Siempre me maravilla leer los Salmos. Una de las razones tiene que ver con la honestidad. Con no dejar que los estereotipos o el auto engaño guíen la vida. Los autores de los salmos llegan a ser despiadadamente honestos, y eso, probablemente los hace tener eco en todas las épocas. El autor del Salmo 6 dice: “Estoy cansado de llorar. Noche tras noche lloro tanto, que inundo de lágrimas mi almohada. El dolor me nubla la vista; ¡se me nubla por culpa de mis enemigos!” (Salmo 6:6-7)
¿Quién no ha experimentado esa sensación de angustia y dolor? Eso de sentirse tan solo y abandonado que pareciera que el dolor se hace más fuerte y desgarrador, especialmente cuando no hay otros que tengan empatía con tu situación.
La sinceridad con que son expresados los sentimientos y emociones en los salmos, lo hace un texto lleno de campos comunes a millones de personas que padecen situaciones similares. Llama la atención que no hay en el salmista ni una pizca de miedo al exponer a Dios la verdadera esencia de lo que ocurre con su vida afectiva. En cierto modo, es lo que corresponde a una buena inteligencia emocional, sincerar la propia emoción, no esconder sus sentimientos en formalismos religiosos y espirituales sin sentido.
Muchas personas creen, erróneamente que, si son cristianos, si tienen fe y se llaman a sí mismos seguidores del Maestro, no deben tener sentimientos de angustia ni pesar. Craso error. Creer no nos hace inmunes a los sentimientos difíciles y a los conflictos emocionales.
En este salmo el escritor no tiene problemas para reconocer ante Dios cómo se siente. Decírselo a Dios va a disminuir su capacidad de creer, simplemente, como nos pasa a todos, ha llegado a un momento donde está saturado de experiencias negativas y vacía sus emociones llorando y lamentando lo que vive. En eso se asemeja a cualquier ser humano en una situación similar, llenos de miedos, conflictos y pesares que se acumulan cada día.
La diferencia es que algunos se quedan a lamer sus heridas, creyendo que allí acaba todo, pero el salmista expone sus sentimientos a Dios sabiendo que Él tiene soluciones donde nosotros, como humanos, no vemos ninguna. Probablemente, sea esa la lección más extraordinaria de los Salmos. ¿Por qué tener miedo de desnudar mi emoción delante de Dios? Dios me ama, ¿por qué habría de tener temor de exponerme frente a alguien cuya bondad y misericordia es sublime?
Por eso que al final de esta oración cantada dice: “El Señor ha escuchado mis ruegos, ¡el Señor ha aceptado mi oración! Mis enemigos, muertos de miedo, quedarán en ridículo; ¡en un abrir y cerrar de ojos huirán avergonzados!” (Sal 6:9-10). Sabe con certeza que Dios no lo abandona a su suerte, que él está allí para socorrerlo y eso hace toda la diferencia entre aquel que siente angustia, pero se hunde con ella, y aquel que lleva su dolor a los pies de Señor y confía en su intervención providencial.
Nadie está exento de sufrir algún momento complicado, sin embargo, todos tenemos la posibilidad de ir con nuestros dolores a Dios. Nuestro Dios, nunca estará tan ocupado como para no abrazarnos con su amor y bondad para decirnos, de todas las formas posibles, que nos ama y que siente con nosotros. Ya lo expresó en la cruz y eso debería ser suficiente para que acudamos al hombro amoroso de Dios en busca de consuelo para nuestro dolor.
Dr. Miguel Ángel Núñez. Pastor adventista ordenado. Doctor en Teología Sistemática; Licenciado en Filosofía y Educación; Orientador familiar. Ha escrito 60 libros y muchos artículos. Varios de sus libros han sido traducidos al ruso, inglés, portugués, rumano y se preparan ediciones en francés y búlgaro. Ha sido profesor universitario en Chile, Argentina, Perú y México. Consejero matrimonial y conferencista internacional. Reside en España.
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