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Foto: (cc) Wikimedia / Yjenith. Esquina: Gely Armenteros, Asesora Departamento Educación UAE.

“Así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros” (Rm 12:5)

Las recientes investigaciones relacionadas con las nuevas pruebas de visualización cerebral , así como la información que estas técnicas nos aportan sobre el cerebro humano, han propiciado la aparición de una nueva disciplina relacionada con la neurociencia, la educación y la psicología, denominada neuroeducación. Esta disciplina pretende aprovechar los conocimientos sobre el funcionamiento cerebral para enseñar y aprender mejor.

Una de las aportaciones de estas investigaciones científicas al campo educativo está relacionada con la educación del grupo y el fomento de actividades cooperativas en lugar de las habituales competitivas. El descubrimiento de las neuronas espejo ha sido clave para explicar el desarrollo del cerebro en contacto con otros cerebros, tanto por el aprendizaje imitativo como por el desarrollo de la empatía.

No debemos olvidar que Dios nos ha diseñado como seres sociales y debemos educarnos en esta área. Adán necesita de Eva para que ambos sean el Hombre. El ser humano necesita de otros seres humanos para ser persona. Solos somos insuficientes. La unión, y no la desunión, nos hace el modelo de criatura diseñado por el Creador.

El desarrollo de habilidades sociales por parte del entorno familiar es mucho más que la participación de nuestros hijos e hijas en actividades grupales, ya sean escolares, extraescolares, de la localidad o de la iglesia. La colaboración no competitiva dentro del grupo implica no solo el desarrollo de buenas herramientas de comunicación social (saber escuchar, expresar y respetar las opiniones diferentes) sino también ayudar o colaborar con los compañeros que son diferentes a nosotros. Ello significa que yo crezco o mejoro en la medida en que hago que otros crezcan o mejoren.

La concepción del aprendizaje cooperativo surge como alternativa a las enseñanzas tradicionales individualistas, como consecuencia de grandes desigualdades sociales resultantes de políticas capitalistas o neoliberales donde el triunfo individual es fundamental, y está generalmente relacionado con recompensas materialistas y no a nivel socioemocional. El cooperativismo aparece con la confluencia de diferentes teorías, que van desde la Teoría Sociocultural de Vygotsky, pasando por Piaget, las relacionadas con la Interdependencia Positiva (Johnson), hasta la Teoría de las Inteligencias Múltiples de Gardner.

Todos los que admiramos la figura de Cristo observamos que el grupo social tiene una gran relevancia y raíces profundas de cooperativismo, ya que tanto en su vida como en sus expresiones manifiesta un espíritu altruista, humilde, empático, con una actitud de servicio y de ayuda, rasgos característicos de un buen compañero social. En la narración que realiza Cristo de la historia del hijo pródigo, vemos a un hijo mayor que no ha entendido la necesidad de buscar su propio bien y el del grupo, pues sólo piensa en sus propios triunfos. Tanto su padre como su hermano, o mejor dicho, el contexto de grupo familiar, estaban en un segundo plano. El hermano pequeño tampoco piensa en el grupo, ya que vive la vida, pensando sólo en su beneficio.

Hay otras historias bíblicas que transmiten directamente el buen o mal concepto de rango en el grupo social. Una de ellas es la petición que hace la madre de los hijos de Zebedeo. Le pide a Jesús puestos de privilegio para sus dos hijos. Esta historia produce una relativa repulsa ante la actitud de la madre, ya que manifiesta un alto egocentrismo hacia su grupo familiar.

En ambas escenas podemos observar una educación centrada en el individuo, en el yo, donde el grupo se encuentra en segundo lugar. Se trata de la típica educación competitiva, incluida en el plano espiritual. Es una educación en la que el cooperativismo puede manifestarse verbalmente, pero no se ha inculcado en el corazón del individuo y del grupo. Se habla de la importancia del grupo, pero luego priman los intereses familiares y, concretamente, las necesidades de los nuestros, entre ellas la de ser los mejores o llamar más la atención.

Generalmente, las familias cristianas manifestamos un gran sentimiento de protección hacia nuestros niños, debido probablemente a diferentes miedos, entre ellos la pérdida de valores o el fracaso de la educación moral y condicionado por el deseo emocional de que nuestros hijos triunfen en lo que consideramos más importante, el carácter.

Es una gran satisfacción que nuestros hijos tengan cargos de responsabilidad en la iglesia, o que aparezcan en múltiples actividades por sus talentos. No obstante, hemos de evitar el desarrollo de actitudes excesivamente individualistas o competitivas, ya que el hecho de destacar, tanto por arriba como por abajo, resulta muy importantes en este tipo de educación. Puedo sobresalir porque un gran grupo me mira y me admira, incluso me sigue. Sucede lo mismo con los últimos lugares, ya que son posiciones que también consiguen la atención, incluso la admiración, de otra parte del grupo, evidentemente de los que están más próximos.

¿Cuántos padres o madres no tienen la típica discusión diaria sobre el primero o el último en las rutinas diarias de su familia? Los que trabajamos en la docencia y formamos filas diariamente observamos constantemente a niños que discuten por los puestos de más atención o privilegio o por todo lo contrario, son niños que piensan en sus derechos o necesidades más que en las de los demás.

Trabajar los valores de grupo, y beneficiar con mis acciones a todos los miembros del grupo, no es tarea fácil, pero es uno de los grandes principios del evangelio, el amor a los demás como a ti mismo. En la educación competitiva, uno de los lemas es que debo ser el mejor y, si no puedo, pues el peor. Sin embargo, en la cooperativa, quiero que mi compañero sea tan bueno como yo.

Los padres nos molestamos bastante con este tipo de “ñoñerías” que manifiestan en el hogar nuestros hijos, pero no nos sucede lo mismo cuando el mismo problema se presenta en otros grandes grupos como pueden ser los escolares o de iglesia. En muchas ocasiones, entramos en contradicciones con los valores que expresamos en nuestras familias, y nos agrada que los nuestros sean “los primeros de la fila”.

El germen de la desunión vence, en el Edén, con el pecado y posteriormente con Caín. Actualmente podemos sentir que en muchas de nuestras relaciones sociales este germen nos hace tanto daño que nos aleja incluso del objetivo cristiano, tanto dentro de nuestras familias, como de nuestro contexto grupal de Iglesia. La familia tiene una gran responsabilidad en todas las comunicaciones relacionadas con mensajes competitivos o cooperativos, ya que serán la expresión de los pensamientos vinculados al bienestar individual, del yo, o al grupal, como familia de Dios.

El espíritu de ayuda, la idea de servicio por los otros han de ser las bases que fundamenten la comunicación diarias con nuestros hijos. Uno de los mayores objetivos ha de ser la mejora de las relaciones y el crecimiento conjunto. De esta manera desarrollaremos nuestro carácter y el del grupo con el que se establece la relación. Debemos recordar que tanto nosotros como nuestros hijos creceremos cuando ayudemos a otros a crecer. Deberíamos preguntarles frecuentemente, por no decir casi a diario, a nuestros hijos, a qué compañeros han ayudado en el aula, cuántos compañeros has sacado buenas notas por su ayuda, no quién las ha sacado mejores o peores .

Las relaciones familiares que se establecen bajo la dominación o la sumisión empequeñecen, tristemente, al dominador y al sumiso. Cuando se lee el texto de los dos hermanos, el concepto sobre ellos y su madre cambia, y se ven pequeños, como niños que están sujetos a su egocentrismo natural. Aquellas familias o miembros de familia que suelen anteponer sus necesidades personales al crecimiento de su grupo, también manifiestan un concepto centrado en lo personal y no en la idea de servicio.

No debemos olvidar que, tanto en las familias cristianas como en el grupo de iglesia, hemos de tener claros los objetivos de cooperación y no de competición, la necesidad de interdependencia positiva, de que todos nos necesitamos y que debemos ir creciendo a través de nuestras relaciones, tanto positivas como negativas . El conflicto siempre va a existir , pero el problema ya no serán los conflictos, sino la manera en la que los resolvamos. Por consiguiente, el tipo de comunicación saludable está muy relacionado con los objetivos cooperativos y, a su vez, con el desarrollo de habilidades socioemocionales.

Un estudio sobre los comportamientos cooperativos y su influencia en el cerebro (Rilling, 2002), realizado a 36 mujeres, demostró que se incrementaba el sistema de motivación y gratificación con la dopamina, dando como resultado mas altruismo y aplazando la recompensa.

La neurociencia nos sorprende con sus avances y sus posibles aplicaciones a la educación, pero solo está demostrando que Jesús era un líder grupal, y que sabía lo necesario e importante que es para el ser humano el crecimiento con el grupo, no al lado del grupo.

Los padres y madres debemos reflexionar sobre las maneras en que nos expresamos con nuestros hijos, mirando si tenemos el pensamiento de amor y servicio al grupo que manifestó Cristo. Puede ser que nos movamos en un contexto donde lo importante son los triunfos materiales o de acciones, donde el materialismo tiene una fuerza incontrolable, pero nosotros, seguidores de Cristo, no estamos para ser servidos sino para servir y dar. Este principio debe ser fundamental en la educación que transmitamos a nuestros hijos, una educación alejada del espíritu individualista y competitivo, una educación desvinculada del deseo de sobresalir y centrada en los resultados grupales y la satisfacción de todos los miembros del grupo, donde la paciencia, la responsabilidad y el servicio sean valores para enfrentar los desafíos que se les planteen a nuestros hijos en el contexto actual y futuro de una manera práctica y no teórica.

Referencias:
Rilling, et al. (2002) A neural basis for social cooperation. Neuron, tomo 35

Revista Adventista de España