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Daniel fue fiel al Rey de reyes y la Ley que siguió le resultaba más vinculante que cualquier ley humana. 

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A lo largo de la historia, creyentes fieles han prestado servicios en centros de influencia política. Ya hemos reflexionado en la experiencia de José. También están Daniel, Ester y Nehemías. Todos ellos fueron llevados a la corte como cautivos o exilados y prestaron servicios en una diversidad de cargos.

Daniel 1 describe la partida desde Jerusalén y la deportación de jóvenes de familias reales y nobles que mostraban sabiduría, conocimiento y entendimiento. «Entre estos jóvenes se encontraban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, que eran de Judá» (versículo 6).[1]

Esos jóvenes se distinguieron aún más al no contaminarse con el alimento y el vino del rey. Dios los bendijo con «sabiduría e inteligencia para entender toda clase de literatura y ciencia», y Daniel recibió entendimiento en «toda visión y todo sueño» (versículo 17).

El testimonio público de Daniel

Queda claro desde el comienzo que Daniel jugaría un papel importante en el gobierno de Babilonia. Su llamado singular como profeta lo colocó en una posición privilegiada, pero peligrosa.

El primer sueño de Nabucodonosor, registrado en Daniel 2, halagó al rey, quien era representado por la cabeza de oro. Pero su segundo sueño fue una condenación directa a su orgullo, al afirmar que Dios era el verdadero gobernante del mundo.

Cuando el rey llamó a Daniel para que interpretara el sueño, el profeta se mostró visiblemente incómodo. Imagine decirle al rey del imperio más grande del mundo conocido que si no se sometía, Dios lo transformaría en una bestia.

Daniel reconoció que Dios le había lanzado una advertencia a Nabucodonosor, y que era su deber explicársela.

Después de interpretar el sueño, Daniel aconsejó: «Renuncie usted a sus pecados y actúe con justicia; renuncie a su maldad y sea bondadoso con los oprimidos. Tal vez entonces su prosperidad vuelva a ser la de antes» (Daniel 4:27). Este consejo no provino de sus años de estudiar la lengua, la sabiduría y la literatura caldeas, sino de su conocimiento del Dios del universo. Pero Nabucodonosor no se humilló, y la profecía se hizo realidad. Su locura finalmente desapareció cuando reconoció a Dios como soberano.

El sabio consejo de Daniel no fue traspasado a sus sucesores. Cuando Belsasar llamó a Daniel para que interpretara la escritura en la pared, el Imperio Babilónico se encontraba al borde de la extinción (Daniel 5).

Daniel se había mostrado deferente y aún empático con Nabucodonosor, pero Balsasar desafió descaradamente a Dios e ignoró las advertencias dadas a Nabucodonosor.

Las palabras que le dirigió Daniel fueron agudas: «Sin embargo, y a pesar de saber todo esto, usted, hijo de Nabucodonosor, no se ha humillado» (versículo 22). Esa noche, la ciudad de Babilonia cayó, y con ella cayó Belsasar. Como lo había predicho el sueño de la poderosa estatua de Nabucodonosor, otro reino se levantó en lugar de Babilonia: Medo-Persia.

El testimonio privado de Daniel

La nueva corte real de Darío el Medo retuvo el servicio de Daniel como uno de los tres funcionarios sobre los numerosos sátrapas del reino. Daniel es descrito como distinguido «por sus extraordinarias cualidades administrativas», tanto «que el rey pensó en ponerlo al frente de todo el reino» (Daniel 6:3).

En efecto, cuando sus colegas procuraron hallar algo de que quejarse de su conducta, no pudieron detectar nada, «porque, lejos de ser corrupto o negligente, Daniel era un hombre digno de confianza» (versículo 4). La única manera de acusarlo de mala conducta fue al redactar una ley que, sabían, Daniel no podría guardar: que no se hiciera petición alguna a otro dios u hombre durante treinta días, con excepción del rey (versículo 7). El castigo por la desobediencia era ser arrojado al foso de los leones.

Cuando Daniel escuchó que el rey había firmado la ley, regresó a su casa. Ya no era joven. Había visto gobernantes y funcionarios corruptos en el poder. Sabía de la crueldad de los imperios y del destino de los que desobedecían a los reyes. Podría haber dicho: «Estoy demasiado viejo para esto», y cerrado las ventanas a la hora de orar. Después de todo, era su oración privada. Pero Daniel fue fiel al Rey de reyes, y la ley que siguió le resultaba más vinculante que cualquier ley humana. Con las ventanas abiertas hacia Jerusalén, Daniel se arrodilló y oró tres veces al día.

Podría haber visto que los conspiradores lo observaban, regodeándose de antemano en el triunfo sobre su rival político. A pesar de los esfuerzos del rey de rescatar a Daniel del castigo estipulado, fue arrojado al foso de los leones. La fidelidad de Daniel ya había dado un profundo testimonio en la corte real. Pero su liberación del foso demostró incluso a sus enemigos que el Dios al que servía Daniel era el más excelso, y que el éxito y la supervivencia de Daniel era resultado de la bendición e intervención divinas.

Daniel sirvió bien al rey, pero sirvió mejor aún a Dios

Daniel sirvió bien al rey, pero sirvió aún mejor a Dios. Al igual que Nabucodonosor, quien había quedado asombrado y anonadado ante la revelación divina por medio de Daniel, después del rescate del profeta, Darío escribió un decreto de que todos temieran a Dios, «porque él es el Dios vivo, y permanece para siempre. Su reino jamás será destruido, y su dominio jamás tendrá fin» (versículo 26).

Carlos Elías Mora escribe que «Dios usó la cautividad para dar un poderoso testimonio al centro de Babilonia y Medo-Persia. El fracaso del pueblo de Dios, que resultó en el exilio de Daniel y sus amigos, no representó un obstáculo para que el Señor cumpliera el propósito de revelar su carácter a las naciones».[2]

Tanto en su vida pública como privada, Daniel testificó ante los niveles más elevados de las cortes imperiales. No se dejó corromper por la codicia o el deseo de poder. Su éxito político derivó de la obra del Espíritu Santo en su vida y el servicio fiel que derivó de ella. Fue un profeta ante los incrédulos, que llevó la Palabra de Dios al imperio mismo, que conquistó y destruyó su país natal, su ciudad y el templo.

Daniel no diluyó las verdades definidas que Dios le reveló a Nabucodonosor y Belsasar para tratar de escapar el castigo de una ley que no podía guardar. Con fidelidad, dio testimonio a un orden más elevado, y recordó a esos gobernantes humanos que en el cielo reina un Rey por sobre todos los reyes cuya ley es justa, misericordiosa y llena de amor.

Acaso no sirvamos a reyes ni gobernemos provincias, pero podemos prestar un servicio fiel allí donde estamos. Podemos dar testimonio del poder transformador de Dios y la revelación dada en su Palabra. Acaso haya ocasiones en que nos llamen a testificar ante los poderosos sobre las más excelsas leyes de Dios. Pero es más probable que nuestro testimonio esté presente en las acciones y las actitudes comunes de todos los días. Pero sea en forma pública o privada, ojalá podamos ser hallados fieles. 🖋

Autora: Sarah Gane Burton, investigadora y escritora adventista. Estudia Religión, Enfoques Literarios de los Estudios Bíblicos y Literatura Bíblica y Hermenéutica (especialmente el Antiguo Testamento).
Imagen: Shutterstock

II Semana de Oración Integrada 2023 de la UAE. Artículos extraídos de la Revista ADVENTIST WORDL – septiembre 2023. Este número es una revista que edita la Unión Adventista Española.

Referencias

[1] Las citas bíblicas pertenecen a la Santa Biblia, Nueva Versión Interna-cional® NVI®© 1999, 2015 por Biblica, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.
[2] Carlos Elías Mora, «Daniel and Friends: A Model for Witnessing», Journal of Adventist Mission Studies 5, no. 1 (2009): 97.

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