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El tema de esta Semana de la Familia es la intercesión, una palabra que no se escucha normalmente en la calle, en las tiendas o en los restaurantes. No es un término utilizado con frecuencia. Acaso en las salas de los juzgados, pero se ha ido perdiendo en el uso habitual de las personas en el día a día. ¿Por qué? Tal vez porque interceder es salir de uno mismo para preocuparse por el otro; es hacer algo para el otro; es comprometerse con el bien del otro. Y esta sociedad se mueve en la dirección del individualismo, de la lucha por ser el primero y del consumismo materialista. Se compite más que se colabora, se compara más que se comparte, y también se juzga más que se intercede.

“Y no lo he hallado”

La Palabra de Dios nos aporta, en el libro de Ezequiel, un texto significativo: «Yo he buscado entre ellos a alguien que se interponga entre mi pueblo y yo, y dé la cara por él para que yo no lo destruya. ¡Y no lo he hallado!» (22: 30). Y es cierto que no es fácil encontrar intercesores. No abundan, podríamos decir. De hecho, vamos a analizar a continuación las características de un intercesor, y entenderemos por qué no hay abundancia de los mismos.

Un intercesor ha de poseer las siguientes características:

1. Amor. No se puede ser intercesor sin amor.

2. Tiempo. Un intercesor está dispuesto a invertir tiempo. La intercesión pide tiempo.

3. Implicación. Un intercesor se implica. No es un observador distante.

4. Empatía. Un intercesor empatiza con la persona y su situación.

5. Credibilidad. Un intercesor lo puede ser en función de su credibilidad.

6. Relación. Un intercesor será más eficaz si tiene una relación estrecha con quien puede aportar algún tipo de beneficio a la persona por la que se intercede.

7. Permanencia. Un intercesor que se precie no es compulsivo e inconstante, permanece en su labor intercesora.

Jesús, nuestro modelo

En este tema, el de la intercesión, como ocurre con otros temas importantes, tenemos el ejemplo perfecto: Jesús [«Por eso también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7: 25)].

Fijémonos como Jesús cumple maravillosamente cada una de las características del intercesor:

1. Amor: «Nadie tiene amor más grande» (Juan 15:13). El amor de Jesús es incuestionable, sin reservas ni condiciones, hacia todos, incluso hacia aquellos que se declaraban sus enemigos.

2. Tiempo: «Os digo que Cristo se hizo servidor» (Romanos 15: 8). El servicio no se logra sino invirtiendo tiempo. Jesús vino desde la eternidad para encarnarse, haciéndose “temporal” e incluso mortal, en su dimensión humana. Pasó tiempo con nosotros, anduvo haciendo el bien, oró, lloró, al lado y por el ser humano.

3. Implicación: «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos» (Juan 15: 13). No es que se le obligara, él la dio de sí mismo (Juan 10: 18). Esto es auténtica y extrema implicación a favor de los habitantes de este mundo.

4. Empatía: «Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia» (Hebreos 4: 15, 16). Jesús ha compartido nuestra naturaleza, ha sentido con nosotros y nos comprende. De hecho, él conoce «el interior del ser humano» (Juan 2: 25).

5. Credibilidad: Jesús es creíble. Su persona, su mensaje y su obra son creíbles. De ahí que sus oyentes «se asombraban de su enseñanza, porque la impartía como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley» (Marcos 1: 22).

6. Relación con el Padre. «El Padre y yo somos uno» (Juan 10: 30). En la oración sacerdotal de Jesús, leemos: «Para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti» (Juan 17: 21). No se puede describir mayor relación y más intimidad.

7. Permanencia: «Vive siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7: 25). Jesús es un intercesor permanente, no desfallece. Siempre está delante del Padre intercediendo por cada uno de nosotros.

La intercesión en la familia

La intercesión en la familia es algo hermoso. Solo hay que pensar en la imagen de un niño intercediendo ante su papá para que levante el castigo a su hermanito, que se ha portado mal, “pero ya no lo va a volver a hacer”; o un hijo ya mayor que acude a los padres en procura de ayuda ante el problema en el que ve inmerso a su hermano. A veces son las mamás –especialmente dotadas para esta hermosa labor– las que interceden entre unos y otros, entre hermanos, padre e hijos, etcétera.

Debemos fomentar la intercesión en la familia, forma parte del ministerio de la reconciliación del que nos habla tanto y tan hermosamente la Palabra.

Debemos cultivarla dentro del seno del hogar, entre unos y otros, y también hacia el exterior, preocupándonos e intercediendo delante de Dios por otros hijos, y por otras familias, y por otras personas que pueden estar viviendo problemas, y también por quienes todavía no conocen a Jesús.

Es hermoso, es poderoso, el efecto que se puede dar en una familia en la que la intercesión es algo que se vive y se siente.

El desarrollo integral te habilita como intercesor

El ministerio de la intercesión no es, como se ha referido, algo compulsivo, el impulso de un momento que se disipa incluso en poco tiempo. Cuando vemos el testimonio de Jesús, cuando observamos su ejemplo, nos damos cuenta de la dimensión que tiene la intercesión y el ser un intercesor. De hecho, se relaciona fuertemente con nuestra estatura espiritual y con nuestro carácter.

Se necesita ser un ser “crecido” por dentro, se precisa cultivar la vida espiritual, la comunión con Dios, la intimidad con él. Sin amor, sin dedicación, sin empatía… no hay verdadera intercesión. Y para alcanzar esos niveles de “calidad” humana necesitamos crecer como cristianos. Esto es lo que nos sugiere el título de este día: “La formación integral, base para crecer en la intercesión”.

Para poder interceder de una forma poderosa, para poder ser verdaderamente instrumentos de Dios en este precioso ministerio y ver resultados maravillosos, necesitamos desarrollarnos, crecer «hasta ser en todo [integral] como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo» (Efesios 4: 15).

Esta convicción, vivida en familia, puede ser de efectos extraordinarios, tanto en el interior de cada miembro de nuestro hogar, como en las personas que nos rodean y por las cuales podemos, debemos y será nuestro gozo interceder.

Todos podemos crecer en esa dirección a nivel individual y como familias. Y si lo hacemos, no tengamos la menor duda de que tampoco pasará desapercibido en nuestras iglesias. El aumento de poder se hará manifiesto, las victorias en muchas vidas se harán bien tangibles para la gloria de Dios.

Aspectos prácticos

Veamos algunos aspectos prácticos para llegar a ser un buen intercesor:

• Pedirle a Dios en oración que nos dé de su Espíritu para poder crecer en las características que han sido mencionadas y que vemos tan claramente expresadas en Jesús. «Pedid, y se os dará»:

– Amor.

– Tiempo.

– Capacidad de implicación.

– Empatía.

– Credibilidad por medio de un crecimiento moral.

– Mayor intimidad con el Padre.

– Permanencia, constancia.

• Apartar un tiempo para practicar de forma muy consciente la intercesión por personas que podemos registrar previamente en una relación. Pueden ser familiares, vecinos, etcétera. (Puede ser muy útil hacer esta relación de rodillas delante del Señor, en un espíritu de oración y rogándole que él nos dé los nombres de las personas por las que quiere que intercedamos).

• Establecer un tiempo en el que vamos a realizar la intercesión y verificar los resultados. Hay temas y situaciones por las que podemos estar –o deberemos estar– intercediendo mucho tiempo. Aun así intentemos ver los efectos de la intercesión. Seamos sensibles y receptivos ante los mensajes que el Señor nos pueda estar dando para permanecer firmes en la intercesión.

Aspectos prácticos para enseñar la intercesión en la familia

• Explicar lo que es la intercesión.

• Mostrar la hermosura de la intercesión de Jesús.

• Explicar lo bonito que puede ser practicarlo en familia.

• Explicar cómo podemos llegar a ser poderosos intercesores.

• Hacer una lista familiar.

• Comentar los resultados.

• Alabar a Dios por las victorias que sin duda llegarán.

Conclusión

Crecer en la intercesión será crecer en unidad y será también crecer en poder.

La intercesión practicada por parte de todos, de los unos hacia los otros, puede ser el camino definitivo para alcanzar la victoria en cada hogar y en cada iglesia.

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Revista Adventista de España