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Cuando la prensa diaria transmite más angustia que otra cosa, vemos cómo el liderazgo influye en la sociedad a la que supuestamente sirve. La indecisión, la falta de gobierno estable o definido hace que las inversiones, la economía y la seguridad sean volátiles.

El ambiente político en España me hace reflexionar en cómo el estado de ánimo de muchos puede ser influenciado por la decisión, o indecisión de un puñado de dirigentes. Es muy fácil intentar agradar a todos, y también es muy fácil dar “golpes sobre la mesa” en asuntos más pequeños para dar la impresión de que se sigue al “control” de la situación, pero nada de eso sirve.

Me miro al espejo y, siendo algo muy diferente e incomparable, me pregunto, ¿qué clase de liderazgo espiritual puedo estar desarrollando? ¿Intento agradar a todos a cualquier precio? ¿Intento marcar mi “cuota de poder” con pequeños golpes en la mesa? Estas preguntas son aplicables a cualquiera de nosotros, desde el máximo responsable de cualquier institución u organización, pasando por el pastorado, ancianato, diaconado, maestro de escuela sabática, padre o madre… Todos tenemos nuestro ámbito de influencia y nuestra parcela de la que somos responsables.

Santiago nos amonesta en una breve pero contundente frase: “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1:8). Cuántas veces hemos visto a personas que han restado importancia a un tema y al poco ver que se le empieza a “escapar de las manos”, le atribuye más importancia de la que procede, intentando compensar. Los argumentos son sencillos, “te he dado libertad de elección”, “no me gusta imponer”, etcétera.

Pablo nos dice que el que desea ser anciano, “que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad” (1 Timoteo 3:4) para que sirva de ejemplo a la iglesia. El liderazgo es estar en las duras y en las maduras, de madrugada cuidando al bebé con fiebre, o buscando soluciones para la familia. Dejar pasar el tiempo sin más no arregla los problemas, ni quita la fiebre del hijo. La indecisión o la falta de determinación a la hora de enfrentar situaciones no hace más que agravar el problema. No actuar ante un hijo rebelde a tiempo sólo acrecenta su mala educación, y hace que el resto de la familia se sienta incómoda o peor.

No es fácil encontrar el equilibrio entre el liderazgo proactivo, correctivo, dúctil y a la vez modelador, pero lo que está claro es que dejar la solución de los problemas de una semana en otra, de un mes en otro, lleva a la indecisión e indeterminación, y por lo tanto, la desconfianza. Así lo vemos en esta Piel de Toro en la que habitamos, y así lo podemos hacer nosotros sin querer también en otras esferas más pequeñas, alrededor nuestro.

Santiago nos vuelve a regalar otra frase de denso contenido: “que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación” (Santiago 5:12). No seamos de doble ánimo, y tengamos suficiente confianza en Dios, conocimiento y sabiduría de Él como para poder afirmar o negar las cosas ante nuestros hijos, hermanos, compañeros, vecinos, sin duda alguna, sin desidia, sin postergar respuestas, y sin tener que acompañar más tarde los argumentos con un “golpe en la mesa” infructuoso.

Revista Adventista de España