Foto: (cc) Flickr / Trainjason. Esquina: Pedro Torres.
El mes de mayo de 2014 en España será recordado por la abdicación a la corona de S.M. Juan Carlos I, rey de España, sin duda que para dar lugar a un nuevo período y un mejor servicio a los súbditos por parte de la Casa Real.
Debemos recordar que Dios “entroniza reyes y él mismo los destrona” (Daniel 2:21 BLP), y sabemos que “todos deben acatar la autoridad que preside, pues toda autoridad procede de Dios y las autoridades que existen han sido establecidas por él” (Romanos 13:1 BLP).
Los reyes terrenales también son humanos, y por lo tanto, sujetos a error como el resto de los mortales, no obstante siempre hay mucho que agradecer en el caso de España.
Pero el rey al que se me refiero en el título no es de la casa de los Borbones. Hace más de 2000 años otro Rey de Reyes y Señor de Señores (Apocalipsis 19:6) decidió abdicar en un momento clave y delicado de su reinado. Su único propósito: servir mejor a sus súbditos e instarnos constantemente a ser imitadores de él:
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:3-8 RV60).
El Verbo se humilló y pasó a ser llamado Jesús, un humilde carpintero. Abdicó al trono con el único fin de dar su vida por sus súbditos. Al contrario que los reyes terrenales, en vez de quedarse en la retaguardia durante la batalla, dejó su trono, su corona, su cetro, y tomó las herramientas de un carpintero para pasar a primerísima línea de fuego y dar su vida en la peor y más cruda de todas las batallas que este planeta ha visto, el Calvario.
Su abdicación y aparente derrota se convirtieron en la condición que dio lugar a la nueva entronización:
“Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. (Filipenses 2:9-11 RV60).
El Rey de Reyes “abdicó” para ser despreciado, desechado, quebrantado, menospreciado, herido por nosotros, y gracias a eso, “por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:3-6). ¡Viva el Rey de Reyes!