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Hoy no es necesario insistir en el tan evocado tema del mal estado de las relaciones, especialmente en el ámbito matrimonial y familiar. Parece evidente que los informativos de cada día y los problemas de entendimiento de todo género, que se observan en cualquier lugar de nuestro mundo, reflejan el pensamiento de Phillip C. McGraw al respecto: «Las relaciones, en general, y los matrimonios y las familias, en particular, se están desintegrando ante nuestros ojos. Las familias olvidan su propósito y, en cambio, se manifiestan sentimientos de violencia doméstica, disfunciones emocionales y abusos». (1)

En nuestras iglesias, en la sociedad y en todo el mundo, tenemos necesidad de las enseñanzas de Jesús, de su ejemplo, de su amor y del poder de su vida victoriosa obrando en la nuestra. De otra forma, no será posible que haya «un cambio definido en los principios y los propósitos de la familia humana»; lo cual es necesario en la vida espiritual, especialmente cuando los problemas llaman a la puerta. (2)

El piloto rojo cumple una función importante

No desmontes la aldaba por si alguien te quiere llamar. Esto tenía que ver con las antiguas puertas que disponiían de aldaba para que el visitante avisara de su presencia. En la vida cotidiana, hoy lo diríamos de otro modo, algo así como: «No desconectes el móvil por si alguien te quiere llamar»; o de esta otra forma, en el mundo del automóvil: «deja que el piloto rojo cumpla con su función, porque siempre advierte de cosas importantes». Lo cierto es que, en general, no son solamente las buenas noticias o las cosas agradables las que llaman a nuestra puerta. Debemos admitir que suelen ser bastante comunes y no menos frecuentes esos asuntos que consideramos “problemas” y que, casi siempre, requieren de una solución.

¿Quién no se ha visto afectado en algún momento o circunstancia por algún problema imprevisto: accidente, pérdida de empleo, enfermedad o fallecimiento de un ser querido? Hoy, muchas familias se ven afectadas por problemas de orden económico. Otras, afrontan serios problemas de relación, especialmente con los hijos. Sin embargo, los principales problemas suelen ser de convivencia, aquellos cuyo origen se encuentra en las relaciones interpersonales, especialmente de pareja. Las dificultades alcanzan las cotas más altas cuando se llega al convencimiento de que se ha perdido el amor y, aparentemente, la relación no puede continuar.

Navegar es siempre mejor que naufragar. Cuando las dificultades adquieren carácter de “tormenta”, hay quienes piensan que es mejor dejarlo porque ha desaparecido el amor, o por incapacidad para hacerles frente. No obstante, recuerdo bien haber escuchado a un excelente profesor, la siguiente frase: «Es preferible la situación de un barco que navega bajo la tempestad a la de uno que se encuentra hundido en alta mar». La frase está cargada de lógica. Por mi parte, preferiría estar luchando contra una enfermedad, antes que haber perdido la vida, no importa de qué forma. Por otro lado, no olvidemos la advertencia de P. P. Sullivan: «Si usted está levantando una tormenta, no espere una navegación despejada». (3) Es muy importante detectar el problema que se nos presenta y hacer una valoración precisa del mismo.

Cuando algún problema llame a la puerta, préstale atención

En primer lugar, define el problema. Es importante que, ante cualquier situación que pudiéramos calificar de problemática, hagamos en primer lugar una correcta valoración del supuesto problema. Consideremos el siguiente ejemplo referente a los hijos: con frecuencia, la esposa y madre piensa que el esposo no debería usar un tono áspero con los niños. Él, a su vez, considera que ella es demasiado condescendiente con ellos. La esposa dice que el padre los castiga demasiado. El marido tiene la convicción de que ella los educa mal y que serán unos inútiles cuando sean mayores. Este conflicto se puede reproducir de generación en generación y puede mantenerse sin solución, mientras la familia sigue conviviendo; porque el hecho de no coincidir en ciertas apreciaciones sobre los hijos, nunca debe interpretarse como un rechazo puramente personal, como puede ocurrir en algunos casos.

Elena White dice al respecto: «Como familia, podemos ser felices o desgraciados. Eso depende de nosotros. Nuestra propia conducta determinará el futuro. Ambos cónyuges necesitan suavizar las aristas de sus caracteres, y pronunciar solo palabras de las que no tengan que avergonzarse en el día de Dios. […] Pueden llegar a discutir acerca de cosas que no valen la pena, y como resultado de ello obtendrán problemas». (4)

En cualquier caso, manifiesta siempre la mejor disposición. No será fácil resolver cualquier tipo de problema si cuando lo intentamos llevamos otro con nosotros mismos. Digámoslo con mayor claridad: si tienes un problema contigo, con tu propio carácter, no trates de resolver otro diferente sin haber resuelto primero el tuyo. El relato que sigue le fue contado así a Leo Aikman: «Nuestra familia de ocho hijos tenía un hermoso terreno con un huerto limitado por arbustos de lilas. Detrás de nosotros habitaban unaspersonas que acostumbraban a arrojar basura –zapatos viejos, prendas de vestir gastadas y toda clases de cosas inservibles– en nuestro huerto. Mis hermanos mayores y yo pensamos que a esos vecinos se les debería decir algo. Mamá, quien nunca estudió en la escuela, ni había oído hablar de psicología, nos dijo que saliéramos y recogiéramos lilas. Luego nos hizo llevar un ramo a cada una de las doce familias que vivían próximas a nuestro terreno, y decir que nuestra madre esperaba que les agradase el ramo. De algún modo ocurrió el milagro. Desde ese momento no hubo más basura». (5)

Afirma la voluntad. Es muy importante que seamos hábiles para manejar el timón de nuestra propia vida; que seamos capaces de dirigirla hacia el éxito, evitando todo tipo de fracaso. Este hecho adquiere una mayor relevancia cuando existen otras vidas que dependen de nuestras decisiones. Se ha escrito: «Hagamos del hogar un sitio donde moren la alegría, la cortesía y el amor. De este modo se transformará en un lugar atractivo para los niños. Pero si los padres se mantienen en constantes problemas, y se muestran irritables y criticones, los niños adoptarán el mismo espíritu de disconformidad y contienda, y el hogar llegará a ser el sitio más miserable de la tierra». (6)

En ocasiones, puede ser una tarea poco fácil; no obstante, la misma autora ha dicho: «Por medio del debido ejercicio de la voluntad puede realizarse un cambio completo en vuestra vida». (7) Lo verdaderamente difícil para todo hombre y mujer es lograr esto con nuestros propios recursos humanos. Aquí tenemos que reconocer la sabiduría de Pablo cuando dice: «Dios es quien produce en vosotros tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad» (Filipenses 2: 13). Esta es la verdadera fórmula del éxito. No existe otra.

La fórmula del éxito

Experimenta el poder de la fe. Es muy difícil para un ser humano finito y vulnerable, como lo somos en este mundo, aceptar diferencias, dificultades, problemas y, de manera especial, a ciertas personas. Debemos reconocer que en algunos casos resulta extremadamente difícil. Sin embargo, es necesario reconocer el poder de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo obrando en nuestra vida. «Si los hombres se fijaran más en la enseñanza de la Palabra de Dios, encontrarían soluciones a problemas que los dejan perplejos». (8)

Acepta a tu pareja y a tu familia, y no rechaces las diferencias. Piensa en los valores que habéis compartido, fomenta la autoestima de tu pareja y de los tuyos, y ten siempre presente el futuro que quieres para tus hijos. Vence la adversidad, enfrenta las dificultades con el poder del evangelio y confía en quien puede darte la mejor solución. El salmista dice: «confía en él, y él actuará» (Salmo 37: 5); y el Señor te dice: «Velaré por ti» (Salmo 32: 8); «¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, y dejar de amar al hijo que ha dado a luz? Aun cuando ella lo olvidara, ¡yo no te olvidaré!» (Isaías 49: 15).

Los vencedores encuentran maneras de sobreponerse y aderezar las circunstancias. Se atribuye a Helen Keller la siguiente reflexión: «Aunque el mundo está lleno de sufrimiento, también está lleno de victorias sobre el sufrimiento». (9) Pero los cristianos no estamos llamados a ser meramente “vencedores”, estamos llamados a ser «más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8: 37; cf. 1 Juan 5: 4-5).

Confía en el poder del Espíritu Santo. Si aceptamos la idea de que un matrimonio ha muerto cuando los cónyuges dejan de amarse, entonces estaríamos haciendo depender el pacto matrimonial, no de una promesa de fidelidad hasta la muerte, sino de un mero estado de inestabilidad emocional que puede ser alterado en función del primer contratiempo que sobrevenga. ¿Cómo se puede obtener el amor? Se reconocen como ingredientes importantes para alcanzar la felicidad, la salud, “el amor” y las emociones positivas, la empatía, la libertad, el autocontrol, la motivación, la fortaleza y la grandeza de espíritu, entre otros. Sin embargo, algunos de ellos nunca serán posibles sin la presencia del Espíritu Santo.

¿Podríamos reconocer el valor y la trascendencia del poder de Dios obrando en los corazones humanos? Cuando se reconoce el poder y la autoridad de la Palabra de Dios, no estamos autorizados a decir: «hemos perdido el amor», o «ya no nos amamos», porque lo que estaríamos haciendo, en ese caso, sería poner en duda el poder del Espíritu Santo obrando en nuestras propias vidas. El amor no podemos crearlo o generarlo los seres humanos, porque es un don de Dios, porque solo «Dios es amor» (1 Juan 4: 8 y 16). Esta es la única fórmula para el éxito; no busques otra porque no existe. El amor es la primera expresión, el primer efecto, del fruto del Espíritu Santo (cf. Gálatas 5: 22). Tenemos la mejor receta, la mejor fórmula, ¿por qué no la usamos con plena confianza en el Terapeuta Supremo?

Dios también escucha los golpes en la puerta. «Ninguna cosa que de alguna manera afecte nuestra paz es tan pequeña que él no la note. No hay en nuestra experiencia ningún pasaje tan oscuro que él no pueda leer, ni perplejidad tan grande que él no pueda desenredar. Ninguna calamidad puede acaecer al más pequeño de sus hijos, ninguna ansiedad puede asaltar el alma, ningún gozo alegrar, ninguna oración sincera escaparse de los labios, sin que el Padre celestial esté al tanto de ello, sin que tome en ello un interés inmediato». (10)

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1. Phillip C. McGraw, Salvar el amor, pág. 17.
2. Cf. El Deseado de todas las gentes, pág. 71.
3. Cf. Stephen R. Covey, Grandeza para cada día, pág. 341.
4. Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 519.
5. Cf. Covey, Ibíd., pág. 386.
6. Consejos sobre la salud, pág. 99.
7. El camino a Cristo, pág. 50.
8. El ministerio de la bondad, pág. 203.
9. Cf. Covey, Ibíd., pág. 359.
10. El camino a Cristo, pág. 100.

Revista Adventista de España