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El pasaje bíblico que más que ninguno había sido el fundamento y el pilar central de la fe adventista era la declaración: “Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el santuario”. (Dn.8:14). En común con el resto del mundo cristiano, los adventistas creían entonces que la tierra, o alguna parte de ella, era el santuario. Entendían que la purificación del santuario era la purificación de la tierra por medio del fuego del último y supremo día, y que ello se verificaría en el segundo advenimiento. De ahí que concluyeran que Cristo volvería a la tierra en 1844.
Pero el tiempo señalado había pasado, y el Señor no había aparecido. Los creyentes sabían que la Palabra de Dios no podía fallar; su interpretación de la profecía debía estar pues errada; pero, ¿dónde estaba el error? Negar los cómputos proféticos no tenía sentido puesto que las evidencias eran irrefutables. La profecía de las 70 semanas de Daniel 9 justificaba perfectamente el cálculo por el cual los 2.300 días llegaban hasta el año 1844.
El santuario no es la tierra
Sin embargo, Cristo no había venido. A pesar de que muchos abandonaron su fe, no fueron pocos los que “orando con fervor, volvieron a considerar su situación, y estudiaron las Santas Escrituras para descubrir su error. Como no encontraran ninguno en sus cálculos de los períodos proféticos, fueron inducidos a examinar más de cerca la cuestión del santuario”. Descubrieron que en la Biblia no hay prueba alguna que justifique la creencia de que la tierra era el santuario. En el primer pacto, el santuario era el que levantaron en el desierto que después llegaría a ser el templo que finalmente sería destruido primero por Nabucodonosor y posteriormente por Roma en el año 70. Tal fue el único santuario que existiera en la tierra, pero ¿no tiene el nuevo pacto también el suyo?
En el libro de Hebreos encontraron la respuesta: “Lo principal, pues, entre las cosas que decimos es esto: Tenemos un tal sumo sacerdote que se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos; ministro del santuario, y del verdadero tabernáculo, que plantó el Señor, y no el hombre” (Heb.8:1).
Uno fue el tabernáculo de Moisés y el otro el del Señor. Uno fue levantado por mano de hombre y el otro no. En uno ministraban sacerdotes y en el otro Cristo, “nuestro gran Sumo Sacerdote, quien ministra a la diestra de Dios”. Uno de los santuarios estaba en la tierra, el otro está en el cielo. Uno era una réplica del otro: “El esplendor incomparable del tabernáculo terrenal reflejaba a la vista humana la gloria de aquel templo celestial donde Cristo nuestro precursor ministra por nosotros ante el trono de Dios”
El santuario terrenal ayuda a comprender el celestial
Estudiar el modelo terrenal ayudaría a entender el plan de salvación. Los estudiosos comenzaron a encontrar las respuestas que buscaban. En primer lugar entendieron que el santuario del que hablaba Daniel no podía ser el terrenal puesto que éste había sido destruido ya en el año 70 d.C. La profecía se refería “indudablemente al santuario que está en el cielo” pero quedaba todavía la pregunta más importante por contestar: “¿Qué es la purificación del santuario?”. Y aún se podía preguntar más: “¿Puede haber algo que purificar en el cielo?”
Los estudiosos hallaron el texto de Hebreos 9:22-23: “Según la ley, casi todas las cosas son purificadas con sangre; y sin derramamiento de sangre no hay remisión. Fue pues necesario que las representaciones de las cosas celestiales fuesen purificadas con estos sacrificios, pero las mismas cosas celestiales, con mejores sacrificios que estos”. El mejor sacrificio del que habla este pasaje es la preciosa sangre de Cristo. Pablo dice que la razón por la cual esta purificación debe hacerse con sangre, es porque sin derramamiento de sangre no hay remisión. La remisión es el acto de quitar los pecados y el Santuario terrenal explicaría perfectamente este tema a los estudiosos de la Biblia.
“El servicio del santuario terrenal consistía en dos partes; los sacerdotes ministraban diariamente en el lugar santo, mientras que una vez al año el sumo sacerdote efectuaba un servicio especial de expiación en el lugar santísimo, para purificar el santuario”. Cada día los pecados de Israel eran transferidos al santuario y era necesario que se hiciera un servicio especial para eliminarlos. A ese día especial se le conocía como el “gran día de las expiaciones” cuando el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo del Santuario para purificar el santuario. Este servicio culminaba el calendario anual de servicios del calendario. Era el día más importante del año.
En 1844 Jesús, nuestro sumo Sacerdote, entró en el lugar Santísimo
Toda la ceremonia estaba destinada a inculcar a los israelitas una idea de la santidad de Dios y de su odio al pecado. Toda la congregación de Israel debía pasar el día en solemne humillación ante Dios, con oración, ayuno y examen profundo del corazón. Año tras año, al celebrar el Día de la Expiación, el tabernáculo mostraba grandes lecciones del plan de redención: Cristo es nuestra ofrenda, nuestro sacrificio. Además, “después de su ascensión, nuestro Salvador empezó a actuar como nuestro Sumo Sacerdote. Pablo dice: “No entró Cristo en un lugar santo hecho de mano, que es una mera representación del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora delante de Dios por nosotros” (Heb.9:24).
“La obra del sacerdote en el servicio diario consistía en presentar ante Dios la sangre del holocausto, como también el incienso que subía con las oraciones de Israel. Así es como Cristo ofrece su sangre ante el Padre en beneficio de los pecadores, y así es como presenta ante él, además, junto con el precioso perfume de su propia justicia, las oraciones de los creyentes arrepentidos. Tal era la obra desempeñada en el primer departamento del santuario en el cielo…
La sangre de Cristo, ofrecida en beneficio de los creyentes arrepentidos, les aseguraba perdón y aceptación cerca del Padre, pero no obstante sus pecados permanecían inscritos en los libros de registro. Como en el servicio típico había una obra de expiación al fin del año, así también, antes de que la obra de Cristo para la redención de los hombres se complete, queda por hacer una obra de expiación para quitar el pecado del santuario. Este es el servicio que empezó cuando terminaron los 2.300 días. Entonces, así como lo había anunciado Daniel el profeta, nuestro Sumo Sacerdote entró en el lugar santísimo, para cumplir la última parte de su solemne obra: la purificación del santuario”.
La purificación del santuario, previa a la Segunda Venida
Elena White sigue diciendo: “La purificación del santuario implica por lo tanto una obra de investigación, una obra de juicio. Esta obra debe realizarse antes de que venga Cristo para redimir a su pueblo, pues cuando venga, su galardón está con él, para que pueda otorgar la recompensa a cada uno según haya sido su obra” (Apc.22:12)
Así que los que andaban en la luz de la palabra profética vieron que, en lugar de venir a la tierra al fin de los 2.300 días, en 1844, Cristo entró entonces en el lugar santísimo del santuario celestial para cumplir la obra final de la expiación preparatoria para su venida. El Santuario había sido clave para entender la profecía bíblica.
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.