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Palabras de amor:

“Luego vi a otro ángel que volaba en medio del cielo, y que llevaba el evangelio eterno para anunciarlo a los que viven en la tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6, NVI).

“No quiero ir a la iglesia”, dijo Nelson sentado, con los brazos cruzados sobre su pecho, y haciendo muecas. “¿Por qué?”, le preguntó el padre, con la vista en el camino por delante. “Pensé que te gustaba la iglesia”.

“Preferiría hacer otras cosas hoy, como jugar fútbol o mirar por Internet alguna de mis películas favoritas. A veces la iglesia es aburrida”.

El padre de Nelson asintió tímidamente. “Bueno, tienes razón. En comparación con un partido de fútbol emocionante o una película de dinosaurios, la iglesia puede ser un poco aburrida…”

El niño pestañeó. “¿Estás de acuerdo conmigo?”

“Claro”, le contestó el padre, con una sonrisa. “Por eso no iremos hoy a la iglesia”.

“¿No iremos?”

“No”.

“¡Vaya!”, suspiró Nelson, intentando liberarse del cinturón de seguridad.

“Y…”, continuó el padre, “iremos a un lugar en que podrás aprender a ser un ángel. De hecho, aprenderemos a detener las guerras, ayudar a tus amigos a ser más saludables y a llevar amor a todos los hogares”.

Los dos permanecieron sentados, en silencio, por un largo momento. “¿Quién me enseñará todo eso?”, preguntó el niño.

“Dios”, le dijo el padre.

Nelson frunció el ceño. “¿Cómo sabes que Dios hará todo eso?”

“ ‘Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura’ [Marcos 16:15, NVI]. ¿O acaso crees que Dios quiere que vayamos al mundo sin enseñarnos cómo hacerlo? Eso, amiguito, requiere práctica y conocimientos; aprendizaje, también. Requiere que hagas algo muy especial una o dos veces por semana; algo que te enseñe cómo ser un ángel de amor para todo el mundo. Requiere que…”

El padre detuvo su camioneta en un estacionamiento lleno de automóviles y rostros sonrientes.

“Requiere que vayamos a la iglesia”, completó Nelson, con una tímida sonrisa, cuando reconoció el lugar donde estaban.

“Las personas en la época bíblica tenían santuarios y templos; hoy, tenemos iglesias. Pero el objetivo de estos lugares es el mismo: aprender cómo esparcir las buenas nuevas del amor de Dios. ¿Entiendes?”

Nelson asintió. “Sí. Y ¿sabes qué, papá?”

“¿Qué?”

“Me alegra tener esta iglesia a la que asistir. Lamento haberme quejado. Realmente quiero ser un ángel para Dios; realmente, quiero derramar su amor a todos”.

Padre e hijo caminaron desde el auto en dirección a su iglesia.

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Si fueras pastor de una iglesia, ¿qué harías para asegurarte de que todos gozaran de una divertida experiencia de aprendizaje allí? Haz una lista y compártela con tu pastor. Luego, prepárate para ayudarlo en lo que puedas.

Revista Adventista de España