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Foto: (cc) Flickr/nattu. Esquina: Pedro Torres.

“A hombros de gigantes” es una frase que se repite en el mundo de la ciencia. Hay muchos así llamados “gigantes” que vienen y van. Otros se han acostumbrado a vivir a su sombra y han aprendido a evitar que los pisen. Otros deciden subirse a sus hombros para pretender ser gigantes o alcanzar lo que de otro modo no pudieron alcanzar.

Sea como fuere, ni siquiera los gigantes permanecen para siempre. La tierra estuvo poblada por gigantes según nos dice la Biblia1, como los hijos de Anac2, los emitas3 o los zomzomeos4. Algunos se mencionan con nombre propio como Og5, Isbi-benob6, Saf7, Supai8. Jonatán sobrino de David mató a otro “gigante de 12 dedos” (de Gat) siendo David rey9. Se mencionan a dos Goliat: Goliat geteo, al que mató Elhanán10 también cuando David ya era rey, y Goliat (también de Gat) al que dio muerte el propio David siendo aún joven11.

Unos medían 9 codos12 (unos 4 metros), otros como Goliat, 6 codos y un palmo13 (unos 3 metros). Al lado de estos gigantes el resto de personas eran “como langostas”14. Sea como fuere, eran “valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre15, pero por mucho renombre que tuviesen, en ningún contexto aparecen como fieles a Dios sino, más bien, opuestos a su pueblo.

Resulta curioso cómo un simple niño en las manos de Dios es capaz de dar muerte a un gigante que ponía a castañetear las mandíbulas y rodillas de un ejército entero. A ritmo de sus gritos hacía brincar asustados a los más “valientes”. ¡Qué bueno habría sido dar estudios bíblicos a Goliat y cambiarlo de bando!, pero Dios no ve las cosas así. Evidentemente para Dios esos no eran auténticos gigantes, aunque así lo pareciera a los creyentes que tenían que arrugar la nuca para ver algo más que el ombligo de estos hombres. Dios tiene otra vara de medir muy distinta a la nuestra.

En nuestra vida se presentarán gigantes paganos imposibles de vencer, otros que pretenderán ser gigantes en la fe a cuya sombra nos gustaría arrimarnos. También hay y habrá enanos… Tristemente, todos esos gigantes mencionados en la Biblia, resultaron ser enanos ante Dios. Ser un auténtico gigante no depende de la estatura física, sino de la moral. Dios es el Gigante por excelencia: “saldrá como gigante, y como hombre de guerra despertará celo; gritará, voceará, se esforzará sobre sus enemigos16.

No temamos a los gigantes paganos que nos salgan al paso. Tampoco pretendamos nosotros ser gigantes en la fe, como dijo Jesús “¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?17. Menos aún, confiemos en esos “gigantes” que están dentro de la iglesia, “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga18. Siempre habrá gente que cuando se va uno piensa: ¿Quién ocupará su lugar? ¿Quién peleará por nosotros ahora? Otros, simplemente caerán tras ser “héroes” decepcionando a muchos.

Los gigantes convulsionan con terror cuando aparecen (como Goliat) o con entusiasmo (si está de nuestro lado); y con alivio al desaparecer (como Goliat al morir) o con angustia (si deja de estar a nuestro lado). En definitiva, todo gigante, pagano o creyente, no deja de ser un enano, y en última instancia, acaba extinguiéndose.

No estamos llamados a ser gigantes, ni a temer a otros gigantes. No tenemos que preocuparnos cuando “gigantes” de la iglesia o en la familia marchen lejos, o desaparezcan, porque “Jehová está conmigo como poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen tropezarán, y no prevalecerán; serán avergonzados en gran manera, porque no prosperarán; tendrán perpetua confusión que jamás será olvidada19.

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Revista Adventista de España