La sociedad tiene una memoria especial para elogiar y recordar a las personas que han dado un «servicio» desinteresado a su entorno. Sus actos de entrega sin reservas para ayudar a otros, ha sido motivo de inspiración. Algunos de estos servidores han dado sus vidas para salvar la de otros, motivados por el amor al prójimo. De hecho, se les erige monumentos y sus actos son registrados en las crónicas de la historia local o universal. Más allá de sus creencias religiosas, los que sirven sin reservas al prójimo reproducen la esencia del Evangelio.
Teresa de Calcuta, Martín Luther King o Ellen G. White
Teresa de Calcuta acuñó esta frase: «Las manos que sirven son más santas que los labios que rezan». ¿Quién no ha escuchado hablar de Teresa de Calcuta? Ella dio su vida al servicio de los pobres y menesterosos en la India. Otro ejemplo de hombre al servicio de la humanidad sería Martín Luther King Jr: «Yo tengo un sueño», el título de su disertación ante el monumento de Abraham Lincoln en Washington, sirvió a su país para defender la igualdad de los derechos civiles.
También en pleno apogeo de la esclavitud en Estados Unidos en la década de 1860, una mujer blanca, Ellen G. White, desafió a las leyes civiles que prohibían a los blancos del Norte ayudar, y dar refugio, a los esclavos fugitivos del Sur. Debían delatarlos y entregarlos a las autoridades so pena de cárcel y multas. Ella dijo a su entorno religioso y social: No hemos de obedecer la ley de nuestro país que exige la entrega de un esclavo a su amo; y debemos soportar las consecuencias de su violación. El esclavo no es propiedad de hombre alguno. Dios es su legítimo dueño, y el hombre no tiene derecho de apoderarse de la obra de Dios y llamarla suya.[1]
Los que sirven sin reservas, tienen algo en común: «son personas de convicción». Tanto Luther King, Teresa de Calcuta o Ellen White, eran cristianos cuyo ejemplo supremo fue Jesucristo, quien nos enseñó la correcta forma de servir al mundo: «así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20:28).
Nuestro ejemplo es Jesús
Cristo se presenta en los Evangelios como la personificación del servicio. Su afirmación de Mateo 20:28 contradice la falsa percepción de que el reino de Dios se traduce en estatus o poder. Dentro de la escena donde reluce esta declaración, los discípulos estaban disputando quien tendría superioridad en ese reino.
Sin embargo, Jesús vino a servir y a salvar. Sin duda, la salvación es el mayor acto de servicio de Dios hacia la humanidad. Dios se encarnó para salvarnos, y entregó su propia vida a cambio de las nuestras (Jn 1:14). Pero además, nos enseñó a amar y servir de verdad. Se inclinó para sanar a los paralíticos? (Mr 2:1-12); se arrodilló para redimir a la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8:4-11); lavó los pies de los discípulos en la última cena (Jn 13:3-5) y, finalmente, Cristo en entregó en la cruz, y decidió consumar su servicio entregándose a la muerte para darnos vida.
El verdadero servicio
La palabra griega hōsper, traducida «así como». Es una afirmación categórica de lo que el Hijo del hombre vino a hacer, enlazándose con el adverbio de negación ouk «no», es decir, con lo que «no vino a hacer». El evangelio dice cuál es el verdadero servicio y cuál es la perversión o distorsión de lo que se dice que es servir. Dos elementos componen el servicio cristiano:
(1) Cristo debió hacer algo para entregarse al servicio, lo que en teología llamamos kenosis (Filp 2:7). Es despojarse de su poder como Dios para transformarse en un siervo. Ninguna mitología tiene algo como esto, los dioses no sirven al ser humano, sino que lo oprimen. Cristo se encarnó para servirnos. No podía descender como Dios porque su gloria impediría que los humanos pudieran estar de pie; así que Él cubrió su divinidad con su humanidad.
Nosotros primero debemos despojarnos de algo que no es la divinidad; sino del complejo de superioridad, en otras palabras del orgullo. Ese mal que nos hace egoístas y mezquinos.
(2) Lo segundo que debemos hacer es reproducir el servicio realizado por Cristo, el cual tiene como objetivo la liberación de lo humano: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor» (Lc 4:18-19).
Cristo vino a servir
Teresa de Calcuta acuñó el refrán: «El que no vive para servir, no sirve para vivir». En esta negación-afirmación: «no vino para que le sirvan, sino para servir», el Hijo del hombre discrimina entre el servicio correcto y el falso servicio. El verbo griego diakoneó es lo mismo que el verbo transitivo en español «servir»; es decir, necesitan de un complemento directo para tener sentido. Dentro del texto hay dos voces; la voz activa: «vino para servir», enfatiza la esencia del servicio desinteresado, y la voz pasiva: «no vino para que le sirvan», es cuando solo se espera que los otros le sirvan a uno.
El falso servicio
El falso servicio se caracteriza por la autocomplacencia, busca fama o hacerse ver mediante un acto benévolo hacia los necesitados. No lo hace de manera desinteresada y menos le sale como algo espontáneo. Este tipo de servicio es esporádico, solo se hace cuando se necesita en beneficio propio. Jesús condenó tal acto como una distorsión del evangelio:
Cuídense de no hacer sus obras de justicia delante de la gente para llamar la atención. Si actúan así, su Padre que está en el cielo no les dará ninguna recompensa. Por eso, cuando des a los necesitados, no lo anuncies al son de trompeta, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que la gente les rinda homenaje. Les aseguro que ellos ya han recibido toda su recompensa. Más bien, cuando des a los necesitados, que no se entere tu mano izquierda de lo que hace la derecha, para que tu limosna sea en secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará (Mt 6:1-4)
El servicio de los cristianos
Los cristianos, y por extensión la iglesia como el cuerpo de Cristo, somos responsables ante Dios por el servicio que prestemos al mundo. Cuando se usa el servicio con otra connotación diferente a su verdadera esencia, hay una distorsión. Hay personas que solo sirven una vez al año, y otros creen que sacándose una foto mientras le dan de comer a un hambriento y publicándola en las redes sociales, están sirviendo. ¡Falso! Valerse de la necesidad de los oprimidos para con el fin de hacer publicidad es afrentar al Cristo (Mt 25:34-45); al igual que condicionar la comida para que la gente asista a un evento personal. Se debe servir al mundo porque Cristo nos sirvió primero y lo hizo para redimirnos, no para hacerse publicidad.
El amor en el verdadero servicio al prójimo
Sin embargo, el verdadero servicio se caracteriza por el amor al prójimo, no busca la fama, sino que trabaja incansablemente por la salvación del mundo. Ayuda a su entorno de manera desinteresada y lo hace con espontaneidad. Su labor es constante y prolongado, solo la muerte detiene los pies de los que sirven de verdad. Con este servicio cumplen el mandamiento: «amaras a tu prójimo como a ti mismo». Todo servicio debe apuntar a la liberación del humano, del pecado por supuesto, pero también a la restauración de la dignidad humana.
Conclusión
El texto de Mateo 20:28, termina diciendo: «y para dar su vida en rescate por muchos». ¿Estás dispuesto a dar tu vida para servir? El servicio verdadero es para toda la vida. Cristo murió sirviéndonos a nosotros; ninguno es perfecto, pero él vino para redimirnos. La vida eterna consiste en creer en Aquel que vino a servirnos, pero creer también significa hacer. Sea nuestra meta reproducir el servicio de Cristo, servir para liberar.
[1]Ellen White, Testimonios para la Iglesia (Doral, FL: Asociación Publicadora Interamericana, 2003), 1:185.
Daniel A. Mora ha sido editor de los libros Apartadas para el ministerio: Una perspectiva adventista sobre la ordenación (Lima: Ediciones Fortaleza, 2015) y Elena G. de White: Manteniendo viva la visión (Venezuela: Ediciones SETAVEN, 2015). Autor del capítulo «Mujeres pastoras del siglo XIX en la Iglesia Adventista del Séptimo Día»