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Este capítulo, tal y como se explica en una nota a pie de página en el libro, fue compilado por los Sres. C. C. Crisler y H. H. Hall, y se insertó en esta obra (El Conflicto de los Siglos) con la aprobación de la autora.
En una España siempre amante de la libertad, el clero español procuraba que la iglesia retornara constantemente al cristianismo primitivo. “Fue precisamente con el fin de aniquilar ese espíritu de libertad, característico del pueblo español que, en 1483, Fernando e Isabel permitieron el establecimiento de la Inquisición como tribunal permanente en Castilla con Tomás de Torquemada como inquisidor general”.
No fue tarea fácil para los comerciantes burlar la vigilancia de los esbirros de la Inquisición, quienes hacían cuanto podían para acabar con las doctrinas reformadas con la intención de frenar la ola de literatura que iba inundando el país desde otros lugares como Alemania, Italia o Suiza. “Año tras año, podemos leer, durante la mayor parte del siglo XVI, se hicieron esfuerzos constantes para abastecer a la gente con Biblias y Testamentos en castellano y con los escritos de los reformadores”. Mientras que el contrabando de Biblias y Testamentos iba en aumento, la “Inquisición trataba de impedir con redoblada vigilancia que dichos libros llegasen a manos de la gente”.
Juan de Valdés usó la imprenta para compartir la Biblia
La relación entre España y Alemania o los Países Bajos era estrecha debido a la extensión del imperio de Carlos V. Esta vinculación permitía que personas cercanas al monarca pudieran ser expuestos a las enseñanzas reformadas europeas. Alfonso de Valdés, secretario imperial, tuvo la oportunidad de estar presente en Worms en 1521. Allí pudo conocer a Lutero y unos 10 años más tarde tuvo la oportunidad de conocer a Melanchton en Augsburgo. Su exposición a las tesis reformistas hizo que Alfonso fuese condenado como sospechoso de luteranismo. El hermano de Alfonso, Juan de Valdés, fue de los primeros reformadores en utilizar la imprenta para esparcir el conocimiento de la verdad bíblica. Su labor contribuyó grandemente a echar los cimientos del protestantismo en España.
Muchos personajes ilustres se convirtieron a la Reforma
Interesante es leer en este capítulo acerca del arraigo del protestantismo en lugares como Valladolid o Sevilla. Desde la misma iglesia católica, en sus conventos, el amor por la verdad y el deseo de dar a conocer la Biblia al pueblo, es un testimonio de aquellos tiempos en los que, según escribe el historiador: “Tal vez no hubo nunca en país alguno tan grande proporción de personas ilustres, por su cuna o por su saber, entre los convertidos a una religión nueva y proscrita. Esta circunstancia ayuda a explicar el hecho singular de que un grupo de disidentes que no bajaría de dos mil personas, diseminadas en tan vasto país y débilmente relacionadas unas con otras, hubiese logrado comunicar sus ideas y tener sus reuniones privadas, durante cierto número de años, sin ser descubierto por un tribunal tan celoso como lo fue el de la Inquisición”.
Son muchos los personajes relevantes que se citan a lo largo de este capítulo que relata el avance de la fe reformada en nuestro país. A pesar del poder y preeminencia de la Iglesia Católica en España, no se había podido contrarrestar el avance secreto del movimiento protestante. Año tras año se hacía más fuerte al contarse por miles los adherentes a la nueva fe. Se nos explica que los creyentes salían hacia Europa para disfrutar de la libertad religiosa de otros países o para continuar editando materiales escritos que harían llegar de nuevo a España con el fin de seguir proclamando las verdades que llenaban sus corazones.
Juan Pérez realizó una versión castellana del N.T. y Julián Hernández la hizo circular
Así, en 1556 Juan Pérez, que vivía en Ginebra, terminó su versión castellana del Nuevo Testamento. A través del colportor Julián Hernández, “esta edición del Nuevo Testamento fue la primera versión protestante que alcanzara circulación bastante grande en España”. Esta obra preciosa le costó la vida al colportor que pagó en la hoguera la osadía de hacer llegar la Palabra de Dios a los españoles.
“Silenciosamente y con presteza, se consiguieron los nombres de centenares de creyentes, y al tiempo señalado y sin previo aviso fueron éstos capturados simultáneamente y encarcelados”. En Sevilla y Valladolid; en Toledo, Valencia, Granada y Murcia, los muchos mártires que murieron en las hogueras de la Inquisición testifican de las dificultades que tuvieron nuestros antepasados para vivir una fe que nosotros podemos disfrutar en libertad. “Tal fue la suerte que corrieron muchos que en España se habían identificado íntimamente con la Reforma protestante del s.XVI, pero de esto ‘no debemos sacar la conclusión de que los mártires españoles sacrificaran sus vidas y derramaran su sangre en vano. Ofrecieron a Dios sacrificios de grato olor. Dejaron a favor de la verdad un testimonio que no se perdió del todo”.
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.