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El texto bíblico declara que los santos hombres de Dios “buscaron e inquirieron diligentemente” tocante a las revelaciones que les fueron dadas, para generaciones que aún no habían nacido. Elena White comparte este pensamiento: “Comparad su santo celo con la indiferencia con que los favorecidos en edades posteriores trataron este don del cielo. ¡Qué censura contra la apatía, amiga de la comodidad y de la mundanalidad, que se contenta con declarar que no se pueden entender las profecías!”.
La inteligencia de los hombres no es capaz de penetrar en los consejos del Eterno, ni de comprender enteramente el modo en que se cumplen sus designios. Por eso, a menudo, la mente de la gente “es ofuscada por las opiniones humanas, las tradiciones y las falsas enseñanzas de los hombres, de suerte que no alcanzan a comprender más que parcialmente las grandes cosas que Dios reveló en su Palabra”. Elena White describe así la experiencia de los propios discípulos de Cristo que anunciaban la llegada del reino de Dios, pero no entendían la misión del Mesías.
Los discípulos no comprendieron, pero confiaron
Fue durísimo verlo arrestado como un malhechor, azotado, escarnecido y condenado, y clavado en la cruz del Calvario. “¡Qué desesperación y qué angustia no desgarraron los corazones de esos discípulos durante los días en que su Señor dormía en la tumba!”. Qué largo se les hizo aquel sábado mientras que la desconfianza y el dolor destruía sus corazones y rompía sus esperanzas.
Leemos el pensamiento de la autora: “La muerte de Cristo—el acontecimiento mismo que los discípulos habían considerado como la ruina final de sus esperanzas—fue lo que las aseguró para siempre. Si bien es verdad que esa misma muerte fuera para ellos cruel desengaño, no dejaba de ser la prueba suprema de que su creencia había sido bien fundada. El acontecimiento que los había llenado de tristeza y desesperación, fue lo que abrió para todos los hijos de Adán la puerta de la esperanza. En ella se concentraban la vida futura y la felicidad eterna de todos los fieles siervos de Dios en todas las edades”.
Aunque los discípulos comprendieron mal el sentido del mensaje y vieron frustrarse sus esperanzas, habían predicado la amonestación que Dios les encomendara. Por eso el Señor iba a recompensar su fe y honrar su obediencia confiándoles la tarea de proclamar a todas las naciones el glorioso evangelio del Señor resucitado. No entendían, pero confiaron. Fue la experiencia del camino a Emaús que marcó el antes y el después para la vida de los discípulos. Su corazón ardía al repasar la Escritura y entender el sentido de la misma.
Miller y sus seguidores confiaron, aunque no entendieron
Lo que experimentaron los discípulos que predicaron el “evangelio del reino”, cuando vino Cristo por primera, vez tuvo su contraparte en lo que experimentaron los que proclamaron el mensaje de su segundo advenimiento. Como los primeros discípulos, Guillermo Miller y sus colaboradores no comprendieron ellos mismos enteramente el alcance del mensaje que proclamaban. Los errores que existían desde hacía largo tiempo en la iglesia les impidieron interpretar correctamente un punto importante de la profecía. Iban a sufrir un profundo desengaño debido a una falsa comprensión del significado de la profecía que estaban proclamando. Su error fue aceptar la creencia popular relativa a lo que constituye el santuario.
Fallaron en su interpretación del Santuario, pero cumplieron el propósito de Dios
El Santuario era la clave. Entender las fases anuales por las que pasaba el Santuario daría luz a la “purificación del Santuario”. Esto estaba relacionado con el acto final de la obra de expiación. Era el último servicio efectuado por el sumo sacerdote en el ciclo anual de su ministerio. El día de la expiación era el día del perdón. El día en el que se borraban los pecados del pueblo. Prefiguraba o ilustraba la obra final en el ministerio de nuestro Sumo Sacerdote en el cielo. Es la obra de juicio que anuncia el ángel cuando dice que “la hora del juicio ha llegado”.
Los que proclamaron esta amonestación dieron el debido mensaje a su debido tiempo, aunque no lo hubieran entendido bien. Igualmente, los discípulos no habían entendido claramente el significado de lo que estaban anunciando. “Como los discípulos se equivocaron en cuanto al reino que debía establecerse al fin de las setenta semanas, así también los adventistas se equivocaron en cuanto al acontecimiento que debía producirse al fin de los 2.300 días”.
Sus errores los llevaron a sendos desengaños, sin embargo, Dios cumplió su propósito misericordioso permitiendo que el juicio fuese proclamado. El mensaje tenía por objeto probar y purificar la iglesia. Debía prepararla para el momento trascendental por el que tenía que pasar el profeso pueblo de Dios.
Esta experiencia, que no podemos olvidar, “revelaría la fuerza de aquellos que, con verdadera fe, habían obedecido a lo que creían era la enseñanza de la Palabra y del Espíritu de Dios. Ella les enseñaría, como solo tal experiencia podía hacerlo, el peligro que hay en aceptar las teorías e interpretaciones de los hombres, en lugar de dejar la Biblia interpretarse a sí misma”.
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.