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En cualquier familia, cuando uno de sus miembros pasa por un momento difícil, todos a una se vuelcan para ofrecer su amor, su apoyo y su ayuda, sin menoscabo del amor, apoyo y ayuda que existe entre ellos. Pero, la necesidad manda. ¡Hay que estar junto al más débil!

Como toda comparación es inexacta; sin embargo nos puede ayudar a entender por qué, como tú mismo dices, somos «la niña de tus ojos» (Zac. 2: 8); por qué desde el momento de la Creación nos has buscado para caminar a nuestro lado.

En aquel espacio de tiempo cuando aún no había entrado el pecado en el mundo, cada tarde venías al encuentro de Adán y Eva para hablarles de tu amor, de lo felices que iban a ser para siempre junto a ti. También les enseñaste que los habías creado libres; libres para escoger continuar con esa vida plena y placentera, y libres para dejar de hacerlo. Supieron por tu propia boca las consecuencias que les sobrevendrían si decidían vivir lejos de ti, la Fuente de la vida. Y eligieron mal.

Aquella fatídica tarde, tras haber optado por creer a Satanás antes que a ti, cuando te encontraste con la humanidad caída, no te dolió solo su desobediencia. Lo que más te lastimó fue la ausencia del hijo. ¿Dónde estaban Adán y Eva que no corrían presurosos a tus brazos, a tu encuentro? ¿Por qué se esconden de ti? ¿Por qué no quieren verte ni que los veas? Allí, en ese preciso instante, en ese idílico lugar comienzas a buscar desesperadamente a tus hijos, y sigues haciéndolo.

Nos amas tanto, que no puedes vivir sin nosotros (esto es solo una manera de hablar porque realmente, tú no necesitas al hombre para vivir: tú eres la Vida) y te desvives por encontrarnos porque sabes positivamente que lejos de ti morimos irremediablemente.

No te rindes. Ya no puedes estar físicamente con nosotros, aunque sí que mantienes una relación especial con ciertos hombres y mujeres de la antigüedad: Enoc, Moisés, Noé, Débora… Y el ser humano transita por este mundo por las sendas de la injusticia y del mal. Algunos experimentan en su propia vida el tremendo vacío que ha dejado tu ausencia y, tal vez, claman en su angustia.

¡Siempre tan delicado con nosotros! Siempre a nuestro lado, siempre junto nosotros, pero respetando nuestra libertad.

Y fue allí en el Edén, tras fallar por causa de tus hijos el «Plan A» para la felicidad, donde anunciaste que había un «Plan B», y que nada estaba perdido; que nos habías creado para vivir felices toda la eternidad junto a ti y que no cejarías en tu empeño hasta conseguirlo.

Te quiero mi Creador, mi Redentor, mi Amigo.

Revista Adventista de España