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Este capítulo está dedicado a la vida de Juan Wiclef, “el lucero de la Reforma” (s. XIV). Fue un hombre erudito formado en los campos de la “filosofía escolástica, los cánones de la iglesia y el derecho civil”. Su preparación le hizo destacar en el campo de la libertad civil y religiosa.
Habiendo experimentado un vacío que “ni sus estudios superiores ni las enseñanzas de la iglesia” podían llenar, Wiclef se consagró a investigar las Escrituras. En ellas encontró lo que antes había buscado en vano y “se entregó al servicio de Cristo y resolvió proclamar las verdades que había descubierto”.
“Cuanto más claramente discernía los errores del papado, tanto más fervientemente presentaba las enseñanzas de la Biblia”. Por ello, la iglesia no tardaría en llenarse de ira al ver que las claras verdades del Evangelio presentadas por el reformador eran acogidas con gozo por las multitudes.
Abundaban en Inglaterra religiosos dedicados a la mendicidad. Personas que vivían de la caridad y que se ganaban la vida a costa de sus “servicios” a favor de la iglesia romana. Eran conocidos como los frailes mendicantes y eran tantos que la economía de Inglaterra se veía afectada por su actividad. Además de influenciar negativamente en los jóvenes dando un ejemplo nefasto de cómo ganarse la vida, estos frailes tenían permiso del papa para oír confesiones y ofrecer absoluciones. Los criminales iban a ellos y obtenían el perdón a cambio de unas monedas por lo que los vicios más asquerosos abundaban en aquella sociedad inglesa.
Wiclef dirigía la mente del pueblo hacia las verdades bíblicas
Wiclef “empezó a escribir y publicar folletos contra los frailes” y comenzó a dirigir a las mentes del pueblo hacia las verdades bíblicas. Siendo embajador del rey en los Países Bajos por dos años y al relacionarse con otros creyentes llegados de otros países como Francia y España, el reformador fue expuesto a otros errores del papado que no había visto en Inglaterra. “Volvió a Inglaterra para reiterar sus anteriores enseñanzas más abiertamente y con mayor celo que nunca, y declarar que la codicia, el orgullo y el engaño eran los dioses de Roma”
“Pronto fueron lanzados contra Wiclef los rayos y centellas papales”. Se le ordenó que se presentara ante un tribunal papal pero fue acompañado por tanta gente que se tuvo que suspender el juicio. El papa Gregorio XI quiso la muerte del reformador pero fue él quien encontró la muerte y a raíz de eso, fueron escogidos dos papas rivales que “pretendiendo infalibilidad, reclamaban obediencia”. Esta lucha de poder debilitó al papado y Wiclef pudo descansar por algún tiempo. “En un folleto que publicara, El cisma de los papas, exhortó a la gente a considerar si ambos sacerdotes no decían la verdad al condenarse el uno al otro como anticristos”.
Traducción de las Escrituras al inglés
El profesor de Oxford se propondría la mayor obra de sus vidas: la traducción de las Escrituras al idioma inglés. “Muchos y grandes fueron los obstáculos que tuvo que vencer para llevar a cabo esa obra” pero consiguió su objetivo. Entregó en manos del pueblo una versión de la Biblia que ellos podían leer. Había iluminado a Inglaterra con una “luz que jamás se extinguiría”
Una y otra vez Roma quiso acallar la voz de Wiclef al que se le llegó a ordenar que viajase a la capital del imperio para ser juzgado por un tribunal papal. Los planes de Dios eran otros para el envejecido reformador que fue llamado al descanso sin que sus enemigos pudieran hacerle mal alguno. “Los papistas habían fracasado en su intento de perjudicar a Wiclef durante su vida y su odio no podía aplacarse mientras los restos del reformador siguieran descansando en la paz del sepulcro. Por un decreto del concilio de Constanza, más de cuarenta años después de la muerte de Wiclef, sus huesos fueron exhumados y quemados públicamente, y las cenizas arrojadas en un arroyo cercano”.
Elena White concluye este capítulo dedicado a este gran hombre con las siguientes palabras: “Una mano divina estaba preparando el camino de la gran Reforma”. Se abriría una puerta que nadie iba a ser capaz de cerrar.
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.