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Guillermo Miller, agricultor íntegro y de corazón recto, decidió estudiar las Sagradas Escrituras con profundo interés para analizar las aparentes contradicciones que algunos no creyentes le habían señalado. Empezando por el Génesis y leyendo versículo a versículo, Miller estudiaba a la vez que oraba buscando comprender con la Biblia todo pasaje aparentemente complicado.
Estudió de forma especial los libros de Daniel y el Apocalipsis, siguiendo los mismos principios de interpretación que en los demás libros de la Biblia, y con gran gozo comprobó que los símbolos proféticos podían ser comprendidos. Miller encontró que la venida verdadera y personal de Cristo está claramente enseñada en las Santas Escrituras. Leyó cuidadosamente los pasajes bíblicos que describían cómo sería esta venida y qué eventos, como la resurrección, la acompañarían. Su estudio le hizo llegar a la conclusión de que el período fijado para la subsistencia de la tierra en su estado actual estaba por terminar.
Otro elemento que llamó poderosamente su atención en relación a la Segunda Venida de Jesús fue la gran cantidad de cómputos de tiempo o cronologías vinculadas a las profecías bíblicas. Entendió estos periodos de tiempo como “tiempos señalados” revelados por Dios a su gente y concluyó que para el gran evento señalado en la Escritura también debería haber alguna indicación de tiempo.
Las 2300 tardes y mañanas, y el día/año
La profecía que parecía revelar con la mayor claridad el tiempo del segundo advenimiento, era la de Daniel 8:14: “Hasta dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el Santuario”. Siguiendo la regla que se había impuesto, la de dejar que las Sagradas Escrituras se interpretasen a sí mismas, Miller llegó a saber que un día en la profecía simbólica representa un año y vio que el período de los 2.300 días proféticos, o años literales, se extendía mucho más allá del fin de la era judaica por lo que el santuario del que estaba hablando no podía ser el de Jerusalén.
Miller aceptaba la creencia general que entendía que la tierra es el santuario y dedujo, por consiguiente, que la purificación del santuario predicha en Dn.8:14 representaba la purificación de la tierra con fuego en la Segunda Venida de Cristo. Desconocía que, en realidad, se refería a la purificación del Santuario Celestial del que habla el libro de Hebreos. No se puede poner fecha a la Segunda Venida (Marcos 12:32; Mateo 24:36; 2ºPedro 3:10). Sin embargo, la idea de esa inminente Segunda Venida promovió un enorme y necesario despertar espiritual.
En su fijación por encontrar el momento de la Segunda Venida le faltaba encontrar el punto de partida para saber la fecha del retorno de Jesús. Así lo entendía él. Dedicó días y noches a estudiar con empeño las profecías de Daniel. Vio que el profeta no había entendido la visión de las tardes y mañanas del capítulo 8 pero que el ángel tenía la misión de hacerle entender la visión, por lo que comprendió que la profecía de las setenta semanas del capítulo siguiente, en Daniel 9, tendría relación con las 2.300 tardes y mañanas.
Las 70 semanas de Daniel
Miller entendió que las 70 semanas de Daniel 9 eran los 490 años iniciales de la profecía mayor. Aplicó el principio bíblico de día por año y leyó que el ángel había declarado que las setenta semanas comenzaban con el decreto para reedificar a Jerusalén. Decreto que se encuentra en el capítulo séptimo de Esdras. Los decretos de Ciro, Darío y Artajerjes completaban la orden para restaurar y reedificar Jerusalén. De modo que el año que salió la orden final y más completa sería el año de inicio de la profecía bíblica. Ese año era el 457 a.C.
Partiendo de ese año, las 70 semanas o 490 años llegan hasta el año 34 de nuestra era. La última semana de esa profecía, es decir, los últimos siete años, nos marcan acontecimientos muy importantes:
El año 27 significaría la aparición del Mesías Príncipe. La palabra Mesías significa Ungido y Jesús fue ungido por el Espíritu Santo en ocasión de su bautismo, precisamente el año 27 de nuestra era.
“Y en otra semana confirmará el pacto a muchos”. El año 34 de nuestra era coincide con el apedreamiento de Esteban. Es el momento en el que la profecía había indicado que se terminaría el período especialmente concedido a los judíos beneficiando a los gentiles en la predicación del Evangelio.
“A la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda”. Tres años y medio después del bautismo, exactamente a la mitad de la semana según la profecía bíblica, Jesús fue crucificado. “Con el gran sacrificio ofrecido en el Calvario, terminó aquel sistema de ofrendas que durante cuatro mil años había prefigurado al Cordero de Dios”.
La purificación del santuario y la Segunda Venida de Jesús
El cumplimiento exacto de las setenta semanas partiendo del 457 a.C. y concluyendo en el 34 d.C permite establecer el final de la profecía de los 2300 años. El santuario debía ser purificado en 1844. “Al empezar a estudiar las Sagradas Escrituras como lo hizo, para probar que son una revelación de Dios, Miller no tenía la menor idea de que llegaría a la conclusión a que había llegado. Apenas podía él mismo creer en los resultados de su investigación. Pero las pruebas de la Santa Escritura eran demasiado evidentes y concluyentes para rechazarlas”.
Era el año 1818 cuando Miller llegó a esta conclusión y su corazón ardía de gozo al pensar que en pocos años habría de ver a Jesús volver. No pudo menos que sentir que era deber suyo impartir a otros la luz que había recibido. Empezó a presentar sus ideas en círculo privado siempre que se le ofrecía la oportunidad, pero tardó nueve años para exponer su fe en público. Con temblor comenzó a conducir a sus oyentes paso a paso a través de los períodos proféticos hasta el segundo advenimiento de Cristo. Predicaba con tal fervor que despertaba el interés de la gente en los grandes asuntos de la religión. De hecho, le invitaban a predicar en las iglesias protestantes de casi todas las denominaciones. Su predicación, como la de los primeros reformadores, tendía más a convencer el entendimiento y a despertar la conciencia que a excitar las emociones.
La señal de la lluvia de estrellas y la proclamación del Evangelio
En 1833, dos años después de haber principiado Miller a presentar en público las pruebas de la próxima venida de Cristo, apareció la última de las señales anunciadas por el Salvador como precursoras de su segundo advenimiento. Jesús había dicho: “Las estrellas caerán del cielo” (Mt.24:29). Fue el 13 de noviembre de ese año. Aquella noche, todo el cielo estuvo constantemente surcado por una lluvia incesante de cuerpos que brillaban, de forma deslumbradora, desde las dos de la madrugada hasta plena claridad del día.
Así se realizó la última de las señales de su venida acerca de las cuales Jesús había dicho a sus discípulos: “Cuando viereis todas estas cosas, sabed que está cercano, a las puertas” (Mt.24:33). Muchos de los que presenciaron la caída de las estrellas la consideraron como un anuncio del juicio venidero.“Así fue dirigida la atención del pueblo hacia el cumplimiento de la profecía, y muchos fueron inducidos a hacer caso del aviso del segundo advenimiento”. Hombres de saber y de posición social se adhirieron a Miller para divulgar sus ideas, y de 1840 a 1844 la obra se extendió rápidamente. A pesar de toda oposición y de las burlas, el interés en el movimiento adventista siguió en aumento.
Un gran reavivamiento espiritual
Elena White afirma: “Como los argumentos basados en los períodos proféticos resultaban irrefutables, los adversarios trataron de prevenir la investigación de este asunto enseñando que las profecías estaban selladas. De este modo los protestantes seguían las huellas de los romanistas. Mientras que la iglesia papal le niega la Biblia al pueblo, las iglesias protestantes aseguraban que parte importante de la Palabra Sagrada—o sea la que pone a la vista verdades de especial aplicación para nuestro tiempo—no podía ser entendida”. En esto contradicen a la Palabra de Dios que afirma: “El que lee, entienda”.
Más allá del cómputo profético y la interpretación del evento relacionado con el mismo, lo más bonito fue que los que aceptaron la doctrina del advenimiento vieron la necesidad de arrepentirse y humillarse ante Dios. Nueva vida espiritual se despertó en los creyentes y el Espíritu actuaba con poder entre ellos. La iglesia se estaba preparando para el encuentro con Jesús.
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.