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El primer capítulo del Conflicto de los Siglos comienza con la declaración de Jesús registrada en el libro de Lucas donde anuncia el próximo cumplimiento de la profecía de Daniel respecto a la destrucción de Jerusalén. Dice que Jesús “lloraba por el fatal destino de los millares de Jerusalén, por la ceguedad y por la dureza del corazón de aquellos a quienes Él viniera a bendecir y salvar”.
Nos encontramos ante un primer capítulo que resume siglos de historia. Siglos de “apostasías y rebeliones” de una ciudad que podría haber sido para siempre “la elegida de Dios” (Jer.17:21-25). A pesar de que Dios “derramó todo el cielo en ese solo don [Jesús]… que labró con esmero, podó y cuidó” aquella viña que él mismo había plantado, ese amor fue “despreciado, rechazados sus muy dulces consejos y ridiculizadas sus cariñosas amonestaciones”. Jerusalén tenía los días contados puesto que el “único que podía librarla de su suerte fatal inminente había sido rechazado” y crucificado.
Se nos describen de forma dramática los sentimientos que Jesús tuvo por Jerusalén y su pensamiento en el rechazo que el mundo haría de su oferta de salvación. “Anheló salvarlos a todos… pero muy pocos iban a acudir a él para tener vida eterna”. Elena White exclamó: “¡Terrible ceguedad, extraña infatuación!”
La destrucción de Jerusalén
La paciencia y la misericordia divina aún se manifestaron otros cuarenta años tras la crucifixión de Jesús. Cuando retiró su protección, la maldad y la crueldad satánica se adueñaron de la situación quedando Jerusalén en manos del enemigo. Pronto llegaría su destrucción. Las huestes romanas sitiaron la ciudad mientras que en el interior los judíos seguían pensando que Dios los protegería puesto que eran el “pueblo escogido”. Las escenas eran cada vez más horribles y se presagiaba el fin.
Leemos que cuando el general Cestio Galo retiró sus tropas sin previo aviso y sin razón aparente, los cristianos que habían creído las palabras de Jesús aprovecharon para huir de la ciudad. Ninguno habría de perecer allí. Los obstinados judíos pensaron que Dios había entregado en su mano a los ejércitos romanos y salieron de la ciudad para matar a la retaguardia del ejército en su marcha. Cuando, bajo el mando de Tito, el ejército romano volvió a sitiar la ciudad, el odio y la sed de venganza de los soldados ya no conocía límite alguno.
“Vanos fueron los esfuerzos de Tito por salvar el templo. Uno mayor que él había declarado que no quedaría piedra sobre piedra que no fuese derribada”. Terribles escenas son descritas en este primer capítulo en el que se afirma que un millón de judíos murieron en la caída de Jerusalén.
El destino de este mundo
Al concluir este dramático capítulo introductorio, Elena White escribe: “No podemos saber cuánto debemos a Cristo por la paz y la protección que disfrutamos… la destrucción de Jerusalén es una advertencia terrible y solemne para todos aquellos que menosprecian los dones de la gracia divina y que resisten las instancias de la misericordia divina”. Se nos dice, además, que la profecía del Salvador respecto a Jerusalén tendrá otro cumplimiento haciendo que lo que pasó en aquella ciudad no sea más que un “pálido reflejo de lo que le espera a este mundo”.
Cada vez es más oportuna la advertencia: “El mundo verá, como nunca lo vio, los resultados del gobierno de Satanás… [y, sin embargo], el mundo no está hoy más dispuesto a creer el mensaje dado para este tiempo de lo que estaba en los días de los judíos”. Para los que sí hemos creído y confiamos en su promesa, sepamos que el pueblo de Dios será librado “porque serán salvos todos aquellos cuyos nombres estén inscritos en el libro de la vida” (Is.4:3).
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.