La muerte de un testigo puede marcar el fin de una vida, pero no es el fin de la testificación.
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Mi familia se despidió hace poco de un querido abuelo, padre y esposo. Nos sentamos alrededor de su lecho, sollozando, orando y entonando cánticos de esperanza. Observamos como su pecho subía y bajaba, mientras contábamos sus respiraciones. Lloramos y reímos al recordar su bondad, paciencia y generosidad. Había dedicado su vida a servir a Dios, y sabíamos que se levantaría para recibir un cuerpo incorruptible. Aun así, el dolor de despedirnos de él en esta vida era intenso.
Nuestra vigilia pasó de durar unas horas a días. Reconocimos entonces que no estamos preparados para decir adiós o ver que se nos escapa la vida de un ser querido. Fuimos creados para la vida eterna.
La familia se reunió, y también lo hizo la comunidad. La catarata de alimentos y mensajes de consuelo y esperanza de muchas partes del mundo son un testamento del ministerio de mis abuelos, que trabajaron y sirvieron a tantos. Hechos 9 nos cuenta la historia de una discípula que fue amada de manera similar: Tabita o Dorcas.
Una mujer de buenas obras
No sabemos mucho sobre Tabita: cuántos años tenía; si estaba casada no: o si tenía hijos. Lo que sabemos es que era una discípula que «se esmeraba en hacer buenas obras y en ayudar a los pobres» (Hechos 9:36).1 Fabricaba, por ejemplo, ropa para las viudas (versículos 37 al 39). Eso suplía una necesidad muy inmediata para las mujeres de Jope, y parece indicar que Tabita tenía dinero y que acaso era dueña de una empresa de producción de ropa.2 Por cierto, tenía la capacidad y los recursos de fabricar diferentes tipos de prendas. Su designación de discípula también indica que era líder de la comunidad de creyentes.
La enfermedad de Tabita y su subsiguiente muerte fue un golpe terrible para los seguidores de Cristo en Jope.
Mi abuelo falleció al fin de una vida larga y plena, pero Tabita murió de manera prematura. Su cuerpo fue lavado y colocado en un aposento alto, donde las viudas se reunieron a llorarla. Las mismas ropas que vestían daban testimonio de su amor y solicitud por ellas y la comunidad.
No lejos de allí, en Lidia, Pedro había curado a un paralítico, y la noticia se había esparcido por toda la región. Los otros discípulos de Jope enviaron mensajeros a Pedro, pidiéndole que fuera inmediatamente a Jope, esperando claramente el milagro. Pedro llegó y encontró a los creyentes en un estado de profundo dolor. Las viudas que se habían reunido a llorarla le mostraron las ropas que ella les había confeccionado. Sin duda, Pedro se emocionó al escuchar los testimonios de la vida de servicio de Tabita. Hizo salir a todos de la habitación, y entonces oró por su resurrección. Con fe, se volvió a la muerta y le dijo: «Tabita, levántate».
Dios le devolvió el aliento de vida, y ella, tomando la mano de Pedro, se levantó. Imaginen el gozo y el deleite cuando él la presentó viva a los creyentes. Como resultado de su resurrección, muchos de Jope creyeron en el Señor. La muerte de Tabita, que fue algo terrible y doloroso, pasó a ser un triunfo gracias a su resurrección. ¡Qué testimonio proclamar que había muerto, pero que había sido restaurada otra vez a la vida!
Muerte y espera
No obstante, ¿qué decir de los que mueren y permanecen muertos?
¿No ha habido incontables hombres, mujeres y niños que sirvieron fielmente a Dios y, sin embargo, han muerto en la flor de la vida?
La guerra entre Dios y Satanás ha producido muchos caídos, ya sea por muertes tempranas o al final de muchos años. Esa es la naturaleza de la guerra. La muerte y la resurrección de Cristo nos dan esperanza más allá de la tumba, cuando los que hayan muerto en Cristo sean levantados para vivir con él (Romanos 6:8). Pero aún no somos inmunes a la enfermedad y la muerte: nuestros cuerpos todavía son mortales.
¿Cómo enfrentar la realidad continua de la muerte? He hallado gran consuelo en saber que la muerte de un creyente fiel es, en sí misma, un tipo de testimonio. Al fin de la vida, mi abuelo ya no podía examinar pacientes, dar estudios bíblicos, predicar sermones o siquiera orar en voz alta. Su testimonio no es lo que podía o no podía hacer, sino lo que era: alguien que era amigo de Dios.
En su lecho de muerte, estuvo rodeado por los que atesoraban los recuerdos de su bondad y fidelidad, de manera similar a las viudas que rodearon a Tabita. Aún mientras iba muriendo, recibimos incontables mensajes que daban gloria a Dios por el amor que había demostrado por tantas personas. El personal médico se emocionó por la devoción de sus familiares y amigos, que se agolparon junto a su lecho para cuidarlo, cantar y leer pasajes de la Biblia. Él nos había mostrado cómo amar y consolar a otros, y durante sus últimos días, lo cuidamos, así como él había cuidado a tantas otras personas.
La muerte de un testigo puede marcar el fin de una vida, pero no es el fin de la testificación. Ya sea que resucite enseguida, como Tabita, o tenga que esperar hasta la segunda venida, los que quedan pueden continuar con la obra de proclamar el mensaje divino de verdad, esperanza y amor. Ojalá podamos portar los legados de aquellos que han usado sus talentos y recursos para bendecir las comunidades que los rodean.
Y que podamos siempre dar gloria al que nos sustenta y se sienta a nuestro lado para acompañarnos en nuestro dolor. El que un día enjugará todas las lágrimas. 🖋
Autora: Sarah Gane Burton, investigadora y escritora adventista. Estudia Religión, Enfoques Literarios de los Estudios Bíblicos y Literatura Bíblica y Hermenéutica (especialmente el Antiguo Testamento).
Imagen: Shutterstock
II Semana de Oración Integrada 2023 de la UAE. Artículos extraídos de la Revista ADVENTIST WORDL – septiembre 2023. Este número es una revista que edita la Unión Adventista Española.