Me hubiera encantado formar parte del pueblo que salió de Babilonia para volver a Jerusalén. El cautiverio ha sido largo. Setenta años son muchos años. En la primera expedición emigran viejos, adultos y jóvenes. Hay alegría mezclada con ansiedad. Para muchos, volver a Jerusalén es volver al hogar, pero, para otros, salir de Babilonia es dejar atrás la que ha sido su única realidad.
Puedo imaginar a los más ancianos. Cansados por los muchos años de luchas. Temerosos ante los innumerables peligros. Ansiosos por reconstruir a su amada Jerusalén, pero conscientes de la devastación absoluta con la que se van a encontrar.
Otros no son tan mayores. Casi no pueden recordar Jerusalén. Ese nombre es sinónimo de imágenes borrosas: fuego, destrucción y ruina. Hambre, muerte y mucho dolor. Eran demasiado jóvenes, pero saben que, en aquellos combates, sus padres, tíos, abuelos y muchos miles más, perdieron la vida. Pensaron que la presencia del templo era garantía de la protección de Dios (Jer. 7: 4), pero el templo fue destruido y con él, su confianza y seguridad. Dejan atrás al que ha sido su hogar y se preparan mentalmente para enfrentar lo que viene.
Un tercer grupo
Hay otro grupo. Son los que han nacido en Babilonia. Solo conocen Jerusalén por las melancólicas descripciones de sus mayores. Tienen el entusiasmo de la juventud. Se han preparado como se prepara un niño para salir de excursión con los amigos del colegio. Han llenado sus mochilas de utópicas expectativas y no consiguen entender las enigmáticas miradas de los que regresan a Jerusalén.
Es una caravana la que sale de Babilonia, pero podría ser una iglesia que avanza hacia Jerusalén.
Cada uno desde su realidad, pero todos unidos en la misión de convertir el escombro en esplendor. Jóvenes esperanzados, adultos diligentes y veteranos maravillosos, unidos en la mayor de las empresas que Dios ha encargado a los hombres: la de anunciar el reino de Dios.
El valor de Esdras
Son varios los libros que me hablan del retorno postexílico a Jerusalén. Me gusta leer al profeta Zacarías. Me emociono con Hageo. Admiro muchísimo a Nehemías. Pero centro mi atención en Esdras porque, como pastor, necesito identificarme con aquel que es descrito con las siguientes palabras: «Esdras era un escriba diligente en la ley de Moisés (…) la mano del Señor estaba sobre él (…) porque Esdras había preparado su corazón para estudiar la ley del Señor y para cumplirla, así como enseñar a Israel sus estatutos y decretos». (Esdras 6: 6-10).
Me hubiera gustado viajar con la caravana que viajaba a Jerusalén, pero me hubiera encantado hacerlo con el mismo espíritu que animaba a este hombre.
Volvamos a Jerusalén
Si la iglesia es mi comunidad, entonces yo, por gracia, quiero ser un hombre diligente, aplicado, laborioso e, incluso, inquieto y apasionado por la Palabra de Dios. Viajando a Jerusalén, rodeado de niños, jóvenes, adultos y viejos, quiero ser alguien con quien Dios pueda estar en este momento crucial de la historia.
Junto a los que viajan conmigo, quiero preparar mi corazón para:
«Estudiar y cumplir la ley del Señor.
Y entonces, enseñar a Israel».
Salimos de Babilonia.
Volvemos a casa.
¿Te vienes?
Autor: Óscar López, presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
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