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Babilonia solo persigue a quien no logra confundir. El método para ganar la confianza de los pueblos cautivos por las guerras no era la dictadura, sino el convencimiento. 

Cuando mis hijos eran muy pequeños, comenzamos a estimularlos a contar, en nuestro culto familiar, las historias bíblicas que ya conocían. Un día, mi hija dijo que quería contar la historia de Daniel. Nos sorprendimos porque ella había escuchado esa historia solo algunas semanas atrás y estuvimos atentos oyendo su versión de la historia de ese héroe bíblico.

Entonces, con una voz infantil, comenzó: «Hoy voy a contar la historia de Daniel. Daniel era un hombre que no quería orar, por eso el rey lo echó en un poso lleno de leones y los leones lo protegieron del ángel. Fin». ¡Cómo me reí ese día! Hasta hoy, el recuerdo de su rostro haciendo muecas mientras enfatizaba la historia me hace sonreír.

Podemos perdonar a mi hija por esa versión de la historia de Daniel. Imagino que ella no sería capaz de crear una gran herejía con su punto de vista, en la que los leones eran los verdaderos héroes. Sin embargo, muchos cristianos adultos a lo largo de las eras han creado interpretaciones distorsionadas del libro de Daniel. Por desgracia, muchas veces lo que está por detrás de eso es la intención satánica de transformar el libro en una composición literaria de la antigüedad o una excentricidad de lunáticos propensos a teorías de la conspiración.

Armonía de la Escritura

Solo podemos librarnos de esos peligros si entendemos la manera correcta de interpretar los libros proféticos. Hay un principio de interpretación profética llamado «Armonía de la Escritura». Este principio se resume en el siguiente punto: «Siendo que toda la escritura es inspirada por el mismo Espíritu y todo en ella es palabra de Dios, existe una unidad y armonía fundamental entre sus diversas partes». [1]

En otras palabras, existe una armonía entre los libros proféticos, un libro no contradice al otro, y un libro aclara y amplía la visión del otro. En ese sentido, los libros de Daniel y Apocalipsis están íntimamente relacionados. Una unión muy importante entre los dos libros son las palabras que el apóstol Juan usó y que solo pueden ser plenamente comprendidas si se estudian a la luz de los acontecimientos descritos en el libro de Daniel. Una de esas palabras es “Babilonia”. Juan menciona esa palabra seis veces en Apocalipsis (14:8; 16:19; 17:5; 18:2, 10 y 21). Y siempre que se menciona, contiene una fuerte idea de catástrofe, persecución o apostasía. Pero es interesante notar que, en el tiempo de Juan, no existía un país o un reino llamado Babilonia.

Historias conectadas

Entonces, si no existía la Babilonia del tiempo de Juan y no existirá un país llamado Babilonia hasta el tiempo del fin, ¿por qué Juan escribió los siguientes textos?: “[…] y la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira” (Apocalipsis 16:19). “Parándose lejos por el temor de su tormento, diciendo: ¡Ay, ay, de la gran ciudad de Babilonia, la ciudad fuerte; porque en una hora vino tu juicio!” (Apocalipsis 18:10).

¿Recuerdan lo que dije al comienzo sobre la armonía entre los libros de Daniel y Apocalipsis? Entonces, cuando Juan menciona Babilonia en Apocalipsis, está hablando de un poder que en el tiempo del fin maltratará al pueblo de Dios, intentará ir contra la verdad y la verdadera adoración. Para dejar bien claro a sus lectores cómo sería ese poder, usa el ejemplo de Babilonia. Para comprender la Babilonia histórica, debemos recordar algunos hechos acerca de ese imperio. Nabucodonosor fue su principal monarca y, aunque no era un hombre piadoso, poseía inteligencia y discernimiento suficientes para no adoptar una política de opresión total al gobernar los pueblos conquistados. Cuando otros imperios conquistaban una ciudad, destruían la mayoría de los habitantes, obligaban a los sobrevivientes a servir como esclavos y adorar a los dioses del país victorioso.

Babilonia no. Para comenzar, si no presentaban resistencia, ellos no destruían las ciudades conquistadas. Ese es uno de los motivos por el cual el profeta Jeremías pidió varias veces que Jerusalén no se resistiera a Babilonia ni intentara pedir ayuda miliar a Egipto. Luego, se llevaron a los jóvenes más capaces, «tanto del linaje real como de los nobles» (Daniel 1:3), como cautivos a Babilonia. Ahí ocurría la verdadera artimaña de Babilonia.

Confusión

En ese contexto, Daniel y sus amigos fueron llevados allá. Imaginen a esos cuatro jóvenes yendo a Babilonia como exiliados y pensando: “Cuando lleguemos a Babilonia, seremos esclavizados, nos azotarán, nos golpearán y pronto moriremos”. Imaginen la sorpresa de ellos al llegar a Babilonia y no encontrar cadenas, látigos ni esclavitud. Lo que sucedió con ellos estaba fuera de toda la comprensión de un exiliado. Los recibieron con honor y los llevaron delante de una mesa con alimentos compartidos de los finos manjares de la mesa real y del vino que Nabucodonosor mismo bebía. Luego, supieron que pasarían por un proceso de asimilación cultural, con todo el conocimiento babilónico, a lo largo de tres años y, al final de ese período, servirían al rey.

En ese momento, Daniel y sus amigos se dieron cuenta cuál era el verdadero método de conquista de Babilonia. Entendieron que Babilonia no comienza persiguiendo, sino confundiendo. Esa era la gran estrategia del imperio: involucrar a los exiliados de tal manera que al final fueran más babilonios que hebreos.

Y eso es exactamente lo que el poder descrito por Juan en el libro de Apocalipsis intenta hacer con el pueblo de Dios en el tiempo del fin. Noto que muchas personas enfatizan las acciones de Babilonia con relación a la persecución y al decreto dominical, pero lo que necesitamos entender es que Babilonia solo persigue a quien no logra confundir.

Referencias:

[1] Ed Raoul Dederen, Tratado de Teología Adventista do Sétimo Día (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileña, 2011), p. 74.

PUBLICACIÓN ORIGINAL: Babilonia no comienza persiguiendo

Revista Adventista de España