La experiencia del pueblo de Dios en Babilonia marca un claro antes y después en el relato bíblico. No es posible comprender la experiencia del pueblo de Israel sin tener en cuenta el exilio babilónico. Allí, los que habían gozado de la tierra prometida perdieron el privilegio de ser libres y pasaron a ser esclavos. Esclavos de costumbres extrañas, dioses ajenos, ritos paganos y violentos individuos que ni conocían a Dios ni tenían interés alguno en conocerlo.
Era fácil ser judío detrás de los muros de Jerusalén. El ir al templo cada semana garantizaba, de cierta manera, la posibilidad de seguir sintiéndose parte de un pueblo especial y escogido. Pero con la deportación babilónica todo eso se acabó. Los muros cedieron al poder del ejército babilonio y el templo fue destruido bajo las ordenes de Nabucodonosor.
Desde Babilonia nos llega el eco del orgullo humano que presume de lo efímero y pasajero. Allí el rey se decía a sí mismo: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Dan. 4:30). El orgullo del rey no pudo ver que esa misma ciudad caería pronto en manos de los medos y los persas para convertirse en “un montón de ruinas, guarida de chacales, objeto de espanto y burla, sin morador alguno” (Jer. 51: 37).
El objeto de mi estudio no es simplemente repasar la historia (aunque es cierto que la historia se está repitiendo ante nosotros), sino recordar lo que la profecía señala acerca de la Babilonia espiritual que nos rodea con su corrupta y putrefacta cultura anticristiana. Fue precisamente allí donde Daniel recibió las profecías que han sido objeto de estudio por parte de los eruditos, especialmente de los adventistas que reconocen su origen y sentido en la profecía bíblica.
Pues bien, el estudio de la profecía vincula la experiencia babilónica con lo acontecido en la llanura de Sinar donde los hombres se juntaron para desafiar a Dios. Con la intención de no volver a sufrir el juicio divino, y desobedeciendo el mandato divino de poblar la tierra, decidieron construir “una torre cuya cúspide llegara hasta el cielo” (Gén. 11:4).
Dios tuvo que intervenir para poner fin al desvarío humano. El texto bíblico nos indica que el concilio celestial tomó una decisión: “descendamos y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero” (Gén. 11:7). Babel pasó a ser sinónimo de desorden, confusión e, incluso, ruido.
Ruido y confusión actuales
Más allá de la historia, hoy vivimos un terrible momento de confusión religiosa y muchísimo ruido. Las redes sociales han aumentado nuestra exposición a las opiniones de todos los que se animan a opinar. Tengan o no razón. Sepan o no de lo que están hablando. Si coincide con lo que otros opinan, automáticamente se percibe la opinión como verdad. Se le da la razón, no al que la tiene, sino al que mayor número de seguidores manifiesta tener.
Frente a lo que piensan otras denominaciones cristianas, poco podemos hacer. Presentar con mansedumbre y fidelidad las verdades bíblicas tal y como las comprendemos. No se trata de competir con nadie o de faltar a los que piensan diferente. Debemos ser humildes y relacionarnos con los demás con el mismo respeto con el que nos gusta que nos traten a nosotros. Probablemente a pocos podremos convencer de igual manera que a pocos adventistas podrían convencer de dejar de ver la verdad como la vemos en Cristo Jesús. No se trata de convencer, sino de compartir. El Espíritu actúa si somos fieles y humildes.
El problema del ruido no se limita a lo que vemos que los demás creen. Hay mucha confusión también entre nuestras filas. Frente a la necesidad de un mundo agonizante, en lugar de presentar un mensaje cristiano, la iglesia agoniza golpeada por miles de voces que presentan extrañas doctrinas, énfasis difuminados e interpretaciones insólitas y fantasiosas.
Babilonia en estado puro. No se limita a lo que pasa en el Vaticano o en el Congreso de los Estados Unidos. Va más allá. Mientras que algunos serán iluminados por el Espíritu Santo para salir de la confusión, otros confían en haber salido de ella y no harán caso del llamado a escapar (Zac. 2:7).
Frente al ruido, propongo el susurro del Espíritu (1 Reyes 19:12). Apacible y delicado, el Espíritu establece vías de comunicación con los que de corazón quieren buscar a Dios a través de su Palabra y de una obediencia perfecta a lo revelado en ella. Hay mucha confusión, pero no tenemos por qué ser víctimas del ruido que nos rodea. Basta con depender más de la Palabra, que del Youtube. Es suficiente con amar más y criticar menos. Basta con seguir más al Maestro y menos las opiniones humanas.
Por todo ello y sabiendo que Babilonia está por caer de forma definitiva, en el precioso Nombre de Jesús, llamo a mis hermanos y hermanas a salir de Babilonia y dejar atrás la confusión.
Que así sea. Bendiciones.
Autor: Óscar López, presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
Imagen: Photo by Joel Muniz on Unsplash
Gracias Óscar, que actual tu reflexión y que necesaria, ojalá que reconozcamos el tiempo en que estamos viviendo, otra vez gracias, un abrazo compañero.