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Dios está obrando en el mundo, y nos invita a unirnos a él en esa tarea.

La noticia apareció hace algunos años y aunque es triste, hoy día es algo muy común. Una joven llamada Ashley Smith salió a comprar cigarrillos en la madrugada –un deseo no muy sano ni piadoso–, y terminó en los brazos del acusado de violación y homicidio Brian Nichols. Él la forzó a regresar a su apartamento, la amarró y le dijo: «No te haré daño si haces lo que te digo».1

¿Qué haría usted en esas circunstancias? ¿Comenzaría a rogar, gritar u orar? En ese terrible momento, ella llena de la gracia al alcance de todos, vio una oportunidad de servicio. Comenzó a conversar con Nichols, le preparó el desayuno, le contó su historia y lo escuchó. Le reveló su apertura a la gracia, sus propias heridas que Dios estaba sanando, y toda la situación cambió.

He aquí una mujer que apenas lograba sobrevivir. No podía siquiera cuidar de su propio hijo, y andaba por la calle en la madrugada, en busca de cigarrillos. He allí un hombre buscado por violación y homicidio. A pesar de ello, en ese instante, sucedió algo milagroso. Smith se unió a Dios en su obra, y Nichols encontró a Dios. Ese hombre vio que aunque su vida estaba llena de la sangre y el dolor de otras personas, podía cambiar de rumbo; podía liberar a Smith y servir a Dios en la prisión. La vida de Ashley Smith también se vio transformada por esa experiencia. Logró dejar de lado las drogas que dominaban su vida. Al hablar con Nichols, se dio cuenta de que Dios la había cambiado y le había otorgado un propósito.2

Un diálogo transformador

Hace tiempo, otra mujer quebrantada y avergonzada que vivía en pecado, dejó su casa para un urgente recado. Cuando fue a buscar agua al pozo de Jacob al mediodía, no sabía que antes de que terminara el día sería la misionera de Dios para todo el pueblo. Jesús, que viajaba desde Judea a Galilea a través de Samaria, se detuvo a descansar junto al pozo de Jacob. Entonces «llegó una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: “Dame de beber”» (Juan 4:7). Fue un simple pedido que llevó a un diálogo transformador.

«Dios quiere usar todo lo que somos en su misión al mundo».

En esa conversación, Jesús despertó el interés de la mujer, respondió con paciencia sus preguntas, y con amor cuestionó sus elecciones de vida. Cuando su corazón estuvo listo, el Mesías se le reveló de esta manera: «“Yo soy, el que habla contigo” […]. Entonces la mujer dejó su cántaro, fue a la ciudad y dijo a los hombres: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?” Entonces salieron de la ciudad y vinieron a él» (vers. 26-30).

Una vez que la mujer samaritana encontró al Mesías, compartió inmediatamente su experiencia con otros, y olvidó para qué había ido al pozo. Los habitantes del pueblo conocían su vida quebrantada, pero percibieron un cambio en su comportamiento –la curación de su vergüenza y temor, gracias al encuentro con el Salvador– y se acercaron a Jesús gracias a su testimonio (vers. 39). Elena White mencionó: «Esta mujer representa la obra de una fe práctica en Cristo. Cada verdadero discípulo nace en el reino de Dios como misionero».3

Jesús dijo: «Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo» (Juan 17:18). Dios nos llama a compartir las buenas nuevas con todos los que se cruzan en nuestro camino. Pablo lo expresa así: «De ninguna cosa hago caso ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hech. 20:24). Después de todo, Pablo nos dice, todos somos embajadores –misioneros– enviados en una misión de compartir la gracia que hemos recibido en el ministerio de reconciliación (2 Cor. 5:19).

Un mensaje de reconciliación

Desde el mismo comienzo, cuando Dios, el gran misionero, vino en busca de la humanidad quebrantada en el Edén, trajo un mensaje de reconciliación al mundo. A lo largo de la historia bíblica, Dios pidió constantemente a su pueblo que cruzara cada barrera –cultural, religiosa, social– con ese mensaje de gracia. El Señor usó a las personas más improbables como sus testigos: Abraham el mentiroso; Sara la incrédula; José el soñador; Ester la temerosa; David el conspirador; Santiago y Juan los irascibles; Tomás el cuestionador; Pedro el negador; María la llorosa; Pablo el perseguidor. Ellos, transformados por el mensaje de gracia y reconciliación, transformaron el mundo para Dios, y sus vidas nos siguen inspirando aun hoy.

Dios nos ha llamado a todos, como miembros de su cuerpo, a unirnos a su misión para este mundo. ¡Qué privilegio trabajar con Dios, hacer algo de significación eterna, llevar reconciliación, preparar a las personas para el pronto regreso de Cristo! Una obra tal requiere de compromiso e intencionalidad en medio de las distracciones, ocupaciones y nuestro propio egoísmo. A pesar de ello, Dios necesita que todos trabajemos juntos, porque todos nos encontramos con personas a las que estamos calificados para alcanzar.

Dios puso en la oscura vida de Brian Nichols alguien cuyo testimonio era peculiarmente apropiado para tocar su vida. Dios quiere hacer lo mismo en nuestro caso si estamos dispuestos a que él nos use. Todos podemos compartir lecciones de una vida con Cristo. ¿Ha fallado usted? ¿Ha sido herido? ¿Ha hallado consuelo y sanidad en Jesús? ¿Cómo ha obrado Dios en su vida? Ese es el mensaje que él le quiere dar. ¿Cuáles son sus intereses, sus mayores dones y capacidades? Dios quiere usar todo lo que somos en su misión al mundo.

Dios nos ha dado un testimonio único a cada uno, una experiencia de vida particular y un llamado singular. Aunque no sintamos que tenemos algo para compartir, ni tengamos una gran educación o posición social, podemos contar a otros lo que Dios ha hecho por nosotros. Me gustan mucho los comentarios de Elena White sobre la historia de los dos endemoniados (Mat. 8:28-34; Mar. 5:1-20): «Los dos endemoniados curados fueron los primeros misioneros a quienes Cristo envió a predicar el Evangelio en la región de Decápolis. Esos hombres habían tenido oportunidad de oír las enseñanzas de Cristo durante unos momentos solamente. Sus oídos no habían percibido un solo sermón de sus labios. No podían instruir a la gente como habrían podido hacerlo los discípulos que habían estado diariamente con Jesús; pero podían contar lo que sabían, lo que ellos mismos habían visto, oído y experimentado del poder del Salvador. Esto es lo que puede hacer cada uno cuyo corazón ha sido conmovido por la gracia de Dios. Tal es el testimonio que nuestro Señor requiere y por falta del cual el mundo está pereciendo».4

Dios colocará en nuestra vida las personas a quienes mejor podemos servir. Aun con personas que no imaginamos y en los lugares más improbables, como le sucedió a Ashley Smith, Dios nos da una oportunidad de compartir un mensaje de gracia y reconciliación que no podemos ignorar. Después de todo, la Gran Comisión (Mat. 28:19, 20) no es apenas una propuesta, una sugerencia. Es deber y privilegio de cada cristiano unirse a Dios para trabajar por el mundo. Podemos compartir la historia de la obra de Dios en nuestra vida, doquiera vivamos y con los que nos relacionamos. Dios está obrando en el mundo. ¿Nos uniremos a él para esta obra?

Referencias:

1 Time, 20 de marzo de 2005.
2 Entrevista con Katie Couric, Yahoo News, 15 de septiembre de 2015.
3 Elena White, El Deseado de todas las gentes, p. 166.
4 Elena White, El ministerio de curación, p. 66.

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Preguntas para reflexionar y compartir
1. ¿Por qué a menudo sentimos que no tenemos nada que compartir con los que nos rodean?
2. ¿Puede pensar en otras historias de la Biblia en las que Dios usó los mensajeros más improbables?
3. ¿Cómo podemos encontrarnos con personas que necesitan escuchar nuestro testimonio?

Revista Adventista de España