Skip to main content

“¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida, gritando sin cesar: «¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!». Como estaban presentes muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron la risa. […] El loco se encaró con ellos, y clavándoles la mirada, exclamó: ¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío […]? ¿No hace más frío? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada? […] ¡Dios ha muerto!”

“La ciencia jovial”, 1882. Friedrich Nietzsche (filósofo alemán)

 

Miles de millones de linternas se alzan contra la oscuridad repitiendo la misma arenga: ¡Busco a Dios!

La mujer que sostiene entre sus brazos al hijo esperado, al fruto de su dolor, mira a otro lado, incapaz de creer que haya dado a luz un ser muerto. Alza el rostro, con duelo y pesar, y pronuncia unas palabras que rebotan en el cielo: ¡Busco a Dios!

Búsqueda en lo profundo de una cueva, en el interior de la Tierra, donde la luz jamás ha llegado. Cinco mineros, con sus utensilios y carretas, deciden seguir picando hacia lo profundo, directos a un abismo tan grande como las ambiciones de sus capataces, que no pararán hasta verlos muertos, silenciados en las entrañas de la tierra.

¡Busco a Dios!, repite el mundo agónico, pero ninguna es la respuesta. Días grises, de desesperanza, los que fluyen desde un río de muerte, que sin parar, continúa su rumbo.

Brandy, whisky o Vodka. Mirando la realidad desde el fondo de una copa, las nubes negras se vuelven grises y la felicidad parece un poco más cerca. Pero un tabernero miente, y es que con un solo trago de aguardiente tienes más posibilidades de morir que de tener un corazón latente.

Nietzsche abre los ojos y se afila el bigote. Su negro corazón, harto de tanto dolor, no puede vivir sin una razón. Sus padres son creyentes, pero su vida sigue siendo como la de antes, nada parece cambiar en aquel camino. ¡Busco a Dios!, grita él, pero lo único que escucha es el eco de la pared. Atormentado por las enfermedades y el clima, sube como Zarathustra a lo alto de las montañas para romper con sus palabras la sociedad injusta que lo margina.

¡Dios ha muerto!, declama a viva voz. “¡Dios ha muerto! ¡Nosotros lo hemos matado! ¿Qué haremos para expiar nuestro mal? ¿Cómo acallaremos nuestra conciencia?” Nietzsche siente que la presa está a punto de reventar, que un torrente de ideas arrollará todo al avanzar.

El superhombre sustituirá al crédulo humano, que al alejarse de Dios triunfará como especie. El más allá no es más que un lugar ficticio donde poner nuestros anhelos de libertad, un cuento infantil desde el que despreciamos nuestra realidad. Una sociedad plegada ante el cristianismo será débil, como lo son los seguidores del falso maestro, que convierte a sus creyentes en esclavos crédulos, que vienen y van, agitados como una caña por el viento.

Pero la denuncia no soluciona el dolor.

Durante el siglo XX las atrocidades se acumulan. En 1918, gran parte de Europa perece en la mayor guerra de la historia.

Año 1945, más de cincuenta millones de personas mueren fruto de una nueva contienda. Auschwitz, Hiroshima, Normandía, Stalingrado… El superhombre ha fracasado.

Casi medio siglo después, la sociedad postmoderna no cree que Dios haya muerto, sino que apenas recuerda haberse planteado su existencia. El culto a las marcas, la explosión sensorial de las nuevas tecnologías y la fiebre del “me gusta”, han borrado todo espacio para la reflexión y el pensamiento. La crítica que Nietzsche hizo al mundo cristiano (esclavos crédulos, que vienen y van, agitados como una caña por el viento) revive hoy para atacar al superhombre ateo. Así Nietzsche se revuelve en una tumba vintage mientras que la gente utiliza su pensamiento convertido en frases de Instagram.

Y es que, a pesar de lo que Nietzsche dijo sobre el cristianismo, no vivimos solo sufriendo en este mundo mientras esperamos el nuevo. Somos agentes transformadores de una sociedad con la que no estamos de acuerdo, somos inconformistas que siguen las palabras de un maestro que nos dio la posibilidad de que el cielo comenzase aquí en la tierra.

Pero aquella famosa cita del pensador alemán, aunque él no lo supiese, era una de las verdades más absolutas que jamás se hayan dicho.

¡Dios ha muerto! Sí, pero por nosotros. Para ofrecer una salida, para dar una respuesta a los que lo buscan, para demostrar quién es el que trae sufrimiento al mundo y quién es el que ofrece salvación.

Para que en vez de conformarnos, actuemos.

Para que el mal no tenga la última palabra.

 

Isaac Martín. Estudiante de Filología Hispánica, miembro de la Iglesia Adventista del CEAS, y autor de tatup.es

Foto: Sebastián León Prado en Unsplash

Revista Adventista de España