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Foto: (cc) Flickr/listentothemountains. Esquina: Jarrod Stackelroth.

Depende de lo que estés haciendo, un minuto puede volar, sin notarlo. Pero cuando esperamos al autobús o a que hierva el agua, un minuto puede estancarse, usando cada uno de sus 60 segundos plomizamente. Juntos, los minutos sumant tiempo. Hay 525.600 minutos en un año.

Supongo que la cárcel es un lugar donde el tiempo pasa bastante despacio, especialmente si eres una persona inocente, realmente inocente, sin fecha de libertad por delante.

Imagínese a José. Confinado en una mazmorra, sin una condena que cumplir, sin esperanza de libertad, simplemente viviendo su existencia haciendo lo que podía en esas circunstancias. Imagínese la esperanza renaciendo en su corazón cuando el copero fue liberado, con un sueño interpretado y de vuelta al servicio de Faraón. Parecería un encuentro preestablecido por Dios, un paso más cerca de salir de nuevo al mundo, un nuevo mal entendido corregido en su bendita vida. De cualquier modo, la apelación de José para que se acordaran de él fue olvidada y el copero continuó con su vida.

Más de un millón de minutos pasaron en los siguientes dos años. La esperanza se debió convertir en cenizas en el pecho de José cuando, comida tras comida pasaba por delante de él, sin ser liberado, día tras día, semana tras semana.

No sabemos lo que José hizo para rellenar esos dos años. Ya había mostrado gran fortaleza al llegar a convertirse en el gerente de su propia prisión. ¡Pero se prolongó otros dos años! Sólo podemos asumir que mantuvo su esperanza, confiando en Dios y sacando el máximo partido de la situación.

La paciencia puede ser una virtud pero a veces es infravalorada. Sé que tengo mis propios momentos en los que se mi temperamento juega una mala pasada, haciendo que diga cosas que no debería, o al menos pensarlas. De este modo, la falta de paciencia puede llevarnos al pecado. Pero es más que eso.

La paciencia es control. Si me siento incómodo conmigo mismo, intentaré controlar a las personas y las cosas a mi alrededor para hacerme sentir seguro nuevamente. Si he renunciado al control o espero lo inesperado, en un  día de fiesta, por ejemplo, entonces me siento bastante feliz al dejarme llevar.

Si soy impaciente, quiero tener la situación controlada, pero me enfadaré porque se me escapa el control.

A veces es difícil ser paciente con Dios. Cuando la oración por un ser querido para que regrese a Cristo o pidiendo una oportunidad de servir o esperar que la iglesia crezca, o incluso esperando una curación, nos rendimos o enfadamos con facilidad. Parece que nunca va a ocurrir. Pero Dios trae resultados maravillosos, inesperados en su propio tiempo. No te rindas. Mantente orando y trabajando. A veces las semillas que plantas brotarán años más tarde.

Cuando era más joven, oré a Dios pidiendo que me mostrara qué hacer con mi vida. Estaba impaciente. Quería saberlo. Y la respuesta tardó años. Pero el resultado fue mucho mejor de lo que podía haber esperado.

José pasó de la mazmorra a ser el segundo del reino. El tiempo de Dios es perfecto. ¿Estás dispuesto a ser paciente y cederle a Él el control? La paz de Dios supera el entendimiento. Dale el control de tu vida y síguele donde te lleve.

Revista Adventista de España