuel Gil Soldevilla, doctor en Ciencias de la Comunicación, director de HopeMedia.es y responsable de Comunicaciones de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
Imagen: Shuttherstock.

Revista Adventista de España