Imposible de olvidar
Un accidente es una experiencia horrible, lo digo por propia experiencia. En 1992, junto a mis dos ocupantes, tuve un accidente de tráfico que podía haber tenido un resultado trágico. En aquel entonces, la autovía del Mediterráneo, a la altura de Requena, Valencia, todavía no estaba construida, por lo que conducía por una carretera de doble sentido.
Había sido una noche lluviosa. Eran sobre las 7 de la mañana cuando, tras realizar un adelantamiento, toqué un poco el freno para posicionarme detrás del siguiente vehículo y perdí el control del coche. El coche zigzagueó descontrolado hasta que nos golpeamos contra el lateral de un camión que venía en sentido contrario. El coche quedó destrozado. El seguro lo declaró siniestro total. Cuando el coche fue llevado al taller del desguace, el dueño del taller quiso saber cuántos fallecidos había habido. Así de mal había quedado el vehículo. Afortunadamente, mis dos acompañantes tan solo sufrieron una leve contusión en un brazo y a mí no me pasó nada.
El accidente de la avioneta
Lo que más me impresionó del accidente fue el estruendo que generó el impacto del coche contra el camión. Realmente impresionante. Todavía hoy lo recuerdo vívidamente.
Hace unas semanas una avioneta se estrelló en la selva colombiana, ¡tuvo que ser una experiencia aterradora para los ocupantes! La sensación de impotencia, de no poder hacer nada al respecto… Seguramente pensaron que iban a morir. El ruido generado por las ramas de los árboles, golpeando violentamente contra el fuselaje de la avioneta, y finalmente, el estruendo, ¡ese estruendo que provocó el golpe de la pequeña nave contra el suelo!
Iban a bordo, además del piloto, una mujer acompañada de tres niños de 13, 11 y 4 años, y un bebé de 9 meses, además de otra persona que viajaba con la familia. A medio camino del trayecto, cuando estaban sobrevolando la selva amazónica colombiana, el piloto avisó por radio de que se había producido un fallo en el motor. No volvió a comunicarse con la torre de control.
Búsqueda incesante
Las autoridades colombianas actuaron con celeridad e iniciaron una búsqueda exhaustiva por la zona amazónica en la que se estrelló la avioneta. Se localizó la avioneta y a los tres adultos fallecidos en el accidente, por lo que se inició una operación de búsqueda y rescate de los tres niños y el bebé.
Los días pasaron y no había ni rastro de ellos. La nación estaba en vilo. Las fuerzas especiales colombianas fueron movilizadas en un intento decidido por encontrar a los niños. La búsqueda no estaba exenta de retos y dificultades, la oscuridad de la selva en la que los rayos de sol apenas alcanzan a pasar entre los árboles, la frondosidad del entorno que no permite ver a más de 20 metros de distancia, la topografía del lugar, etc.
Cuando parecía que había que resignarse y perder la esperanza, se encontraron huellas de pies que reavivaron el ánimo de la nación que seguía con mucho interés la búsqueda de los niños. Con el paso de las jornadas se encontraron objetos que confirmaban que los niños todavía estaban vivos. Como afirmó una fuente del ejército, «Esto alienta el titánico esfuerzo de la Operación Esperanza, donde más de 350 colombianos, entre instituciones del Estado, población civil y comunidades, emplean todas sus capacidades tecnológicas, conocimientos y experiencias para desafiar lo imposible y traer de regreso a los cuatro niños».
Encontrados sanos y salvos
Cuarenta días después de producirse el accidente, un equipo de rescate compuesto por militares e indígenas de la zona encontraron a los cuatro niños en la selva de Solano, estado de Caquetá, Colombia. El presidente colombiano, Gustavo Petro, anunció la feliz noticia: los cuatro habían sido encontrados sanos y salvos.
Tras el fatal accidente, las autoridades colombianas estaban decididas a encontrar a los tres niños y al bebé supervivientes de la tragedia. Pusieron todos los recursos técnicos y humanos para que así fuera. Afortunadamente, el empeño de todos los que de alguna manera participaron en la operación de rescate, produjo el mejor de los resultados para alivio de ese padre que ahora, tristemente, era viudo.
El gran rescate
Esta historia me recuerda a otro rescate. La Divinidad no se mantuvo impasible ante la situación en la que iba a quedar la humanidad una vez que el pecado entró en este mundo. Se movilizó y puso todos los medios para recuperar a sus hijos perdidos en la rebeldía del pecado. Hijos ahora en manos del enemigo de Dios, (1ª Jn. 5:19, «El mundo entero está bajo el poder del maligno»).
El compromiso de Dios con la raza caída es tal que decidió lo inimaginable: Que el propio Creador se convertiría en criatura en la figura de Jesús; Que viviría entre los hombres para servir con máxima abnegación y altruismo. Y que Emanuel, Dios con nosotros (Mt. 1:23), siendo Eterno, se haría mortal en una cruz para salvación del ser humano, Fil. 2:6-8, «El cual, siendo en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a lo que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz».
El milagro
Los tres niños y el bebé de casi un año sobrevivieron 40 días y 40 noches en la selva amazónica, toda una hazaña seguramente sin precedentes. Deshidratados, llenos de picaduras de mosquito, desnutridos, resulta casi inverosímil que pudieran sobrevivir en las duras condiciones que impone la selva. Al ser rescatados, los militares gritaron por radio en clave: «milagro, milagro, milagro, milagro». Un «milagro» por cada menor que encontraron vivo en la espesura del Amazonas colombiano.
Pero el mayor rescate, y el mayor milagro, que se ha producido a lo largo de toda la historia de la humanidad, no es ese, sino el que protagonizó Jesucristo. Leemos en Lc. 19:10 que el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido y Mt. 20:28 añade, «para dar su vida en rescate por muchos».
La misma idea presenta el apóstol Pablo, 1ª Ti. 2:5,6, «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador también entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre, quien se dio a sí mismo en rescate por todos, testimonio dado a su debido tiempo». El mismo Pablo apunta la razón de ese rescate, Tit 2:14, «Quién se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad». La única motivación de Jesús para venir a este mundo fue nuestra salvación, salvarnos de la maldición del pecado y de su consecuencia última, sufrir la segunda muerte, la muerte eterna.
Una respuesta inevitable
Cuando somos verdaderamente conscientes de esa realidad, la respuesta no se hace esperar. ¡Cómo no servir a un Dios así! ¡Cómo no vivir por y para Él cuando ha hecho todo lo necesario para que podamos gozar por la Eternidad, aunque nosotros no nos lo merezcamos! ¡Entreguémonos a nuestro Salvador de tal manera que nuestros frutos evidencien nuestro agradecimiento! El gran rescate de Jesús por la Humanidad requiere, por parte de todos, una respuesta, un posicionamiento, una reacción. Igual que los cuatro niños finalmente llegaron a su hogar, nosotros también podemos llegar a nuestro hogar cuando Cristo vuelva. Un lugar en el que solo existirá felicidad, porque el pecado no existirá más, Ap. 21:4: «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron».
Autor: Antonio Ubieto, pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Oropesa y Liria (España), y colaborador de La Voz de la Esperanza.
Imagen: Shutterstock