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pecar felicidadBalaam estaba jugando con Dios. Por un lado, quería recibir los honores y los regalos que Balac, el rey de los moabitas, le había prometido a cambio de maldecir al pueblo de Israel (Núm. 22-24). Por otro lado, quería continuar siendo un profeta de Dios.

Ante los ojos de Balac y sus siervos, se mostraba piadoso, tomando en serio lo que Dios le decía. Ante Dios, no podía esconder su corazón ávido de glorias mundanas. Pero buscaba justificarse de todos modos.

Archibald Rutledge, poeta y educador estadounidense, cuenta en su libro It Will Be Daybreack Soon (Pronto amanecerá) un encuentro que tuvo con Anthony Lee, un sabio hombre de color, muy respetado en su comunidad del sur de los Estados Unidos. Un nuevo predicador había llegado al pueblo y casi todos los jóvenes de la comarca acudían en masa para escuchar sus sermones. Rutledge preguntó al sabio qué pensaba sobre el nuevo predicador. Lee respondió: «A los jóvenes que están yendo a escucharlo no les interesa la religión. Solo quieren que alguien les diga cómo pecar y ser felices».

Una parte con el pecado y otra con Dios

Eso era precisamente lo que Balaam quería. Tener una parte de él con el pecado y la otra con Dios. Las promesas hechas a Balac, con sus perspectivas de honor y riqueza, llenaban su corazón con un deseo abrumador que lo ponía en abierto conflicto con su deseo de ser leal a Dios.

El pecado también hace promesas; promesas que deslumbran en la superficie, pero que, cuando las miras de cerca, están totalmente vacías. Son «promesas que brillan sin luz y que prometen sin dar», como escribió su segura servidora en un poema. Pero parecen promesas iguales, y muchos, lamentablemente, nos dejamos convencer.

A veces, cuando no conocemos bien a Dios o tenemos una imagen defectuosa de él, podemos pensar que, en ciertos aspectos de nuestra vida, Dios no puede darnos lo que deseamos. En otros aspectos sí, y ahí le damos la bienvenida… aunque limitada.

Muchos vivimos aferrados a las promesas del enemigo y a las promesas de Dios al mismo tiempo. Pero, afortunadamente, Dios nunca deja de invitarnos y mostrarnos que sus promesas –y no las del pecado– son las únicas que darán sentido a nuestra vida.

Pecar y ser feliz es imposible

Cuando Balaam se encontró con Balac, dispuesto a maldecir a Israel, Dios no permitió que las promesas del pecado ganaran la partida. En su libro, Elena de White escribe: «El mundo entero iba a maravillarse de la obra asombrosa de Dios en favor de su pueblo, a saber, que un hombre empeñado en seguir una conducta pecaminosa fuera de tal manera dominado por el poder divino que se viera obligado a pronunciar, en vez de imprecaciones, las más ricas y las más preciosas promesas en el lenguaje sublime y fogoso de la poesía» (p. 424).

Pecar y ser feliz es imposible. Pero la tentación de creer que es posible es grande. Asaf, en su Salmo 73, describe este dilema: «Tuve envidia de los arrogantes, al ver la prosperidad de los impíos. Porque no hay dolores en su muerte y su cuerpo es robusto» (vers. 3, 4, LBLA) Y sigue describiendo los beneficios que supuestamente promete la vida lejos de Dios.

Hasta que se abrieron sus ojos. «Cuando pensaba, tratando de entender esto, fue difícil para mí, hasta que entré en el santuario de Dios; entonces comprendí el fin de ellos. Ciertamente tú los pones en lugares resbaladizos; los arrojas a la destrucción» (vers. 16, 17, LBLA). En otras palabras, cosechan desastre al haber sembrado mientras se aferraban a las promesas del pecado.

Todos estamos sujetos a esta tentación de pecar y creer que podemos ser felices igualmente. Y Dios tiene que trabajar horas extras con cada uno de nosotros para convencernos día tras día de que, cuando el pecado promete, no cumple. Hasta que, por su gracia, se abren nuestros ojos también. «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre» (Sal. 73:25, 26, LBLA).

Autora: Lorena Finis de Mayer, columnista de revistaadventista.editorialaces.com
Imagen: Foto de Jacqueline Munguía en Unsplash

Artículo original: Cómo pecar y ser feliz

Revista Adventista de España