“La Luz en las tinieblas resplandece” (Juan 1:15)
A finales de octubre y comienzo de noviembre, el norte del mundo entra en lo que alguna vez se llamó, la mitad oscura del año. Pobladores del norte, en tierras que hoy conocemos como Irlanda, terminaban las cosechas y todo se recogía, listos para entrar en un largo invierno, que los acompañaría hasta abril-mayo, cuando al fin llegaba la esperada mitad clara del año.
En estas épocas, cuando comenzaban los días grises y más oscuros, cuando ya no se podía sembrar, ni disfrutar del verde de los campos, los celtas instauraron costumbres que hasta hoy nos acompañan. Ellos festejaban la llegada de un año nuevo, era un momento para valorar todo lo que se tenía y para recordar a los que ya no estaban. Creían que el mundo sobrenatural se encontraba con el nuestro, y que había una pequeña ventana donde los espíritus buenos y malos se entrecruzaban, los que habían muerto podían ser homenajeados y de alguna manera, podían volver a estar cerca de ellos. Y entre otras cosas, serían visitados por un espíritu especialmente maligno que iba pidiendo “truco o trato”, si las familias no hacían “trato” y le daban lo que él quería, el “truco” llegaba en forma de hechicería o maldición, haciéndoles pasar un año nuevo lleno de desgracias. Por eso esperaban que dejando parte de la cosecha en sus puertas, con pasteles de manzana o calabaza, se alcance un trato y les tocase un año nuevo bueno.
Lo que pasó fue que, un buen día, los pobladores del norte fueron conquistados por pueblos romanos, éstos traían sus propias creencias y rituales. Creían en un solo Dios, pero no tenían muy claro qué pasaba cuando la gente se moría. Tenían sus propias celebraciones cuando llegaba la estación oscura, tenían sus propios festejos para el día de todos los santos. Ambos pobladores convivieron e inevitablemente las creencias se mezclaron. Aquella fiesta celta y los rituales católicos terminaron de dar forma a lo que hoy conocemos como Halloween. Pueden investigar más sobre esto en Google.
Si no puedes contra ellos únete. Esta frase pertenece a varias citas del libro “El arte de la guerra” es un libro que explica la teoría de un guerrero chino llamado Sun Tzu que dejó todo un compendio filosófico sobre cómo pelear para ganar una batalla, que ha alimentado las fuerzas militares de todos los tiempos ¿Por qué traigo esta frase? Pues porque siempre decimos que estamos en guerra, ¿no es así? Vivimos en territorio enemigo. Nuestro planeta pertenece a un reino que no es el nuestro, ni el de nuestros antepasados. Estamos en guerra y si bien conocemos el final, mientras duren nuestros días, digo yo que tendremos que aprender a luchar, o al menos conocer la táctica del “enemigo”.
Entonces vuelvo a Halloween. Los humanos tememos a la muerte, no le encontramos explicación ni sentido. Por mucho que peleemos como cristianos por no unirnos a esta fiesta, debemos entender que es una forma de afrontar lo inexplicable, burlarse de ella, imitarla y explorar el sinsentido. Con ella vienen supersticiones, leyendas, rituales y tradiciones que hoy en día ni siquiera se piensan demasiado, los niños solo saben que por estos días se comerán muchos caramelos, se jugará a disfrazarse y de alguna manera los miedos individuales serán colectivos y solo eso ya les hará sentir más fuertes, aunque será momentáneo. Luego vendrán algunas consecuencias de estos festejos, aunque no son tan distintas a las que se pueden encontrar en los festejos de nochevieja, demasiado dulce, peligro de accidentes domésticos y automovilísticos, pero con un plus un tanto más desagradable, cuando el juego deja de ser colectivo, en lugar de reducirse los miedos estos aumentan, pesadillas, terrores nocturnos, suelen acompañar a la resaca de las noches de Halloween.
“El arte de la guerra” dice que en realidad, las pequeñas batallas son apenas distracciones para el verdadero objetivo final, que suele tener que ver con un fin superior, en el normal de los casos, fines políticos, y en relación a Halloween, pues el objetivo mayor del general de las tropas de este planeta, imagino que será continuar distrayendo a las generaciones y volviendo todas las verdades del evangelio en un simple mito más.
Vivimos en este planeta, y debemos recordar que esta pequeña batalla llamada Halloween no es el verdadero objetivo final de lucha.
Con todas estas ideas en mi mente, surgió nuestra historia familiar en relación a Halloween. Nuestras hijas comenzaron a crecer y a sorprenderse cada año más con todo lo que acontecía esa noche. Los vecinos y amiguitos se disfrazaban y se divertían en el patio de la comunidad, venían a casa a tocar la puerta. El primer año, que eran muy bebés aún, apagamos la luz e hicimos como que no estábamos. Pero para el año siguiente, fue con ellas que ya no pudimos disimular que no estábamos, teníamos que dar un sentido y una explicación a todo lo que estaba ocurriendo. Sus amigos tocaban la puerta, ¿por qué no abrir?
Entonces, así surgió en casa nuestro propio juego, los niños iban a venir con disfraces que asustaban, y nosotros queríamos criar hijas fuertes, que se enfrenten a la realidad y que no tengan por qué estar siempre al margen de su propio mundo y sus culturas. Así que les explicamos con detalle qué era lo que se festejaba. Les ayudamos a comprender a sus amigos, que como no conocen a Jesús, no entienden que todos los muertos duermen en paz, y gracias al cielo no andan lamentándose por nuestro planeta.
Pero les dimos la opción de jugar a nuestra manera. Ellas se iban a disfrazar de guardianes de la luz. Como en ese día todo es oscuridad, nosotros defenderíamos la luz.
El disfraz es muy sencillo: con bolsas de negras de basura abiertas en el fondo, se hace un excelente traje improvisado, como una capa, se le pone un cinturón, y un dibujo impreso de la serie “Cazafantasmas” en el pecho o en la espalda, luego los complementos son a gusto del consumidor, una gorra, una mochila. Lo indispensable es llevar una linterna (cuanto más grande mejor), y cuando se acercan los amigos disfrazados o golpean la puerta, se les ilumina en la cara y se les dice: “Somos los guardianes de la luz, no nos gusta la oscuridad, ni creemos en las máscaras. Dime quién eres en verdad y te daré un dulce”.
En aquellos días nuestras hijas eran pequeñas, así que sobre todo lo hicimos nosotros como padres, jugando con ellas y con los niños que vinieron. Pero compartí esta idea con una amiga que tenía hijos un poquito más grandes y sus hijos se divirtieron mucho y se sintieron muy orgullosos de su papel de guardianes de la luz.
Esto tiene un poder muy grande para los niños, les permite sentirse parte del resto de sus iguales, pero les refuerza sus propias creencias y les libra de los miedos que generan estos “monstruos” andantes. Porque ellos mismos, con la ayuda de la linterna (y en el fondo, de nuestras creencias) los enfrentan.
Considero que es mucho más saludable y más inteligente esta forma de “estar en el mundo, pero no se ser de él”, “si no puedes con ellos, únete a ellos” pero por estrategia, no por debilidad.
Maijo Roth. Coordina el Observatorio de Innovación Educativa en la Universidad Adventista del Plata. Autora del blog www.schoolandhome.es
Foto: Bekir Dönmez en Unsplash