El apóstol Pablo era un maestro del contentamiento, y nos propuso una receta para cultivar la alegría de vivir: «Sin embargo, grande ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y nada podremos llevar. Así, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos» (1ª Timoteo 6:6-8).
La sugerencia bíblica es contentarse con lo que se tiene, es decir, cultivar un temple anímico contento y un estado de ánimo satisfecho consigo mismo, a pesar de las circunstancias adversas o frustrantes. Pablo lo explica mejor en otro escrito, donde contrasta dos variedades del ánimo que pueden llegar a confundirse, pero que son radicalmente diferentes y antagónicas. Una es recomendable; la otra, repudiable. Declara el apóstol al respecto: «No se embriaguen con vino, que conduce al desenfreno, antes sean llenos del Espíritu. Hablen entre ustedes con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor con todo el corazón» (Efesios 5:18-19).
Contentamiento falso
Muchas personas –demasiadas– recurren al alcohol u otras adicciones para liberarse de esa sombra pegajosa de la desdicha. La droga etílica, por algunos momentos, produce un estado de euforia que parece desvanecer mágicamente las oscuridades del mal, haciendo resplandecer nuevos fulgores; incluso generando clarividencias de genialidades y proporcionando la ilusión de la felicidad. Es como si la vida riese a carcajadas, cargada de una energía que electrificara todo el cuerpo con un nuevo vigor.
Pero todo es falso, una burda mentira; es pura excitación bioquímica efímera. El frenesí pasa y queda la amarga y abrumadora sensación de vacío y de una desgracia mayor. Muchos se obstinan en prolongar el éxtasis, incrementando la ingesta, hundiéndose en el deterioro y la degradación adictiva, que cada vez los aleja más de la auténtica felicidad y los conduce a la internación hospitalaria con trastornos físicos incapacitantes que, a la larga, llevan a la muerte.
Elige el contentamiento
Muy diferente es el estado anímico que aconseja Pablo, que se produce al permitir que el Espíritu Santo llene el corazón. Lo describe bellamente como experimentar un canto en el alma, un himno de alabanza en el corazón. Podríamos definirlo como el espíritu de contentamiento que todos deberíamos tener.
Pablo da testimonio de su propia experiencia cuando confiesa: «He aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé lo que es vivir en la pobreza, y también lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a hacer frente a cualquier situación […]. A todo puedo hacerle frente, pues Cristo es quien me sostiene» (Filipenses 4:11-13). Está claro, entonces, que el estar contentos se cultiva, se aprende, al practicar una fe que se arraiga en la convicción profunda de que Dios suplirá todas nuestras necesidades.
Si tememos al futuro; si desconfiamos de quienes nos rodean; si la inseguridad nos carcome, seguramente el descontento se filtrará en nuestro interior para agriar el espíritu. Pero si creemos realmente que Dios suplirá todas nuestras necesidades, que ha perdonado nuestros pecados, que nos protege y nos cuida, entonces surgirá un sentimiento fresco y alegre como las mañanas luminosas de la primavera. Una generosa fuente de alegría y bienestar producirá la conciencia de que la dicha habita en nosotros.
¿Por qué no dedicarnos este primer mes del año a reír más, a sentirnos más contentos, a derramar dicha a nuestro alrededor y a lanzar palabras y actitudes de auténtica alegría?
Autor: Mario Pereyra, Doctor en Psicología de destacada trayectoria, docente universitario, y autor de numerosos libros y trabajos de investigación.
Publicación original: Satisfacción total