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Dios hablaDios le ha hablado a su pueblo a través de los profetas, de su palabra y de milagros y señales, y sobre todo a través de su hijo.

La Biblia declara que Dios le habló a menudo a su pueblo a través de los profetas, de su palabra y de milagros y señales, y sobre todo a través de su hijo, Jesucristo.

Los mensajes de los profetas se convirtieron en señales y marcadores para predecir la llegada del Mesías y la liberación del pueblo de Dios de su opresión. Aunque Dios prometió repetidamente un Salvador, Israel se perdió en su espera y búsqueda, inclusive la élite y los educados no vieron al Mesías.

Perder al Mesías y al Salvador y caer en la búsqueda de un hacedor de milagros se ha convertido en una tragedia en la historia de la humanidad. En la época de Jesús, los habitantes de Caná se enfrentaron a un reto similar.

La condición humana

Jesús realizó su primer milagro en Caná (Juan 2:1-11).[1] La noticia de que Jesús había convertido el agua en vino se difundió rápidamente y llamó la atención sobre su ministerio. Sin embargo, esta maravillosa señal no produjo una fe duradera entre los habitantes de Caná. El Evangelio de San Juan (4:46-54) registra que Jesús volvió a pasar por esta región y que la gente lo esperaba no como un salvador sino como un mago o un hacedor de milagros. La gente estaba emocionada por tener a este hacedor de milagros de nuevo en la ciudad. ¿Qué esperaríamos hoy de Jesús si pasara por nuestro vecindario?

Otra ilustración: entre los que vieron a Jesús pasar por Nazaret había un noble de Capernaúm, cuyo hijo estaba enfermo de muerte. Cuando Jesús vio a la multitud, no vio individuos hambrientos por la verdad, sino gente que quería otra señal, otro milagro. Pero mientras la multitud buscaba una señal, este hombre trató de convencer a Jesús de que fuera a su casa. A la multitud que lo rodeaba, Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creeréis» (Juan 4:48).

Pruebas vs. fe

Jesús hablaba de su condición espiritual: una preocupación por encontrar pruebas para creer en lugar de ejercer confianza y fe. El pecado nos ha hecho construir egos elevados y altares de adoración más pequeños; nos ha hecho anhelar lo tangible y renunciar a lo espiritual. ¡Muchos de los habitantes de Caná buscaban señales en lugar de buscar al Salvador!

Lo diré de otra manera: ¿Cuántas señales tiene que ver una persona en su vida para finalmente creer? Aunque la Biblia constituye la revelación de los acontecimientos por parte de Dios a través de señales y prodigios, no se detiene ahí. A los hijos de Israel les mostró numerosas señales (Deuteronomio 4:34). Gedeón le pidió al Señor una señal antes de la batalla, y le fue proporcionada (Jueces 6:36-40). Los apóstoles realizaron señales y prodigios por el poder del Espíritu Santo (Hechos 2:43; 5:12-16; 15:12). La pregunta que debemos hacernos es si nuestra fe depende de señales y prodigios, o si crece en ausencia de milagros y prodigios.

A menudo nos encontramos en situaciones como las descritas anteriormente, y también nosotros buscamos señales y milagros para tomar decisiones. En ocasiones parece que decimos: Señor, dame una señal si esta profesión me ayudará a crecer o esta relación me traerá honor. Creo que Dios nos habla a través de varios medios para llamar nuestra atención. Nos habla de muchas y diferentes maneras y de forma algo más clara a través de las Escrituras, de líderes y conocidos piadosos y de libros religiosos, así como a través del «silbo apacible y delicado» de la conciencia y de una variedad de otros medios.

El llamado de Dios a la fe

Uno de los principales problemas del cristianismo es que los creyentes tratan de poner a Dios en una caja. Hemos conocido sus caminos en el pasado y empezamos a predecir su próximo movimiento basándonos en su revelación anterior. Las palabras de Isaías hablan de un Dios que es creativo e ilimitado: «”Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos”, -dice Jehová-. “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos, más que vuestros pensamientos”» (Isaías 55:8-9).

La Biblia habla mucho de cómo es Dios: es amoroso (1a Juan 4:8); lento para la ira y grande en misericordia (Salmo 103:8); justo en sus caminos (Isaías 30:18); justo y recto (Deuteronomio 32:4). Pero cuando se trata de conocer sus caminos, no podemos, y no debemos, tratar de limitar o predecir cómo Dios cumplirá sus propósitos.

Aunque a través del don de profecía Dios ha descorrido el telón y ha mostrado a los profetas el final de los tiempos, los detalles del cumplimiento de estas profecías siguen siendo desconocidos para la mente humana. La debilidad de nuestra condición humana hace que queramos que Dios sea como lo percibimos en nuestra mente. Pero a menudo hace cosas notables e inesperadas.

Dios no sacó agua de una nube, sino de una roca (Éxodo 17:6), hizo que un burro hablara con Balaam (Números 22:20-39), y la mayoría de los seguidores de Jesús no eran fariseos de clase alta (aunque había algunos), sino gente común como pescadores, recaudadores de impuestos, marginados sociales y personas que tenían enfermedades o estaban poseídas por demonios (Mateo 4:18-24; 9:9; 2; Marcos 12:37; 16:9; Lucas 17:11-19).

Los milagros de Jesús

El noble que suplicaba a Jesús que sanara a su hijo tenía un objetivo: llevar al maestro a su casa. Elena G. White añade color a esta historia al afirmar que el hijo estaba gravemente enfermo y que había una alta probabilidad de que muriera mientras el padre estaba fuera. El noble tenía una opción: quedarse en casa y pasar los últimos momentos con su hijo moribundo, o ir con fe a Jesús. No tenía ninguna seguridad de que se encontraría con Jesús. La narración da a entender que el noble pensaba que Jesús tenía que estar junto a la cama del niño para asegurarse de que se produjera el milagro. Pero, en cambio, Jesús realizó un milagro a distancia.

Jesús curó a las personas de formas únicas y diversas. Para un ciego, mezcló saliva con tierra para formar una pasta y la colocó sobre los ojos del hombre (Juan 9:1-12); para un leproso, lo curó y luego le indicó que ofreciera el ritual prescrito por el código deuteronómico (Marcos 1: 40-45); al paralítico del estanque de Betesda le pidió que se levantara, tomara su cama y caminara (Juan 5:5-9); y la mujer con flujo de sangre se curó porque extendió la mano con fe y tocó el borde de su manto (Lucas 8:43-48).

Mientras que nosotros podemos intentar meter a Dios en una caja, Jesús hizo algo totalmente diferente: le respondió al noble, «Vete, tu hijo vive». No hubo un pronunciamiento llamativo, ni una señal externa, ni una declaración retórica, sino una simple instrucción: vete a casa. Con fe el noble había viajado de Capernaúm a Caná, con fe volvió a casa.

En medio del camino se encontró con sus sirvientes, que lo saludaron con la noticia de la recuperación de su hijo, y al preguntar por la hora de su curación, los sirvientes respondieron que fue a la hora séptima, el mismo momento en que Jesús pronunció esas simples palabras. La fe encontró su victoria.

El lenguaje del amor de Dios

Los escritores bíblicos tienen un tema común: la búsqueda incesante de Dios para salvar a la humanidad y ser conscientes de los engaños que acechan en nuestro camino. Durante su ministerio, Jesús advirtió a la gente sobre los que vienen como lobos vestidos de oveja (Mateo 7:15). El profeta Jeremías advirtió sobre las personas que hablan de su propia mente y tienen visiones de su propio corazón (Jeremías 23:16); Pablo y otros escritores bíblicos también amonestaron a la iglesia para que estuviera atenta a los falsos profetas (2a Timoteo 4:3, 4; 2a Pedro 2:1; 1a Juan 4:1).

El enemigo es hábil en replicar y realizar múltiples señales para engañar (Éxodo 7:11-23; Apocalipsis 13:13, 14). El momento en que las cosas se ponen realmente serias en nuestro camino espiritual con Dios es cuando nos preguntamos: ¿Estoy buscando una señal o al Salvador? Las señales y las maravillas nos emocionan, pero no siempre nos convencen. Nosotros, como creyentes, no debemos buscar señales y maravillas como base de nuestra fe, sino más bien expresiones de las Buenas Nuevas, una revelación o una advertencia del futuro.

Solamente respondemos a Dios a través de la fe

Aunque Dios nos habla a través de señales y prodigios, solo a través de la fe respondemos a Dios. Servimos a un Dios que se conmueve por los actos sinceros de fe y no por las pomposas muestras de gloria humana. Una oración humilde, un acto desinteresado y un corazón puro que se acerca a él con fe es lo que agrada a Dios. El mismo Jesús dijo: «Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Juan 20:29). No hemos visto la gloria de la transfiguración de Cristo como Pedro, ni hemos tocado sus heridas como Tomás, pero por la fe creemos que por medio de Jesús somos salvos. Cuando mantengamos la fe como nuestra ancla, se moverán montañas, tendremos respuestas a nuestras oraciones y ocurrirán milagros.

La fe es contagiosa: cuando el noble llegó a su casa, toda su familia creyó (Juan 4:53). Algunos de nosotros podemos obedecer los mandamientos y las ordenanzas correctamente, pero sin la fe, estamos incompletos. ¿Estás tratando de complacer a Dios? Si es así, recuerda estas palabras: «Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe y que recompensa a los que lo buscan» (Hebreos 11:6).

Autor: Andrew Ben Jacob (Maestría en Teología Cristiana, Instituto Adventista Internacional de Estudios Avanzados, Filipinas; CPE, Centro Médico Adventista de Manila, Filipinas) es pastor de jóvenes, asistente de capellán y director asociado del Centro de Estudios de Geociencia y de Elena G. White en el Colegio Adventista de Lowry, en Bangalore, India.
Imagen: Foto de Aaron Burden en Unsplash 

Publicación original: Andrew Ben Jacob, “Cuando Dios Habla” Diálogo 34:2 (2022): 22-24

Notas y referencias

[1] Todas las referencias de las Escrituras en este artículo son tomadas de la versión de la Biblia Reina-Valera 1995 (RVR1995). Copyright © 1995 by United Bible Societies.
[2] Elena G. de White, El deseado de todas las gentes (Mountain View, CA: Pacific Press, 1955), 167.
Revista Adventista de España