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«Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él» (Juan 13: 31)

Cuanto más hablemos y prediquemos de Cristo, en charlas y en los púlpitos, más iglesias unidas y llenas de paz tendremos. Pero esto supone un riesgo para un predicador que no contempla cada día a su Salvador.

El enemigo de las almas vela especialmente para que los pastores no den prioridad a la Palabra de Dios en los púlpitos.  Y es que el predicador debe prepararse cuidadosamente, con la Biblia, para que sus temas sean profundamente bíblicos. Pero aun así, existe el riesgo de predicar sobre cosas que no eleven al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

Al terminar un sermón preguntémonos cuánto de la exposición hemos dedicado a Cristo para alabarlo y describirlo en los matices más correctos. La persona de Cristo en los evangelios cautiva y da sentido. Cristo vino para salvar a los perdidos y presentarlo a él cómo el único capaz de levantar a los caídos, hará que se encienda la esperanza en los corazones.

«Jesús les dijo: Yo soy el camino». (Juan 14: 6)

Hemos visto en varias ocasiones personas cautivadas por el poderoso Señor. Algo ocurre en nuestro débil ser cuando nos enteramos de un amor tan grande. El divino Redentor bajó desde un mundo lejano al nuestro. Se hizo un niño indefenso, pasó por la adolescencia y juventud, llegó a la madurez de un adulto, y durante tres años, con su ministerio activo, nos cautivó con un amor que perdura todavía dos mil años.

Tanto nos amó Cristo que dio su vida por nosotros. Lo dio todo con la esperanza de que podamos dejarnos amar por el Padre. Cristo siempre hablaba de la necesidad de creer que somos hijos de Dios al aceptarlo a él. Es una cualidad que recibimos por la fe. Un ejercicio de fe que cambia todo a nuestro alrededor. Nacemos de lo alto por el Espíritu Santo. ¡Que esperanza más reconfortante para todos! Es algo que debemos proclamar, y ayudar a los demás a que crean que es así.

Al aceptar por fe a Cristo somos salvos y transformados. Luego, vendrán las demás enseñanzas que nos llevarán a la madurez. Pero primero Cristo con su divino amor.

Incluso al presentar temas proféticos, doctrinales, charlas de salud, de familia, o cualquier otra exposición, transformemos el púlpito, no en salas de clases de otras interesantes asignaturas, sino en altares donde se presente al Cordero.

«Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos». (Hebreos 9: 28)

Más de Cristo; más de su nombre; de su poder para cambiar a los pecadores; más de su amor a los que se alejan de la cruz; más de la vida eterna a los que están cerca de morir; de un Cristo poderoso para levantar a los caídos; más de un Cristo eficiente para decir todavía: «Ni yo te condeno, vete y no peques más».

Frente a las injusticias levantemos a un Cristo dolido por los que no se pueden defender. Frente a los ricos que pisan a los débiles, levantemos a un Cristo justiciero que llamará a un juicio venidero. Frente a los pobres y refugiados prediquemos un evangelio que da esperanza. Y, sobre todo, frente al egoísmo, proclamemos que, por Cristo, nosotros lo daremos todo para preparar su venida.

Mi alma necesita más de Cristo, y tú mi hermano, me puedes ayudar tanto… Háblame más de Cristo. Acércame al Salvador. No me interesan los detalles teológicos. No quiero conocer si tienes razón sobre las señales proféticas. Eso puede ser importante para algunos, pero ahora mi alma está desierta si no me hablas del manso Cordero que vino para mostrarme que, de verdad, Dios, el Creador, me ama y me espera para llevarme en sus brazos. Porque ¿qué necesidad de saber de su venida tenemos, si no esperamos al Cordero cada mañana al despertar y cada noche al dormir? Y ¿por qué proclamar la segunda venida, si yo no caminamos cada día con el Salvador?

«Dios, Dios mío, eres tú; de madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, y mi carne te anhela». (Salmos 63: 1).

Pido al Señor que mi alma se encienda en amor divino por Cristo. Ruego al Señor que cuando nos veamos en las congregaciones sintamos el amor celestial y puro. Exhorto a mis compañeros a predicar más sobre el Cristo maravilloso de los evangelios. Proclamemos que Cristo viene pronto para llevarnos a su hogar.

Cristo te dice hoy, alma cansada:

«El que me ama, mi palabra guardará. Y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él». (Juan 14: 23).

Autor: Richard Ruszuly, secretario ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España. 
Imagen: Foto de Yannick Pulver en Unsplash

 

Revista Adventista de España