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Cuentan los expertos que soñar no sólo es bonito, sino necesario. El soñar y el vivir son dos características del ser humano que no pueden ir la una sin la otra. El hombre sin sueños se desanima, se cansa y finalmente muere. El hombre con sueños es capaz de subir montañas y llegar a sitios insospechados que le hacen sentirse feliz, orgulloso y satisfecho. Por este motivo el creyente necesita tener un sueño, no sólo para poder vivir, sino para poder cumplir con el requisito divino. ¿Tiene hoy la iglesia algún sueño? La respuesta es si. Su sueño se llama “Reavivamiento y Reforma”. No se trata de un sueño cualquiera, se trata del sueño que le hará alcanzar su anhelo de la eternidad.

Es por este motivo que creo fundamental analizar este sueño, sobre todo para entenderlo y enfrentarlo con la garantía de que dicho sueño se haga realidad. Sería triste ver a la iglesia ilusionada pero a la vez perdida y sin rumbo, porque no ha entendido su sueño. Consideremos pues juntos el sueño que nos hará terminar con la vida de insatisfacciones haciéndonos entrar en la vida con mayúsculas.

Se cuenta que un niño cogió su libro del colegio para leerlo. En su lectura leyó lo siguiente: “Si quieres tener manzanas, debes sembrar semillas de manzana” El niño, ni corto ni perezoso, cogió un dinero que tenía en el cajón, se fue a la tienda que estaba al lado de su casa y allí compró semillas de manzana. Fue a su casa, las enterró en la esquina de su jardín y guardó silencio. Al día siguiente al levantarse, fue donde estaba su mamá, y le dijo: “Mamá ¿te gustan las manzanas?” “Me encantan”, respondió la mamá. El niño añadió: “¿Te gustan las sorpresas?” “Si claro, ¿a quién no le gustan las sorpresas?”, volvió a responder la mamá. El niño la cogió de la mano, la llevó al lugar donde había enterrado las semillas y de pronto… ¡sorpresa! No había nada. El niño se puso a llorar. “¿Por qué lloras?”, preguntó la madre. “Mamá, quería darte una sorpresa. Ayer fui a la tienda, compré semillas de manzana, enterré las semillas y hoy quería darte unas hermosas manzanas rojas, pero no hay nada”. La mamá le abrazó, le besó y le dijo: “Gracias, hijo, por tu sorpresa; pero hay algo que debes aprender, para que las manzanas salgan, no es suficiente con enterrar las semillas. Debes hacer algo más: debes regarlas, cuidarlas y sobre todo tener paciencia y esperar. Con el tiempo saldrá un brote, el brote se hará árbol y el árbol finalmente dará manzanas”. Cuenta la historia que, con el tiempo, el sueño del niño se hizo realidad y en el jardín hoy se puede ver un hermoso manzano, lleno de preciosas manzanas rojas.

Querido amigo, sin duda que el reavivamiento es, hoy por hoy, el sueño más hermoso que la iglesia pueda tener. No obstante hay un peligro que puede echar abajo ese sueño: creer que el reavivamiento es un hecho que se alcanza con sólo decir: “Señor, reavívame”. Las cosas, a veces, no son tan sencillas como nos gustaría que fuesen.

HECHO PUNTUAL O RESULTADO DE…

Es bueno considerar en primer lugar que el reavivamiento no es un hecho puntual sino el resultado de otras muchas cosas que deben precederle. La ilustración que acabas de leer muestra que sería una necedad esperar tener manzanas si tan sólo has enterrado semillas de manzana. Las manzanas solo llegarán si además de enterrar las semillas eres capaz de hacer otras muchas cosas más.

¿Cómo aplicar esto a nuestro sueño? Creo que es muy fácil. Desear el reavivamiento es necesario, pero también es necesario recordar que el reavivamiento es un fruto, es decir, el resultado de haber hecho otras cosas previamente.

ANTES DE…

En mi opinión es necesario conseguir tres cosas antes de que el reavivamiento se convierta en una realidad. Intentaré justificar con la Palabra de Dios y con la razón el por qué pienso de esta manera.

1º “Morir al yo”: Jesús hablando con las gentes, dijo algo realmente significativo: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda sólo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24).

2º “Recuperar la confianza”: Jesús usó las parábolas para transmitir las verdades del cielo y de la vida. En un momento dado, Jesús, dejando las parábolas, habló directamente a las gentes. Juan lo recoge en su evangelio en tres capítulos que van del 14 al 17. Allí Jesús se presenta como: el Camino, nuestro acompañante permanente a través del Espíritu Santo, la Vid que nos dará la sabia adecuada para que nuestra vida esté llena de éxitos. Como ves se trata de temas cruciales en nuestra vida. Jesús concluirá su discurso de una forma llamativa: “Estas cosas os he hablado para que en mi tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16: 33). La palabra clave de todo el discurso es: ¡Confiad!

3º “Mantener la paciencia”: En esta ocasión es Pablo quien hablará y dirá: “Os es necesaria la paciencia para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Hebreos 10:36).

RAZONEMOS UN POCO…

Lo que acabamos de mencionar son los objetivos previos que darán paso al sueño. Si te fijas bien cada uno de ellos, se convierte en un desafío difícil de conseguir. ¿De qué estamos hablando? del egoísmo (el yo), de la desconfianza (el desánimo) y de la impaciencia (las prisas). Estas son en realidad tres trampas que nos tienen prisioneros a todos los que soñamos con el reavivamiento. Son francamente peligrosas porque cada una de ellas ha tomado un protagonismo en nuestras vidas que no les corresponde. Por si fuera poco, los razonamientos que tenemos no nos ayudan a ver las cosas como son, haciendo más difícil la consecución del sueño. Justificamos el egoísmo diciendo que, sin duda, tenemos algo de egoísmo, pero no mucho. En cuanto a la confianza creemos que para ofrecerla los demás tienen que ganarla, y concluimos diciendo que tal y como está todo, es normal desconfiar; y en cuanto a la paciencia afirmamos que esperar un poco está bien, pero mucho…. no puede ser.

Me gustaría decirte algo: no importan las razones que tengamos para justificar nuestro egoísmo, nuestra desconfianza y nuestra impaciencia. Lo que realmente importa es que con ellas, es imposible alcanzar el reavivamiento. Así que no se trata pues, de justificar nada, se trata más bien de eliminarlas a pesar de que los vientos no sean propicios.

¿QUÉ OCURRIÓ…?

Lo primero que viene a mi mente es saber ¿cómo estas tres cosas se adueñaron del corazón humano? Y pensando en ello descubro que no fue un mundo malo el que abrió la puerta a estas tres cosas. Fue en el Edén, lugar perfecto, donde surgieron, entraron y se quedaron:

Fue allí donde el hombre se volvió egoísta: Eva dejó de ser carne de su carne para convertirse en “la mujer que me diste” ¡Sorprendente!

Fue allí donde el hombre se convirtió en un desconfiado incluso de alguien que nunca había hecho nada mal: Dios. “Y Adán se escondió porque tuvo miedo”. Yo pregunto, ¿de quién tuvo miedo? Sólo estaba él, Eva y Dios. Así que el miedo, o dicho de otra forma la desconfianza, la producía Dios. ¡Increíble!

Fue allí donde el hombre se convirtió en un impaciente: E. White dice que Adán después de escuchar a Dios hablar de la promesa: “… la simiente de la mujer te herirá la cabeza” pensó que su primer hijo, sería esa simiente prometida. Adán no se dio cuenta del cambio tan grande que se había producido en él.

NUESTRO DESAFÍO…

Nuestro desafío es volver a recuperar lo perdido, ¿cómo conseguirlo? No te engañes, este es el mayor desafío que te puedas imaginar. Tanto es así que, podemos afirmar que humanamente no es posible hacer frente a estas tres cosas. Hay un dicho que, aunque no sea verdad en su totalidad, si lo es en su esencia. El dicho dice: “El hombre es egoísta, desconfiado e impaciente por naturaleza.” ¿Por qué no es verdad al 100%? porque esta condición es modificable. ¿Por qué el dicho es verdadero? porque es cierto que nuestra naturaleza, desde que nacemos, tiende a que el “yo” resalte sobre lo demás, “la desconfianza” salga ante cualquier contratiempo y “la impaciencia” aparezca después de una corta espera.

¿Cómo eliminar el egoísmo? No te engañes, el egoísmo no se elimina reduciendo su dominio, es decir, siendo menos egoístas cada día, no. La única forma de erradicarlo es seguir el consejo de Jesús: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda sólo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24). La única forma de eliminar el egoísmo es matarlo. El problema es que matar al “yo” es un acto que sólo podremos conseguir con la ayuda divina.

¿Cómo eliminar la desconfianza? Una forma sería haciendo buenas a todas las personas. Siendo todos buenos, ganarían nuestra confianza y ya está, ¡desconfianza vencida y eliminada! Si piensas en lo que acabo de decir verás que no es viable. Así que debe haber otra forma de hacerlo. Jesús, de nuevo, nos da la respuesta: “Estas cosas os he hablado para que en mi tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan, 16: 33). Lo que Jesús nos está diciendo es que la única forma de ganar la confianza es dejar de mirar a los que están a nuestro lado y empezar a mirarle a Él. Jesús es capaz de ganar la confianza de cualquiera porque él nunca falla y todo lo puede.

¿Cómo eliminar la impaciencia? Cambiando el “chip”. Lo que cuenta no es el plan que tú tienes, ni tampoco cómo tú ves las cosas. Lo que realmente importa es el plan que tiene Dios. La razón es clara: Dios nunca se equivoca, él sabe todas las cosas y, por lo tanto, sabe cuándo y cómo hay que hacer las cosas. Cuando uno acepta esto, comienza a darse cuenta de que el plan para “salvar” al mundo sólo es posible haciendo uso de una cosa: la paciencia.

CONCLUSIÓN

Todo lo que acabamos de mencionar nos sobrepasa, está fuera de nuestras manos y muy lejos de nuestro alcance: ¿Puede uno cambiarse así mismo? ¿Puede uno mismo convertirse en alguien diferente y mejor? ¿Puede uno liberarse de las trampas que el enemigo nos tiende? ¿Puede uno, por sí mismo, alcanzar el reavivamiento buscado, esperado y anhelado? No hace falta que responda, la vida nos lo enseña cada día.

Nuestra situación es desesperada, sí, esa es la palabra, ya que no importa el esfuerzo que hagas, ni tampoco los sacrificios que estés dispuesto a aceptar. Todo lo humano está condenado al fracaso. Termino con tres citas del Espíritu de Profecía que nos permiten levantar nuestra mirada hacia Él y ver que, lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.

Tú también eres pecador. No puedes expiar tus pecados pasados, no puedes cambiar tu corazón y hacerte santo. Mas Dios promete hacer todo esto por ti mediante Cristo (véase El Camino a Cristo Cap. 6).

Pronto Dios hará grandes cosas por nosotros si nos sometemos humildes a sus pies… (véase El Colportor Evangélico Cap. 24).

Si consultamos nuestras dudas y temores, o antes de tener fe procuramos resolver todo lo que no veamos claramente, las perplejidades no harán sino acrecentarse y ahondarse. Pero si nos allegamos a Dios sintiéndonos desamparados y necesitados, como realmente somos, y con fe humilde y confiada presentamos nuestras necesidades a Aquel cuyo conocimiento es infinito y que ve toda la creación y todo lo gobierna por su voluntad y palabra, El puede y quiere atender a nuestro clamor, y hará resplandecer la luz en nuestro corazón (véase El Camino a Cristo Cap. 11).

Que Dios te bendiga.

 

Revista Adventista de España