Como servidores del altar, es decir, anunciadores de su palabra (1 Corintios 9:12-14), predicamos temas bíblicos que llevamos preparando, semanas, meses o incluso años. Sentarnos en los bancos de la iglesia y escuchar a otro colega o predicador puede ser interesante, para evaluar nuestra propia percepción sobre lo que tienen que experimentar nuestros oyentes. La manera en la que el pastor ora, canta alabanzas o da sus ofrendas, tiene un significativo impacto en la congregación.
Ahora, cuando el zoom y las redes sociales se han vuelto tan imprescindibles, reconozco que echo de menos las miradas, e incluso las aprobaciones de las personas que componen las congregaciones. En una iglesia, hace años, tenía una hermana que casi siempre exclamaba: “¡Gloria a Dios!”, después de una frase valorada por ella.
Adentrándome en mis recuerdos me doy cuenta, que la predicación, y cualquier otra acción del predicador, no es un ejercicio unilateral. Lo que hace el pastor/a puede crear un círculo de fraternidad y comunión especial, donde las palabras alentadoras tocan corazones, que luego hacen vibrar toda la congregación.
Ya que en estos tiempos el aforo de nuestras iglesias es tan limitado, lanzaría una pregunta: ¿Si tuvieran voz, que dirían los bancos? Sí, me refiero a los bancos que ahora están vacíos, sin esas personas que llenaban de vida los templos.
¿Qué dirían los bancos… sobre la predicación del pastor?
No lo puedo olvidar, aquel episodio se quedó grabado en mi mente. Terminé el culto… Había preparado un sermón con muchas ideas. Me faltaba tiempo para exponer todo lo que me había consumido tantas horas de preparación. Y empecé a darme prisa. El reloj era mi verdugo. No quería dejarlo sin terminar. Era una predicación rápida y clara. Me dirijo a la salida. Saludo a los fieles. Ninguna palabra sobre el culto de parte de mis feligreses. Esperaba alguna reacción. Nada. Al final, la esposa de uno de los líderes de la comunidad, me dice: “La próxima vez predica más despacio, porque no entendí nada.” ¿Te suena de algo a ti, esa experiencia? Tanto esfuerzo, sinceridad, trabajo reducido a un comentario o a nada…
Esa valiosa lección y muchas otras no las puedes aprender de libros. Debemos escuchar a las personas y conocer a los que vamos a alimentar espiritualmente, para entender sus realidades. Si hay un abismo entre nuestro sermón y las personas, todo nuestro esmero para prepararlo no habrá servido de nada. El sermón no les llegará. Por eso, te recomiendo a que escuches “los bancos”, porque quienes los ocupan son personas salvas por la preciosa sangre del Hijo de Dios.
Observo, que a medida que conocemos mas a la congregación, mejor podemos hacer una predicación viva. Cuando tratamos los problemas reales de la congregación, dentro de la sociedad, la iglesia se beneficia. Pero, cuidémonos de no cometer el error de tratar los temas de la sociedad sólo porque es lo que interesa. Prediquemos mostrando el evangelio, leyendo más de la Biblia en nuestros sermones; eso sí que nos hará ser pastores bendecidos por ser portadores de la Palabra viva. El evangelio, más su respuesta a los problemas actuales traerá beneficio y bendición. Y no olvides que la mayoría de nuestros sermones, si no todos, deben ser cristocéntricos, tal como nos aconseja la hermana White.
“Predicaba a Cristo en las sinagogas.” (Hechos 10:20).
Me ha pasado tantas veces… y seguro que a ti también. Sentado en los bancos puedes casi escuchar como los bancos “lloran” porque el mensaje no tiene poder. Necesitamos un poder extraordinario para que la Palabra sea viva e impactante. Un poder que no está en nosotros, sino en el Espíritu Santo que obra a través nuestro.
“El Espíritu cayó sobre todos los que escuchaban el discurso.” (Hechos 10: 44)
“El evangelio es el poder de Dios para la salvación.” (Romanos 1: 16).
“¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Romanos 10: 15).
Si no hay quién predique con poder, las personas no escucharán el mensaje. Cristo buscaba maneras de impactar con lo cotidiano. La tarea del predicador es traer respuestas sinceras, correctas y claras de la Palabra divina para las inquietudes. Hay dudas e incredulidad que no se manifiestan; corazones rotos; niños inocentes que esperan su pequeña porción. Predicar la Palabra es desafiante en nuestro siglo. Pero sigue siendo la manera de ganar almas para Cristo.
Una vez acompañé a un colega al púlpito. Me puse con atención a escucharlo y a disfrutar. Sin embargo, después de un tiempo, comencé a preocuparme. Miraba a los bancos, a mis hermanos, que estaban sentados. Mi colega tenía un sermón bueno, pero no predicaba el evangelio. No era coherente con la Palabra. Y pensé sobre mí mismo: ¿cuántas veces he predicado cosas buenas e interesantes, pero no el evangelio que es capaz de salvar vidas? Predicar sobre la Biblia, pero sin dejar que ella hablé a través de nosotros nos convierte en dirigentes, pero no en pastores que llevan al rebaño a las aguas vivas.
“Junto a aguas de reposo me pastoreará” (Salmos 23: 2).
¿Qué dirían los bancos… sobre la oración del pastor?
Se ha vuelta algo tan común, orar con frases ya establecidas. Y sí tendríamos oraciones y análisis, no sólo sobre cómo predicamos, sino sobre cómo oramos en nuestros cultos o en las iglesias con los hermanos.
Una oración sacada de la memoria de nuestras oraciones almacenadas, no traerá vigor a nuestras iglesias. El pastor, debe traer su oración fresca, porque es su deber sagrado interceder por su congregación todos los días. Él debe ser conocido como la persona que conversa, más que cualquier otra persona de su congregación, con el Señor.
Ora en los pasillos y difunde tu clamor hacia el Señor para que proteja y bendiga a su pueblo.
“Cuando terminaron de orar, el lugar en que estaban congregados tembló.” (Hechos 4: 31)
No debemos dejar de orar con el corazón, estando en los consejos, reuniones administrativas o consejería, clamando y pidiendo al Señor su presencia.
No estoy equivocado si te digo que debemos ser más conocidos por ser personas de oración que por ser grandes predicadores. Un gran evangelista sin oración no salvará almas. Pero un predicador insignificante, con oración ferviente traerá almas a los pies de Cristo.
“La oración eficaz puede mucho.” (Santiago 5: 16)
¿Qué dirían los bancos… del pastor que canta?
Aunque no todos tengamos el don de cantar, debemos hacer el esfuerzo de traer la mejor alabanza al Señor.
¿Qué es eso? No entremos en los típicos debates sobre la música en la iglesia. Montón de energía se gasta en definir lo que es correcto… Pena, que se alabe tan poco al Cristo de nuestra salvación.
Deberíamos cantar más. Alabar más al Señor con un corazón rebosante.
“Cantando y alabando al Señor en vuestros corazones.” (Efesios 5:19)
“Alabad a Jehová porque él es bueno.” (Salmos 118: 1).
Yo veo que los cantos o los especiales, a veces se convierten en esos espacios, donde nos preparamos para el siguiente punto en el programa. ¡Reformemos eso! Es nuestra responsabilidad como predicadores.
Una vez, la directora de la música de una iglesia que visité, me invitó a participar también en el canto congregacional y no ocuparme en delegar tareas. ¡Qué buena lección!
Si tuviéramos cómo líderes, más empeño en participar en la alabanza. Tengo la certeza que veríamos personas más fortalecidas y llenas de esperanza.
Presta atención a las expresiones de tus hermanos cuando cantan. Deja de estar preocupado por si comprenderán bien tu sermón. Si ellos no tienen alegría al cantar, es porque la monotonía reina sobre la congregación. ¡Tú y yo debemos cambiar eso!
“Alabad, siervos de Jehová, alabad el nombre de Jehová.” (Salmos 113:1).
¡Sé una persona que participa de los himnos y canta! Invierte más tiempo en contactar con personas que te puedan ayudar en el espacio de la música. No te contentes con haber cumplido con la parte dedicada a la alabanza, si te das cuenta que la iglesia no participa. ¡Sé creativo! Con tu propio ejemplo, quizás cantando, puedes hacer que otros te imiten. Una iglesia que alaba al Señor es una iglesia fuerte. No solo estás para predicar y orar, también alabar a Dios cantando es algo que puede influenciar muy positivamente en tu congregación.
“Delante de los dioses te cantaré salmos.” (Salmos 138: 1).
¿Qué dirían los bancos… de las ofrendas del pastor?
El momento de la recogida de las ofrendas es expresar nuestra gratitud sin ninguna reserva al Creador. Demos más de lo que tenemos y seamos más activos en promocionar la dadivosidad, porque “Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7).
Es cuando celebramos que su amor es eterno. Y por eso, ofrendamos alegres. Le damos no solo un dinero. Sino le damos el corazón como pastores.
En nuestro hogar, siempre apartamos antes de salir al templo, ofrendas de lo que del Señor recibimos por la fidelidad de nuestros hermanos. Además, planificamos que los niños tengan algo para darle al Señor cada vez que participamos. Lo hacemos con alegría. Sin temor de lo que vendrá. De hecho, cuando vemos cuán bueno es Jehová, un impulso irrefrenable de darlo todo nos acapara por completo y exclamamos: “¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Corintios 9:15)
Este punto en el culto necesita también un cambio intencional. ¿Te gusta la forma en la que estamos ministrando esta celebración como pueblo?
“Llevarás las primicias de los primeros frutos de tu tierra a la casa de Jehová, tu Dios.” (Éxodo 34: 26)
Debemos darle al Señor todo lo que tenemos y ser generosos. Una congregación que ve en su pastor una persona dadivosa y generosa con sus ofrendas, será una iglesia fiel.
“Y el que da semilla al que siembra y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera y aumentará los frutos de vuestras justicia.” (2 Corintios 9: 10).
¿Qué dirán esos bancos en el día del juicio final sobre nuestro ministerio?
Estoy pidiendo al Señor que esos bancos, digan que hemos hecho todo lo posible para salvar más almas de la oscuridad a su luz maravillosa.
“Pero vosotros sois real sacerdocio para que anunciéis las virtudes de Cristo.” (1 Pedro 2:9).
¡Dios te bendiga!
Autor: Richard Ruszuly, secretario ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
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