Paz y gracia de nuestro Señor.
Muy amados servidores de la iglesia de Cristo, me gustaría empezar esta nueva sección de la Revista Adventista, “Fieles y adelante”, con una reflexión sobre el valor de las personas que forman la comunidad cristiana de la fe adventista.
Somos especiales delante de los ojos del Señor porque en la profecía bíblica, como pueblo, somos identificados como el remanente que destaca por su obediencia a los mandamientos de Dios y tiene la fe de Jesús (Ap.14:12). El éxito, en el pensamiento de las comunidades religiosas, parece que está relacionado con la cantidad de miembros, pero no es así. Parece que donde acuden muchos, significa que la verdad está por allí. En cambio, según las enseñanzas de Cristo, el camino es angosto y pocos lo hallan (Mt. 7:13).
En el pueblo de Dios todas las congregaciones son preciosas
Huir de la mentalidad del éxito en función del número de miembros que compone una comunidad, o del bienestar económico que posee una iglesia, debería ser una constante en nuestra visión como servidores. Si sirves en una comunidad grande o pequeña, no por eso eres más apreciado a los ojos del Señor. Lo primero que debemos tener en nuestra mente, es saber cómo nos mira el Señor. Vemos que las iglesias de Dios están en las manos de nuestro Sumo Sacerdote, Jesús. Él tiene un gran interés por el bienestar de todas las iglesias. Las iglesias son importantes para Jesús (Ap. 1: 11). No debes sentirte menospreciado por el Señor, porque tu iglesia no sea tan grande como otras, o porque tus iglesias no tienen tantos recursos. Tampoco debes pensar que es una pena no poder estar en una iglesia más pequeña, que suelen tener más cariño, y poder relacionarte con todos los miembros como en una familia. Todas las iglesias, grandes, medianas o pequeñas, tienen una gran precio en los ojos del Señor. Cristo ha pagado por cada una de ellas con Su sangre preciosa, y lo que tenemos que transmitir a nuestros miembros y a las congregaciones desde nuestros púlpitos es que somos preciosos en los ojos del Señor.
En el pueblo de Dios todas las personas tienen dones
La competición en función de lo que podemos hacer individualmente en la obra de la iglesia, no debería tener cabida, ya que todos hemos recibido dones diferentes y todos somos necesarios. Somos un cuerpo (Rom. 12:4-5). Al nacer de nuevo en la iglesia, el Espíritu Santo, nos da dones para ministrar a nuestros hermanos. Debemos ministrar y aceptar ser ministrados por los hermanos. El sacrificio traído en la iglesia (Rom. 12: 1) ya no es un sacrificio con sangre de animales. Ahora, nosotros somos salvos por la sangre de Cristo que está sobre nuestra nueva vida santificada, y nosotros al ministrar, como real sacerdocio, estamos contribuyendo al crecimiento del cuerpo espiritual de Cristo. Si ahora ministras, hazlo con plena confianza, sabiendo que has recibido ese don de parte del Señor. Cuando toca cambios o cuando algún hermano tiene propuestas diferentes de las tuyas acepta que Dios ha puesto dones diferentes. Ese don tú no lo tienes. Pero todos tenemos dones. ¿Desanimarnos por tener dones? Es una gracia servir al Señor con los dones que él nos ha dado. Pero valora y promueve los dones que tú no tienes y que están repartidos a otros hermanos y hermanas que son para el beneficio de tu iglesia. No te aferes a tu don pensando que nadie más lo pueda tener. El Señor, a veces refuerza tu don con los dones de tus hermanos iguales o diferentes a los tuyos (Rom.12:6-8).
En el pueblo de Dios todas las culturas son necesarias
Es posible que sintamos nostalgia de nuestra manera, tradicional, de hacer las cosas. Hablamos de lo que se hacía en las comunidades de donde provenimos. Creemos, más de una vez, que lo que se hacía en nuestras casas está mejor hecho o es la forma correcta. Pero debemos recordar que el pueblo de Dios no tiene barreras nacionales, y que las diferencias nos enriquecen (Gal.3:28). Somos un pueblo representado en todo el mundo. Ver cómo el Señor obra en una cultura y fusionar varias culturas bajo la bandera del Cristo, Salvador de todos, en una comunidad adventista, es algo sublime. Es importante entender que en el reino de los cielos, cuando los santos estarán sobre el mar de cristal, habrá personas de todas las naciones, razas y pueblos (Ap. 7:9), pero estarán unidos en la alabanza al Cordero. No somos mejores que los demás hermanos porque hemos nacido en tal lugar, o hacemos las cosas de otra manera. Los cristianos que heredarán el reino de los cielos, aunque no despreciarán su propia nacionalidad, no tendrán un concepto irrealista acerca de su posición frente a otros hermanos de otros países o culturas. Lo real, es que en todas las naciones Dios tiene personas que obran justicia y que le temen (Hch.10:34-35). Todos venimos de lugares diferentes, y es bueno no olvidar tu familia y tu cultura, pero, por encima de todo, necesitamos aceptar que Dios puede obrar su voluntad a través de todas las personas, no importe de donde provengan, del color de su piel o de la tonalidad de su acento. El reino de Dios en la tierra está formado por todas las naciones. Trabaja para que tu iglesia sea una comunidad abierta a todas las nacionalidades. No permitas que se entienda que hay miembros de primera clase o de segunda en función del color de su bandera o posición social. Todos somos iguales para Dios. El Señor hace crecer a Su pueblo cuando éste tiene una mentalidad abierta a todos los que componen su reino aquí en la tierra.
Para concluir, quisiera decirte que, como siervos del Señor, sabemos que la proclamación de Su Palabra debe ser la prioridad en nuestra agenda. Queremos llegar hasta lo último de la tierra. Preparar el campo del evangelio, teniendo en cuenta el valor que tiene la iglesia a los ojos del Señor, es nuestra tarea como responsables de la grey del Señor. Concluyo mi meditación con el texto de Cristo, en su oración más larga registrada en Juan 17: Para que todos sean una cosa, así como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos lo sean en nosotros.
Con amor en Cristo,
Richard Ruszuly
Richard Ruszuly. Ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
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