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Lectura bíblica: Salmo 50:12 «Si yo tuviera hambre no te lo diría, pues mío es el mundo y todo lo que contiene».

Hay una razón por la cual Dios es el Dueño de la tierra: «Él la afirmó sobre los mares, la estableció sobre los ríos», declara el Salmo 24 en el versículo dos. Por lo tanto, por derecho de creación, el versículo uno de este Salmo establece, que «del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan». Entonces, basado en estos derechos de posesión absoluta otorgados por la vía de la creación, el Dueño del mundo, el Creador, le dice a la criatura humana, obra de sus manos, lo siguiente: «Si yo tuviera hambre no te lo diría, pues mío es el mundo y todo lo que contiene.»

¿Cuánto tiene Dios como Dueño del mundo? ¿Puede contabilizarse el monto de las riquezas que hay en el planeta? Con tanta riqueza, ¿necesita Dios algo de nosotros? Y si no lo necesita, ¿por qué nos pide que demos? Debe haber alguna buena razón, y vamos a buscarla contestando estas curiosas interrogantes.

¿Cuánta riqueza contiene el mundo?

Pongamos como ejemplo la plata, un metal precioso y muy codiciado. En Hageo 2:8 el Dueño del mundo dice: «Mía es la plata.» ¿Cuánta plata hay en el mundo? Bueno, para que se haga una idea, en el año 2008 se extrajeron de las minas de plata en todo el planeta unas 21.178 toneladas del precioso metal. ¿Es eso bastante? Para calcular su valor en dinero tenemos que usar el precio del metal en el mercado mundial. En 2012 la plata tenía un valor mayor que en 2009, pero quedémonos con el precio de este último año. En el mes de octubre andaba cerca de 18 dólares la onza. Así que tiene que multiplicar el número de onzas que hay en 21,178 toneladas por 18 dólares cada onza. ¿Cuál es el resultado? Asómbrese: ¡Es un poco más de 12 mil millones de dólares! Y Dios, el Dueño del mundo nos recuerda: «Mía es la plata». Además, tenga presente que esa es la plata extraída de las minas solo en un año, pero en el mundo hay mucho más, y toda es de Dios por derecho de creación.

Pero en Hageo 2:8 aparte de señalar que él es el Dueño de la plata, Dios agrega: «y mío es el oro». ¿Cuánto oro hay en el mundo? Bueno, la producción mundial del llamado rey de los metales es de unas 2.500 toneladas anuales, y se considera que en el mundo existen unas 160 mil toneladas extraídas de las minas. ¿Cuál sería el valor de todo ese oro en dinero? Si tomamos el precio actual por tonelada, el cual anda alrededor de 45 millones de dólares, ¡el resultado es un poco más de 7 mil billones de dólares! Y Dios es el Dueño de esa inmensa riqueza. ¡Pero eso no es todo!

Especialistas financieros han calculado el valor de todos los bienes, inversiones y servicios del mundo, y el resultado aproximado es de unos 65 trillones de dólares, una cantidad difícil de imaginar. «Mío es el mundo y todo lo que contiene», dice el Señor. Pero aún hay más. Los expertos consideran que en realidad, la mayor riqueza del planeta es su extraordinaria diversidad biológica. Hasta este momento, esos especialistas, llamados taxónomos, han logrado clasificar cerca de 2 millones de especies vivas, pero creen que puede haber unos 13 millones y aún más. Todas creadas por Dios. Por lo tanto, ¡le pertenecen! Pero hay más.

Veamos el agua, el recurso natural más importante y la base de toda forma de vida en el planeta. Es tan valiosa, que el Banco Mundial ha acuñado la siguiente frase: «si el siglo XX fue el de lucha por los combustibles fósiles, el siglo XXI lo será por el agua». Así de valiosa es el agua, ¡más que el oro por supuesto! Osvaldo Canziani, Premio Nobel de la Paz 2007, dijo lo siguiente: «Las expectativas comerciales, respecto del agua, la ubican como un negocio del orden de trillones de dólares para el siglo XXI». De hecho, la cotización del agua embotellada es mayor que la del petróleo. ¡Y pensar que Dios cubrió la superficie de su planeta con un 70% del preciado líquido y que todo es de él! ¿Y qué decir de los demás recursos naturales de la Tierra? ¡Todo es propiedad del Señor! ¡Él es el Dueño!

La Tierra también es rica en plantas alimenticias. Se calcula que hay unas 80 mil que son comestibles, de las cuales usamos apenas unas 100, las que proveen alrededor del 90 por ciento del alimento que la humanidad consume. Pruebe hacer una lista de los alimentos que usualmente consume, y se dará cuenta de lo difícil que será escribir al menos unos 100 alimentos. ¡Pero Dios ha creado más de 80 mil plantas comestibles! Basado en esta súper abundancia es que Dios, el Creador, le dice a la criatura que él creó: «Si yo tuviera hambre no te lo diría, pues mío es el mundo y todo lo que contiene».

¿Necesita Dios algo de nosotros?

No, Dios no necesita nada de nosotros; pero nosotros sí lo necesitamos todo de él. Por ejemplo, si él tuviera hambre, no necesitaría que le diéramos algo para saciarla, pero nosotros, que todos los días sentimos hambre, y tres veces por día, sí clamamos a él suplicantes: «danos hoy nuestro pan cotidiano», tal como el Señor nos enseñó a rogar en la oración modelo de Mateo 6:11. ¿Y qué hace el Dios proveedor para responder esta oración? Cada nueva mañana nos provee el pan nuestro de cada día. Por lo tanto, nosotros somos los necesitados; no él.

Recordemos que Dios no es hombre para que sienta hambre como nosotros. De hecho, en el versículo 21 de nuestro Salmo 50 nos pregunta: «¿Acaso piensas que soy como tú?» Para el hombre, el hambre es una realidad diaria, pero para Dios es solo una figura que usa para explicar que no necesita nada de nosotros, pues «el mundo, y todo lo que contiene» es de él. ¡Y ya vimos que las riquezas de su planeta Tierra son incuantificables!

Los griegos, al observar la súper abundancia que hay en la tierra para alimentar a tantas criaturas vivas, la compararon con una madre alimentando a sus hijos, y entonces le pusieron a la tierra el nombre de «Gaia», palabra que significa «madre proveedora». Ese es el origen de la expresión «madre tierra», que tan a menudo escuchamos en nuestros días, o también la expresión «madre naturaleza». Los griegos se referían a la tierra como una «madre proveedora», debido a las incalculables riquezas que hay en el planeta con las cuales las criaturas suplen sus necesidades. Pero estaban equivocados, pues no tenemos una madre proveedora, sino un Padre proveedor que satisface todas nuestras necesidades. «Mío es el mundo, y todo lo que contiene», dice nuestro Padre, y puesto que él se compadece de nuestras necesidades, las satisface plenamente son su súper abundancia. Si cada día oramos: «danos nuestro pan cotidiano», él tiene de sobra para suplir nuestra necesidad de alimento, y lo hace; día tras día.

¿Cómo responderle al Señor?

Ante el despliegue que el Dueño del mundo hace de toda esta provisión para satisfacer nuestras necesidades, ¿cuál será nuestra respuesta? Debemos pensarla bien muy bien. Luego de poner frente a nosotros los hechos de su híper abundante creación, diciéndonos que el mundo y todo cuanto contiene es de él, en el versículo 22 del Salmo 50 el Señor nos invita a reflexionar en estos hechos con las siguientes palabras: «Consideren lo que he dicho». Es decir, piénsenlo bien, analícenlo detenidamente, dedíquenle profunda reflexión. Es una invitación a meditar en nuestro Dios como Dueño del mundo y todo cuanto contiene, pero también como proveedor que satisface todas nuestras necesidades con su súper abundancia.

Después de hacer esto, debe haber una respuesta. No nos podemos quedar solo con la reflexión. Debe haber una respuesta. ¿Cuál será? El salmista nos la indica en el versículo 14 del Salmo que estamos estudiando: «Ofrece a Dios tu gratitud, cumple tus promesas al Altísimo». Notemos, es una respuesta en dos direcciones. Primero, «ofrece a Dios tu gratitud», y segundo, «cumple tus promesas al Altísimo».

Ofrecer gratitud es expresarla, pero también es ofrendarla. Decir gracias es muy fácil, solo requiere palabras; pero mostrar gratitud requiere hechos. Lucas 7:37 literalmente nos habla de «una mujer que tenía fama de pecadora», pero luego que Jesús perdonara sus pecados, en este versículo y en el 38 leemos que llena de gratitud y amor, «se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos, también se los besaba y se los ungía con el perfume». Eso es gratitud, al borde del renunciamiento de un perfume que costaba el salario de un jornalero durante un año de trabajo. Aquel perfume se convirtió en una ofrenda de gratitud.

Pero aparte de ofrecer a Dios mi gratitud en respuesta a su abundante provisión para satisfacer mis necesidades, parte de esa respuesta debe ser el cumplimiento de mis promesas de fidelidad en todo aquello que demande serle fiel: «Cumple tus promesas al Altísimo». Por lo tanto, debo ofrecerle mi gratitud de manera evidente, y también debo serle fiel en todo cuanto de mí exija fidelidad total. Así es como se le responde a un Dueño del mundo y todo cuanto contiene y que usa toda esa súper abundancia para satisfacer todas nuestras necesidades. No puede ser menos.

Conclusión

Entonces, ¿por qué Dios nos pide que demos? Porque a través de nuestras ofrendas le expresamos de manera tangible y evidente nuestra profunda gratitud. Y Dios, el Dueño del mundo, en el versículo 23 de nuestro Salmo dice: «Quien me ofrece gratitud, me honra». Por lo tanto, honremos al Señor ofreciéndole nuestra gratitud por ser nuestro Padre proveedor, y seamos íntegros en cumplirle nuestros votos de fidelidad.

«Mía es la plata, y mío es el oro», dice el Dueño del mundo en Hageo 2:8. «Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan», reafirma el Salmo 24:1. La incalculable riqueza biológica del planeta, sus inmensos recursos naturales, todo le pertenece al Dueño que los creó. Toda esa sobre abundancia, Dios la usa para satisfacer nuestras necesidades, como buen Padre proveedor que él es. La única respuesta posible ante el despliegue de su bondad, es ofrecerle nuestra gratitud y cumplirle nuestras promesas de serle fiel, porque quien le ofrece gratitud lo honra. ¿Desea usted en esta hora honrar el nombre del Señor?

Revista Adventista de España