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Lefevre y Farel
A la vez que las verdades del Evangelio iban abriéndose camino en Alemania o Suiza, en Francia varios reformadores fueron los encargados de presentar las verdades bíblicas ante el pueblo francés. El primer hombre que aparece en el listado de las personas que descubrieron la verdad de la justicia de Cristo fue Lefevre que en 1512 descubrió al estudiar la Biblia que “Dios es el que da, por la fe, la justicia, que por gracia nos justifica para la vida eterna”.
Entre sus seguidores destacó Guillermo Farel que, como devoto romanista, no podía imaginarse que su amada iglesia pudiera estar enseñando cosas contrarias al Evangelio. Al igual que vimos en Lutero, Farel buscaba una paz que no podía encontrar mediante los actos de penitencia que practicaba con frecuencia para librarse de ese tremendo sentimiento de culpabilidad que le atormentaba. Al igual que el reformador alemán, Farel recibió un mensaje, que supo había llegado del cielo: “La salvación es por gracia”.
Acostumbrado, como estaba a luchar por ganarse el favor divino, cuando entendió la verdad de la gracia y el favor misericordioso de Dios, la aceptó con gozo. Sintió que, al igual que Pablo, pasó de la esclavitud de la tradición a la libertad de los hijos de Dios que se sienten aceptados y amados en Jesús.
El Nuevo Testamento fue publicado en francés
El Nuevo Testamento fue publicado en francés y los franceses recibieron con alegría aquello que durante siglos se le había prohibido conocer. El impacto del Evangelio en la ciudadanía ocasionó que las hogueras se encendieran en Francia como medio disuasorio contra los simpatizantes de la Reforma.
Luis de Berquin y la persecución contra la verdad
El siguiente personaje que se nos presenta en el capítulo es Luis de Berquin, noble francés del que los papistas decían: “Es peor que Lutero”. Sin temor a la muerte, este valiente reformador no solo defendía la verdad, sino que atacaba con la misma pasión el error. Frente al rey francés consiguió que a los defensores de la fe católica romana se les exigiera que defendieran sus razones con la Biblia. Elena White dice: “Bien sabían éstos que semejante arma de poco les serviría; la cárcel, el tormento y la hoguera era las armas que sabían manejar” y así fue también con Berquin, que acabó estrangulado y su cuerpo entregado a las llamas el mismo día en el que fue sometido a juicio.
La persecución contra la verdad en Francia fue intensa. El papado tenía un profundo interés en mantener el país bajo su dominio. La persecución desatada en los días de Berquin produjo paradójicamente un reavivamiento de la fe reformada.
Juan Calvino
Juan Calvino surgió como nuevo líder sorpresivo de la verdad reformada puesto que, como romanista convencido, no podía percibir más verdad que la del papa. Un primo le hizo ver que “no hay más que dos religiones en el mundo: una, que los hombres han inventado, y según la cual se salva el ser humano por medio de ceremonias y buenas obras; la otra es la que está revelada en la Biblia y que enseña al hombre a no esperar su salvación sino de la gracia soberana de Dios”.
Me encanta como lo escribe Elena White: “En la Biblia encontró a Cristo”. La predicación del Evangelio significaba “templanza, pureza, orden y trabajo substituyendo a la embriaguez, libertinaje, a la contienda y la pereza”. Una luz de esperanza en las ciudades de Francia, donde muchas personas aceptaban el evangelio, a pesar de que la mayoría lo rechazaba.
Se despierta la persecución en Francia
En un error poco afortunado, los simpatizantes de la fe reformada fijaron carteles por todo el país en el que atacaban a la misa. Leemos el siguiente comentario: “En lugar de ayudar a la Reforma, este movimiento inspirado por el celo más que por el buen juicio reportó un fracaso no sólo para sus propagadores, sino también para los amigos de la fe reformada por todo el país. Dio a los romanistas lo que tanto habían deseado: una coyuntura de la cual sacar partido para pedir que se concluyera por completo con los herejes. Les tacharon de perturbadores peligrosos para la estabilidad del trono y paz de la nación”.
Se despertó la persecución y las cárceles quedaron atestadas a la vez que el cielo del país se oscurecía por el humo de tantas hogueras en que se hacía morir a los que simpatizaban con el evangelio. Marcaron una fecha para que Francia se comprometiera formal y solemnemente en la destrucción del protestantismo y bajo el lema de “¡Viviremos y moriremos en la religión católica!” se fijó el día 21 de enero del año 1535.
Los Jesuitas y la Inquisición
Al final del capítulo, Elena White nos habla del surgimiento de la “orden de los jesuitas” a la que describe como “la más cruel, el menos escrupuloso y el más formidable de los campeones del papado”. Con el objetivo de reavivar el papado dondequiera que fueran, los miembros de esta orden se introducían en todos los estamentos de la sociedad europea. Tenían una hábil capacidad de disfraz que les permitía vivir como consejeros de reyes o siervos de señores. La creación de escuelas para la gente del pueblo hacía que hijos de protestantes acabaran siendo inducidos a observar los ritos papistas. Fue a esta orden que se debe el restablecimiento de la cruel Inquisición que acabó con la vida de miles de ciudadanos, e hizo que muchos otros tuvieran que emigrar a diferentes países en Europa.
A pesar de que las armas del papado eran poderosas para sujetar a Europa en la superstición y el fanatismo, la luz que había comenzado a brillar nunca se apagaría gracias a la fe, el compromiso y el entusiasmo de personas como Calvino. Un hombre que, a pesar de que “su carrera como caudillo público no fue inmaculada, ni sus doctrinas estuvieron exentas de error”, se mantuvo fiel. Lo hizo en Ginebra durante los 30 años que duró su ministerio en la pequeña ciudad suiza. Desde allí salían rayos de luz para toda Europa.
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.