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Esperanza en la Segunda Venida de Cristo
Una de las verdades más solemnes y más gloriosas que revela la Biblia, es la de la segunda venida de Cristo para completar la gran obra de la redención. Es la gran promesa que permea el Antiguo Testamento. Enoc, séptimo desde Adán, Job con su preciosa promesa: “Pues yo sé que mi Redentor vive, y que en lo venidero ha de levantarse sobre la tierra; […] aun desde mi carne he de ver a Dios; a quien yo tengo de ver por mí mismo, y mis ojos le mirarán; y ya no como a un extraño” (19:25-27). Y muchos otros escritores como David, Isaías, Habacuc… anuncian la preciosa verdad del fin de la rebelión con la venida de Jesús.
Jesús prometió que volvería. Los ángeles repitieron la promesa cuando Él ascendió desde el Monte de los Olivos al cielo. Pablo lo repite una y otra vez y Juan, el profeta de Patmos dice: “¡He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá!” (Apc.1:7).
En torno de su venida se agrupan las glorias de “la restauración de todas las cosas” … Entonces el reino de paz del Mesías esperado por tan largo tiempo, será establecido por toda la tierra. Esta promesa de la venida del Señor ha sido en todo tiempo la esperanza de sus verdaderos discípulos. Ha iluminado sus vidas con alegría y esperanza a pesar de las pruebas de la vida. Siempre ha sido la “esperanza bienaventurada”. Fue la esperanza de la iglesia apostólica, de la “iglesia del desierto”, y de los reformadores.
Cumplimiento de las profecías, y de las señales
No solo predecían las profecías cómo ha de producirse la venida de Cristo y el objeto de ella, sino también las señales que iban a anunciar a los hombres cuándo se acercaría ese acontecimiento. Señales en el sol, la luna y la estrellas y el gran terremoto anunciados por las profecías bíblicas, acontecieron de forma especial en el s. XVIII.
El terremoto de Lisboa
“En 1755 se sintió el más espantoso terremoto que se haya registrado. Aunque generalmente se lo llama el terremoto de Lisboa, se extendió por la mayor parte de Europa, África y América. Se sintió en Groenlandia en las Antillas, en la isla de Madera, en Noruega, en Suecia, en Gran Bretaña e Irlanda. Abarcó por lo menos diez millones de kilómetros cuadrados.
La conmoción fue casi tan violenta en África como en Europa. Gran parte de Argel fue destruida; y a corta distancia de Marruecos, un pueblo de ocho a diez mil habitantes desapareció en el abismo. Una ola formidable barrió las costas de España y África, sumergiendo ciudades y causando inmensa desolación. Fue en España y Portugal donde la sacudida alcanzó su mayor violencia. En Lisboa “se oyó bajo la tierra un ruido de trueno, e inmediatamente después una violenta sacudida derribó la mayor parte de la ciudad”. Se calcula que noventa mil personas perdieron la vida en aquel aciago día.
El oscurecimiento del Sol y la Luna
Veinticinco años después, el 19 de mayo de 1780, apareció la segunda señal mencionada en la profecía: el oscurecimiento del sol y de la luna. Fue el día oscuro en el cual hubo un inexplicable oscurecimiento de todo el cielo visible y atmósfera de Nueva Inglaterra. “En la mayor parte del país fue tanta la oscuridad durante el día, que la gente no podía decir qué hora era ni por el reloj de bolsillo ni por el de pared. Tampoco pudo comer, ni atender a los quehaceres de casa sin vela prendida”. Según podemos leer, “la oscuridad de la noche no fue menos extraordinaria y terrorífica que la del día” y, después de media noche, desapareció la oscuridad, y cuando la luna volvió a verse, parecía de sangre.
Ya lo advirtió el profeta Joel: “El sol se tornará en tinieblas, y la luna en sangre, antes de que venga el día grande y espantoso de Jehová” (Jl.2:31). Era el momento de levantar las cabezas, la redención estaba cerca, pero, según podemos leer, la iglesia estaba absorbida por la mundanalidad e ignoraba estas claras señales. El anhelo por llegar al cielo había sido reemplazado por la comodidad que casi todas las clases sociales disfrutaban en las iglesias de los Estados Unidos.
El peligro de perder de vista la vida eterna
Jesús había predicho que los días previos a su advenimiento serían días en los que el peligro era llenarse de preocupaciones de la vida temporal perdiendo de vista la vida eterna. Ignorar la promesa implica no prepararse para cuando se cumpla, pero ante la perspectiva de aquel gran día, la Palabra de Dios exhorta a su pueblo del modo más solemne y expresivo a que despierte de su letargo espiritual.
El mensaje de amonestación queda registrado en Apc.14 donde leemos el triple mensaje angélico seguido inmediatamente por la venida del Hijo del hombre para segar “la mies de la tierra”. El evangelio eterno habría de volver a ser anunciado en el contexto de Juicio que advierte de la importancia de tomarse en serio al Dios Creador de los cielos, la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.
Este mensaje, cuando es ignorado, deja a la iglesia en una oscuridad que Dios no quiere para su pueblo. Terminamos este capítulo con las palabras de Elena White: “A menos que la iglesia siga el sendero que le abre la Providencia, y aceptando cada rayo de luz, cumpla todo deber que le sea revelado, la religión degenerará inevitablemente en mera observancia de formas, y el espíritu de verdadera piedad desaparecerá”.
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.