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Pepe estaba desayunando, un domingo de mañana, cuando oyó que alguien tocaba el timbre. Sabía que era su amigo David, porque todas las mañanas lo visitaba más o menos a la misma hora.

Los dos niños eran vecinos. Todas las mañanas jugaban juntos y por la tarde iban al jardín de infantes de la Sra. Guerrero.

-Vamos a casa -dijo David-. jugaremos con mis juguetes.

-Bueno -replicó Pepe-.

Cuando llegaron a la casa de David, subieron al cuarto de éste y David sacó varias cajas del armario. En una había un juego de vaqueros, indios, caballos, tiendas y cabañas. Otra tenía pinceles y pinturas de colores vivos. Una tercera caja tenía un rompecabezas y otra tenía cubos para hacer construcciones.

Pepe construyó un rascacielos y luego una tienda.

Mientras él construía, David pintó varios cuadros. Pintó un hombre de nieve con la bufanda y la escoba. Luego pintó algunos gatos y una gallina. El último cuadro mostraba dos muchachos parados frente a una casa.

Cuando Pepe estaba guardando los bloques de construir, vio otra caja en el armario.

-¿Qué hay en esa caja? -preguntó-.

-Es mi nuevo quitanieves. Mi abuelo me lo mandó. Funciona con batería, y arrastra lo que encuentra por delante. Hace lo que tú quieras con solo apretar botones -dijo y sacó el quitanieves de la caja.

-¿Puedo jugar con él? ¿Puedo, por favor? -rogó Pepe.

David guardó silencio por un momento.

-No -dijo finalmente-. Si juegas mucho con él, las pilas se gastan, y no tengo más.

-Por favor, no lo usaré mucho. Jugaré con él sólo un poquito.

-Bueno… Tal vez puedes jugar con él un poquito -dijo por fin y se lo pasó a Pepe.

-Gracias. Eres un verdadero amigo.

Pepe apretó un botón, y el brillante quitanieves rojo atravesó el cuarto. Corrió alrededor de la mesa, y debajo de las sillas. Hizo entrar un lápiz en el ropero. Pasó por encima de una de las zapatillas azules de David, y luego… se detuvo. Pepe volvió a apretar el botón, pero el quitanieves no se movió.

-¡Lo rompiste! ¡Gastaste la batería! Ahora no puedo usar mi nuevo quitanieves -gritó David y comenzó a llorar.

-Yo no rompí tu quitanieves. Se paró solo. ¡Yo no le hice nada! -Y las lágrimas comenzaron a correr también por las mejillas de Pepe.

-De cualquier manera, ahora me voy a casa -dijo, poniéndose la chaqueta.

Pepe se enjugó las lágrimas mientras salía de casa de David. Aquella noche ambos se sintieron muy tristes.

Todos los días, después de desayunar, David llamaba a Pepe para ir juntos a la escuela. Salían en sus bicis, antes de que amaneciera, para lograr llegar puntuales. Pero aquel lunes Pepe estaba seguro de que David no iría a buscarle.

Le había resultado tan divertido jugar con el quitanieves, que sin querer había gastado la batería. Había entristecido a su amigo, y ahora él también se sentía triste. ¿Qué podría hacer para mostrarle a David que lo sentía? De pronto se le ocurrió una idea.

En el momento en que estaba saliendo de su cuarto con una bolsita en la mano, sonó el timbre. Era la hora en que generalmente David lo pasaba a recoger. ¿Sería David? ¿Ya no estaría enfadado con él?

Pepe corrió a la puerta. Allí estaba David, como siempre, con su bici esperándole.

-Es hora de irnos -dijo.

Ambos muchachos salieron en sus bicis de camino a la escuela. Pero justo cuando pasaban por el lago, Pepe le indicó a su amigo que se detuviera.

-¡Espera! Esto es para ti -dijo Pepe y le pasó la bolsita a David.

Cuando David la abrió, vio que dentro había dos pilas.

-Son de mi linterna -dijo Pepe-. Están casi nuevas, y te servirán para hacer funcionar tu quitanieves.

David se puso las pilas en el bolsillo, y los dos muchachos continuaron su camino.

-Es genial tener un amigo que vive en la casa de al lado -dijo Pepe-.

– Y también es estupendo ir a la escuela con un amigo -añadió David guiñandole un ojo-

Sheila Hollander

Foto: Alfred Schrock en Unsplash

 

Revista Adventista de España