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Colaboradores con Dios[1]

Pretexto

Tres son las razones que me motivan a proponer este capítulo del Espíritu de Profecía como motivo de reflexión. Una es de índole formal, otra relacionada con el contenido y la tercera de carácter personal.

Primero, Consejos sobre mayordomía cristiana (CMC) es un libro que recopila diferentes citas de Ellen G. White. Esa práctica tiene sus pros y sus contras (facilita un resumen de su pensamiento de forma sinóptica y puede generar conceptos no pretendidos por ella). Este capítulo,[2] sin embargo, es un bloque compacto de otro capítulo del noveno volumen de Testimonies for the Churh (253-256).[3] Tal condición nos permite hallarnos ante un material que, sin susceptibilidades editoriales, presenta coherencia y cohesión.

Segundo, el material nos sitúa en los verdaderos principios de la gestión de una vida en Cristo. El tema no trata de economía sino de nuestra relación con Dios y el impacto que esa relación tiene en todos los detalles y facetas de nuestra existencia. Estas páginas nos proporcionan una cosmovisión que mejorará nuestra percepción de estos asuntos.

Tercero, me siento reconfortado al comprender que Cristo no solo muere por mí por cuestiones “legales” sino que, acompañando la posibilidad de ser salvo, me propone un itinerario que me permite crecer como persona en vínculo con un Dios que me ama y que rebosa generosidad.

Contexto[4]

Este material se genera en los primeros años del siglo XX que representan un período de consolidación de la Iglesia Adventista a nivel mundial. La centralización de la organización en Washington se acompaña del desarrollo de instituciones sanitarias como el Sanatorio de Loma Linda con el consiguiente avance de la obra médica. Existe un intenso interés por la evangelización y se realizan introspecciones sociales como la relación de la iglesia con la realidad afroamericana o la función de los laicos en la estructura eclesiástica.

Es un tiempo de madurez que, con relación a asuntos relacionados con la gestión de una vida cristiana, proyecta los conceptos establecidos desde 1890. Los Testimonios para la Iglesia se recopilan entre 1885 y 1909, constatando la cercanía de Ellen G. White a las problemáticas y desafíos de la Iglesia Adventista.

Texto

«Honra a Jehová con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos; entonces tus graneros estarán colmados con abundancia y tus lagares rebosarán de mosto.» (Proverbios 3:9, 10)[5]

«Hay quienes reparten y les es añadido más, y hay quienes retienen más de lo justo y acaban en la miseria. El alma generosa será prosperada: el que sacie a otros será también saciado.» (Proverbios 11:24, 25)

«Pero el noble piensa con nobleza, y por su nobleza será enaltecido.» (Isaías 32:8)[6]

En el plan de salvación, la sabiduría divina estableció la ley de la acción y de la reacción; de ello resulta que la obra de beneficencia,[7] en todos sus ramos,[8] es doblemente bendecida. El que ayuda a los necesitados es una bendición para ellos y él mismo recibe una bendición mayor aún.

1.    La gloria del Evangelio

Para que el hombre no perdiese los preciosos frutos de la práctica de la beneficencia, nuestro Redentor concibió el plan de hacerle su colaborador.[9] Dios habría podido salvar a los pecadores sin la colaboración del hombre; pero sabía que el hombre no podría ser feliz sin desempeñar una parte en esta gran obra. Por una cadena de circunstancias que invitan a practicar la caridad, otorga al hombre los mejores medios para cultivar la benevolencia y observar la costumbre de dar, ya sea a los pobres o para el adelantamiento de la causa de Dios.[10] Las apremiantes necesidades de un mundo arruinado nos obligan a emplear en su favor nuestros talentos— dinero e influencia—para hacer conocer la verdad a los hombres y mujeres que sin ella perecerían. Al responder a sus pedidos con nuestros actos de beneficencia, somos transformados a la imagen de Aquel que se hizo pobre para enriquecernos. Al dispensar a otros, los bendecimos; así es como atesoramos riquezas verdaderas.[11]

La gloria del Evangelio consiste en que se funda en la noción de que se ha de restaurar la imagen divina en una raza caída por medio de una constante manifestación de benevolencia. Esta obra comenzó en los atrios celestiales, cuando Dios dio a los humanos una prueba deslumbradora del amor con que los amaba.  «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.» (Juan 3:16) El don de Cristo revela el corazón del Padre. Nos asegura que, habiendo emprendido nuestra redención, Él no escatimará ninguna cosa necesaria para terminar su obra, por más que pueda costarle.[12]

La generosidad es el espíritu del cielo.  El abnegado amor de Cristo se reveló en la cruz. El dio todo lo que poseía y se dio a sí mismo para que el hombre pudiese salvarse. La cruz de Cristo es un llamamiento a la generosidad de todo discípulo del Salvador. El principio que proclama es de dar, dar siempre. Su realización por la benevolencia y las buenas obras es el verdadero fruto de la vida cristiana.[13] El principio de la gente del mundo es: ganar, ganar siempre; y así se imagina alcanzar la felicidad; pero cuando este principio ha dado todos sus frutos, se ve que sólo engendra la miseria y la muerte.[14]

La luz del Evangelio que irradia de la cruz de Cristo condena el egoísmo y estimula la generosidad y la benevolencia.  No debería ser causa de quejas el hecho de que cada vez se nos dirigen más invitaciones a dar. En su divina providencia, Dios llama a su pueblo a salir de su esfera de acción limitada para emprender cosas mayores. Se nos exige un esfuerzo ilimitado en un tiempo como éste, cuando las tinieblas morales cubren el mundo. Muchos de los hijos de Dios están en peligro de dejarse prender en la trampa de la mundanalidad y la avaricia. Deberían comprender que es la misericordia divina la que multiplica las peticiones de recursos. Deben serles presentados blancos que despierten su benevolencia, o no podrán imitar el carácter del gran Modelo.[15]

2.    Las bendiciones de la gestión de la vida cristiana

Al dar a sus discípulos la orden de ir por “todo el mundo” y predicar el evangelio a toda criatura”, Cristo asignó a los hombres una tarea: la de sembrar el conocimiento de su gracia. Pero mientras algunos salen al campo a predicar, otros le obedecen sosteniendo su obra en la tierra por medio de sus ofrendas.[16] Él ha puesto recursos en las manos de los hombres, para que sus dones fluyan por canales humanos al cumplir la obra que nos ha asignado en lo que se refiere a salvar a nuestros semejantes. Este es uno de los medios por los cuales Dios eleva al hombre. Es exactamente la obra que conviene a éste; porque despierta en su corazón las simpatías más profundas y le mueve a ejercitar las más altas facultades de la mente.[17]

Todas las cosas buenas de la tierra fueron colocadas aquí por la mano generosa de Dios, y son la expresión de su amor para con el hombre. Los pobres le pertenecen y la causa de la religión es suya. El oro y la plata pertenecen al Señor; él podría, si quisiera, hacerlos llover del cielo.  Pero ha preferido hacer del hombre su mayordomo, confiándole bienes, no para que los vaya acumulando, sino para que los emplee haciendo bien a otros.[18] Hace así del hombre su intermediario para distribuir sus bendiciones en la tierra. Dios ha establecido el sistema de la beneficencia para que el hombre pueda llegar a ser semejante a su Creador, de carácter generoso y desinteresado y para que al fin pueda participar con Cristo de una eterna y gloriosa recompensa.[19]

3.    Reuniéndose alrededor de la cruz

El amor que tuvo su expresión en el Calvario debiera ser reanimado, fortalecido y difundido en nuestras iglesias.[20]  ¿No haremos todo lo que está a nuestro alcance para fortalecer los principios que Cristo comunicó a este mundo? ¿No nos esforzaremos por establecer y desarrollar las empresas de beneficencia que necesitamos sin más demora? Al contemplar al Príncipe del cielo muriendo en la cruz por vosotros, ¿podéis cerrar vuestro corazón, diciendo: “No, ¿nada tengo para dar”?[21]

Los que creen en Cristo deben perpetuar su amor. Este amor debe atraerlos y reunirlos en derredor de la cruz. Debe despojarlos de todo egoísmo y unirlos a Dios y entre sí mismos.

Juntaos alrededor de la cruz dominados por un espíritu de sacrificio personal y de completa abnegación. Dios os bendecirá si hacéis lo mejor que podéis.[22] Al acercaros al trono de la gracia y a los veros ligados a ese trono por la cadena de oro[23] que baja del cielo a la tierra para sacar a los hombres del abismo del pecado, vuestro corazón rebosara de amor hacia vuestros hermanos que están todavía sin Dios y sin esperanza en el mundo.

NOTAS:

Hipertexto

No te puedes perder:

  • La regla de dar en Joyas de los Testimonios 2, 331.
  • El circuito celestial de la generosidad en El deseado de todas las gentes, 12.
  • La generosidad es el resultado de un corazón agradecido en Joyas de los Testimonios 1, 375.
  • La relación entre nuestra vida espiritual con nuestra generosidad en Joyas de los Testimonios 1, 386.

Volver a la lectura del Espíritu de Profecía es volver a nuestra identidad. Vivimos tiempos de desorientación y de carácter difuso, y estas lecturas no nos dejarán sin reacción. Dejemos de confinarnos con actitudes autolimitantes y asimiladoras. Disfrutemos de lo que somos como adventistas sabiendo que el Espíritu nos iluminará y que seremos mejores colaboradores de Dios.

[1] Capítulo 1 de Consejos sobre mayordomía cristiana.

[2] También se encuentra en Joyas de los Testimonios 3: 401-404 y en Testimonios para la Iglesia 9: 203- 206 (que es el texto base sobre el que recopilan CMC y 3JT).

[3] Hemos de resaltar la importancia de los Testimonios para el desarrollo de la Iglesia Adventista. Véase la excelente ponencia de Michael   W.  Campbell  (Adventist International  Institute  for  Advanced  Studies): “Testimonies for the Church: Interpretative  key for understanding Ellen G. White’s writings” en el encuentro de ASDAH-ASTR del 6 de enero del 2014 (https://www.youtube.com/watch?v=ZlCGlpPzY9I&frags=pl%2Cwn minutos 31:25/53:13).

[4] Una breve pero pertinente explicación del contexto en que se escribe el libro se puede encontrar en Testimonios para la Iglesia 9: 3-9.

[5] Texto que Ellen G. White suele emplear con regularidad con relación a la generosidad. Cf., Consejos sobre mayordomía cristiana 53, 69, 77, 86.

[6] Los tres versículos de esta introducción discurren paralelos con el final del capítulo 32 de los Hechos de los apóstoles. En ese material asocia la generosidad con la segunda carta a los Corintios (capítulos 8-9 o el “discurso de la caridad”). Allí, sin embargo, en lugar de Isaías 32:8 menciona Isaías 32:20.

[7] Aunque “beneficencia” es un término que en español se suele asociar con la caridad institucional, en Ellen G. White tiene un sentido mucho más amplio y relacionado con el altruismo y la generosidad. Es una expresión que va a aparecer en multitud de ocasiones en los libros escritos en este período. Por ejemplo, en The Acts of the Apostles [Los hechos de los apóstoles] (132, 341, 344) o en Counsels on Health [Consejos sobre la Salud] (17, 40, 228, 390, 602). Siempre es asociada con el desprendimiento manifestado por Jesús: “La prosperidad espiritual está estrechamente ligada con la liberalidad cristiana. Anhelad tan sólo la exaltación que produce la imitación de la beneficencia divina del Redentor. Tenéis la preciosa seguridad de que vuestro tesoro va delante de vosotros a los recintos celestiales.” (Consejos sobre mayordomía cristiana, 53)

[8] Ellen G. White indica que todo el universo discurre en el circuito celestial de la generosidad. En este sentido, es destacable el texto de El deseado de todas las gentes: “Aun ahora todas las cosas creadas declaran la gloria de su excelencia. Fuera del egoísta corazón humano, no hay nada que viva para sí. No hay ningún pájaro que surca el aire, ningún animal que se mueve en el suelo, que no sirva a alguna otra vida. No hay siquiera una hoja del bosque, ni una humilde brizna de hierba que no tenga su utilidad. Cada árbol, arbusto y hoja emite ese elemento de vida, sin el cual no podrían sostenerse ni el hombre ni los animales; y el hombre y el animal, a su vez, sirven a la vida del árbol y del arbusto y de la hoja. Las flores exhalan fragancia y ostentan su belleza para beneficio del mundo. El sol derrama su luz para alegrar mil mundos. El océano, origen de todos nuestros manantiales y fuentes, recibe las corrientes de todas las tierras, pero recibe para dar. Las neblinas que ascienden de su seno, riegan la tierra, para que produzca y florezca.” (12)

[9] A Dios le gusta que cooperemos en su obra redentora. En múltiples ocasiones, el Espíritu de Profecía menciona el deseo del Señor de que las personas sean sus colaboradores. Véase, por ejemplo, Consejos para los maestros (188, 489), La conducción del niño (202) o Consejos sobre la salud (318, 328).  Una definición explícita de lo que implica colaborar con Dios la hallamos en Consejos sobre la obra de le Escuela Sabática: “Ser colaboradores con Dios significa mucho más que ir simplemente a la escuela sabática, asistir a los cultos de la iglesia, participar en la obra de enseñar y hablar en la reunión de testimonios. Colaborar con Dios significa que vuestro corazón anhela fervientemente la salvación de las almas pecadoras por quienes Cristo murió. Significa que estáis llenos de solicitud por la obra, que siempre estáis buscando cómo hacer interesante vuestra instrucción, ideando maneras para que con todas las facultades de vuestra naturaleza que os han sido confiadas, podáis atraer en la misma dirección en que Cristo está atrayendo, a fin de que las almas sean ganadas para su servicio y ligadas a él por las cuerdas de su infinito amor.” (133)

[10] Estas son las dos razones que, básicamente, se suelen encontrar en los escritos de Ellen G. White para ser generosos. La primera hace referencia al anhelo de igualdad y justicia que encontramos en la Biblia. La segunda al foco fundamental del remanente, presentar la salvación a todo el mundo con todos los medios posibles.

[11] La alusión a Mateo 6:19-21 nos sitúa en el núcleo del mensaje de Jesús donde la perspectiva espiritual supera la ceguera humana, nos presenta “un mundo más noble” (Consejos sobre mayordomía cristiana, 142). Con relación a este pasaje, en una ocasión le preguntaron a Ellen G. White dónde había invertido su dinero, ella respondió:

“− En el banco del cielo. He estado enviando mis tesoros por adelantado al cielo. El dueño de este banco celestial me ha advertido diciéndome: ‘No te hagas tesoros en la tierra’, y me advirtió de los peligros de grandes pérdidas en que podía incurrir; en cambio, me aconsejó de este modo: ‘No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan’. Esta inversión es segura y rendirá ganancias inmensas.” (Carta 20, 1 de mayo de 1876).

[12] Me fascina este concepto. En la economía celestial lo relevante son únicamente las personas. Dios siempre estuvo dispuesto a darlo todo por nosotros. Esa generosidad es el modelo que debiéramos incorporar en nuestra relación con el mundo y con las posesiones.

[13] No hay ninguna duda de que las obras de amor no nos salvan pero dicen mucho de nosotros, del crecimiento de nuestro carácter a imagen de Cristo.

[14] Con relación a la verdadera felicidad, Ellen G. White dice en Consejos para los maestros (52): “El que sigue la dirección divina, ha hallado la única fuente verdadera de gracia salvadora y felicidad real, y ha obtenido el poder de impartir felicidad a todos los que lo rodean. Nadie, sin religión, puede disfrutar realmente de la vida. El amor a Dios purifica y ennoblece todo gusto y deseo, intensifica todo afecto y da realce a todo placer digno. Habilita a los hombres para apreciar y disfrutar de todo lo que es verdadero, bueno y hermoso.”

[15] Este es un asunto que nos resulta incómodo porque vivimos en una sociedad de consumo, enfocada en atender los intereses propios. El Espíritu de Profecía se enmarca en otra cosmovisión: “Las ofrendas de los pobres, dadas con abnegación para ayudar y extender la preciosa luz de la verdad salvadora, no sólo tendrán olor agradable para Dios y serán plenamente aceptadas por él como un donativo dedicado, sino que el mismo acto de dar expande el corazón del dador y lo une más plenamente con el Redentor del mundo. Él era rico pero por amor a nosotros se hizo pobre, para que por su pobreza nosotros fuésemos hechos ricos. Las sumas más pequeñas dadas con gozo por los que tienen recursos limitados, resultan plenamente aceptables para Dios, y aun de mayor valor que las ofrendas de los ricos quienes pueden dar miles de pesos sin ejercer abnegación y sin sentir necesidad.” (The Review and Herald, 31 de octubre de 1878.)

[16] Y no se pide que sean grandes cantidades de dinero sino una actitud de grandeza. “No todos pueden dar grandes ofrendas ni cumplir hechos extraordinarios; pero cada cual puede practicar el renunciamiento y manifestar el desinterés del Salvador. Los hay que pueden traer dones abundantes al Señor; otros pueden dar solo un pequeño óbolo; pero el Señor acepta todo don hecho con sinceridad.” (Testimonios Selectos 5, 169)

[17] La expresión “altas facultades” es muy común en Ellen G. White. Las identifica con el dominio propio, la paciencia, el respeto, la mansedumbre y el amor (Consejos para los maestros, 73).

[18] Las fórmulas del mundo y de Dios son muy distintas. Usualmente pensamos que R (Riqueza) = Acumulación (A) cuando es R = G (Generosidad). Dios prefiere la calidad de un ser humano a cualquier otra cosa.

[19] Solo podemos dar las gracias a Dios por esta oportunidad.

[20] Aquí tenemos una propuesta de misión para comenzar hoy mismo: Reanimar, fortalecer y difundir el amor en nuestras iglesias. Es bien fácil y muy necesario.

[21] Una pregunta que apunta directamente a nuestro corazón. Debe ser algo más que leída, debe ser reflexionada con detenimiento y contestada con compromiso.

[22] O yo me equivoco o este es un compromiso en toda regla.

[23] ¡Qué curioso! El oro para Dios no es un metal para ser acumulado o para manifestar estatus sino para enlazar a las personas en su amor y extraerlas de una vida de carencia existencial.

Autor: Textos de Elena G. White comentados por Víctor M. Armenteros, responsable de Gestión Cristiana de la Vida, y Educación, de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.

Revista Adventista de España