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Muchos rechazan a Dios porque no comprenden la existencia del mal
Para muchos el origen del pecado y el porqué de su existencia es causa de gran perplejidad. Ven el mal por todas partes y se preguntan cómo puede permitir Dios tanto sufrimiento y dolor. Aunque Dios ha dejado verdades plenamente reveladas en la Palabra que darían respuesta a tales interrogantes, la tradición y las falsas enseñanzas referentes al carácter de Dios, la naturaleza de su gobierno y su actitud hacia el pecado, han oscurecido la verdad.
Es imposible explicar el origen del pecado y dar razón de su existencia. Hacerlo equivaldría a justificarlo. “Es algo misterioso e inexplicable; excusarlo equivaldría a defenderlo. Si se pudiera encontrar alguna excusa en su favor o señalar la causa de su existencia, dejaría de ser pecado”. Sin embargo, sí podemos saber que el pecado es un intruso cuya introducción en el mundo no es responsabilidad de Dios. El pecado “es la manifestación exterior de un principio en pugna con la gran ley de amor que es el fundamento del gobierno divino”. El pecado rompió el gozo, la paz y la armonía que respiraba el universo. El amor es el fundamento de la ley divina ya que Dios se complace en “que todas sus criaturas le rindan un servicio de amor y un homenaje que provenga de la apreciación inteligente de su carácter. No le agrada la sumisión forzosa, y da a todos libertad para que le sirvan voluntariamente”.
El pecado surgió en el corazón de un ser creado libre
“Cristo el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno con el Padre Eterno: uno en naturaleza, en carácter y en designios”; era el único ser en todo el Universo que podía entrar en todos los consejos y designios de Dios. Esta condición molestó a alguien en cuyo corazón nació el pecado. Lucifer había sido el más honrado por Dios después de Cristo. Ocupaba una posición de honor y gloria ante los habitantes del cielo ya que era uno de los querubines que tenía el privilegio de estar en la presencia inmediata del Padre. Sin embargo, “poco a poco, Lucifer se abandonó al deseo de la propia exaltación”.
Una criatura perfecta hasta que se halló en él maldad. Su belleza y su esplendor hicieron que se corrompiera. “En lugar de procurar que Dios fuese objeto principal de los afectos y de la obediencia de sus criaturas, Lucifer se esforzó por granjearse el servicio y el homenaje de ellas”. Lucifer tenía celos de la posición que ocupaba Cristo. Se le hizo ver que todo era armonía en el cielo, pero él se convirtió en una nota discordante. Jesús trató de hacerle entender “la grandeza, la bondad y la justicia del Creador, y la naturaleza sagrada e inmutable de su ley” pero “la amonestación dada con un espíritu de amor y misericordia infinitos, solo despertó espíritu de resistencia. Lucifer dejó prevalecer sus celos y su rivalidad con Cristo, y se volvió aún más obstinado”.
Lucifer, en su libertad, escogió mal
El orgullo le llevó a no apreciar los altos honores que el Creador le había concedido. No sentía gratitud alguna y solo aspiraba a ser igual a Dios. Cristo gozaba de la misma autoridad y poder que el Padre y eso es lo que anhelaba Lucifer que, aunque era amado y reverenciado por los ángeles, quería recibir la adoración de Jesús. Obrando con misterioso sigilo y encubriendo sus verdaderas intenciones, salió a “difundir el descontento entre los ángeles”. Se esforzó en despertar el recelo hacia las leyes divinas diciendo que eran restrictivas e innecesarias. Intentó ganarse la simpatía de los ángeles presentando a Dios como un ser arbitrario e injusto que les estaba impidiendo alcanzar un nivel superior de existencia.
En su gran misericordia, Dios soportó por largo tiempo a Lucifer. Fue retenido aún por mucho tiempo en el cielo. El mismo Lucifer no veía en un principio hasta dónde le llevaría este espíritu; no comprendía la verdadera naturaleza de sus sentimientos. Aunque varias y repetidas veces se le ofreció el perdón con tal de que se arrepintiese y se sometiese, el orgullo le impidió someterse. Se empeñó en defender su proceder insistiendo en que no necesitaba arrepentirse, y se entregó de lleno al gran conflicto con su Hacedor.
Engañaba a los ángeles, y a los mundos creados
Desde entonces dedicó todo el poder de su gran inteligencia a la tarea de engañar, a prevaricar y a mentir descaradamente, acusando al Hijo de Dios de querer humillarlo ante los habitantes del cielo. Su política consistía en confundir a los ángeles con argumentos sutiles acerca de los designios de Dios y, en su libertad, muchos fueron inducidos a unirse con él en su rebelión contra la autoridad celestial. A todos aquellos a quienes no pudo sobornar y atraer completamente a su lado, los acusó de indiferencia respecto a los intereses de los seres celestiales.
Dios permitió, en su sabiduría, que Satanás (adversario) prosiguiese su obra hasta que el espíritu de desafecto se convirtiese en activa rebeldía. Como querubín ungido había sido grandemente exaltado. Era muy amado y tenía mucha influencia. “Tenia gran poder para engañar, y al usar su disfraz de mentira había obtenido una ventaja. Ni aun los ángeles leales podían discernir plenamente su carácter ni ver adónde conducía su obra”. En juego no estaba solo la fidelidad de los ángeles sino también la de los habitantes de los mundos creados.
La actitud de Dios frente al mal
En su actitud para con el pecado, Dios no podía sino obrar con justicia y verdad. Satanás podía hacer uso de armas de las cuales Dios no podía valerse: la lisonja y el engaño. Era necesario que se viera con claridad que el gobierno de Dios es justo y su ley perfecta. Todos debían ver el verdadero carácter del usurpador. Era necesario darle tiempo. “Su propia obra debía condenarle. El universo entero debía ver al seductor desenmascarado”.
Cuando se hizo evidente que Satanás no podía permanecer ya en el cielo, Dios no lo destruyó. Siendo que solo un servicio de amor es aceptable a Dios, los demás ángeles que permanecieron fieles y los demás mundos habitados no hubieran entendido la justicia divina al no ver claramente la naturaleza y consecuencias del pecado. “La influencia del seductor no habría quedado destruida del todo, ni el espíritu de rebelión habría sido extirpado por completo. Para bien del universo entero a través de las edades sin fin, era preciso dejar que el mal llegase a su madurez”.
Cuando Satanás supo que iba a ser expulsado junto a los ángeles que se habían unido a la rebelión, “el jefe rebelde declaró audazmente su desprecio de la ley del Creador”. Mediante la misma falsa representación del carácter de Dios que empleó en el cielo, para hacerle parecer severo y tiránico, Satanás indujo al hombre a pecar. El mismo espíritu que fomentara la rebelión en el cielo continúa inspirándole en la tierra: promete libertad al transgredir los únicos preceptos que pueden asegurar tal libertad.
Cristo, la mayor prueba del amor y la justicia de Dios
Satanás se esfuerza por deformar el carácter de Dios, pero la Escritura declara de forma inequívoca: “¡Jehová, Jehová, Dios compasivo y clemente, lento en iras y grande en misericordia y en fidelidad: que usa de misericordia, que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, pero que de ningún modo tendrá por inocente al rebelde!” (Ex.34:6-7). La mayor prueba de amor que el universo haya podido contemplar es Cristo en la cruz. Al morir en la cruz, Cristo vindicó el carácter de amor del Padre. El orgullo del que pretendía ser como Dios choca con la humildad, la misericordia, compasión y piedad del que se hizo hombre. Ver a Cristo en la cruz “despertó el asombro y la indignación del universo”. En la cruz, “los fuegos concentrados de la envidia y de la malicia, del odio y de la venganza, estallaron contra el Hijo de Dios”, mientras el Padre guardaba silencio.
Consumado ya el gran sacrificio, Cristo subió al cielo e hizo una petición al Padre: “Aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo” (Jn.17:24). Entonces, con amor y poder indecibles, el Padre respondió desde su trono: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (Heb.1:6). El precio del rescate había sido pagado por uno en el que no había ni una mancha. “La muerte de Cristo fue un argumento irrefutable en favor del hombre. La penalidad de la ley caía sobre él que era igual a Dios, y el hombre quedaba libre de aceptar la justicia de Dios, y de triunfar frente al poder de Satanás, mediante una vida de arrepentimiento y humillación, tal como el Hijo de Dios había triunfado. Así Dios es justo, al mismo tiempo que justifica a todos los que creen en Jesús”.
Mal, nunca más
Mientras la cruz del Calvario proclama el carácter inmutable de la ley, declara al universo que la paga del pecado es muerte. El Hijo de Dios atravesó los umbrales de la tumba, “para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo” (Heb.2:14). Todo el universo habrá visto la naturaleza y los resultados del pecado y nunca más se manifestará el mal. La Palabra de Dios dice: “No se levantará la aflicción segunda vez” (Nahúm 1:9).
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.