“La revelación de Jesucristo, la que Dios le dio para confiar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (Apoc. 1: 1, la cursiva es mía).
Hay varias palabras para referirse a la servidumbre en griego, el idioma original del Apocalipsis.[1] Sin embargo, no todas ellas significan exactamente lo mismo. Algunas designan a quienes eran puestos al cuidado de los asuntos domésticos de sus amos. Tal vez “mayordomos” o “administradores” sería una buena traducción de esa palabra a nuestro idioma. Otras equivalen a “asistente”, “ayudante”, “colaborador” o “sirviente”. Es interesante que de entre todos esos términos con distintos matices de significado, tanto Juan como Pablo hayan elegido en todos sus escritos la palabra doulos, la que denota el mayor grado de sumisión, dependencia y acatamiento de una persona respecto de otra, para representar la relación que mantenían con Dios. La traducción más precisa de ese término no es, pues, “siervo” sino “esclavo”, una palabra tan ofensiva para nuestra cultura que casi ninguna versión bíblica traduce así el original, en parte, sin duda, por la penosa historia de abuso y crueldad que dicha palabra evoca. Sin embargo, es interesante que de las 14 veces que la palabra doulos aparece en el Apocalipsis, once es usada como un título honroso para referirse a los testigos fieles de Cristo (Juan, Moisés y los profetas entre ellos).
La libertad absoluta es una ilusión, un espejismo, una utopía. Todo ser humano nace súbdito de las leyes de la naturaleza, de la ley de causa y efecto, de las leyes de la herencia, de las leyes humanas que rigen la conducta, de las de tránsito, etc. Como dijo alguien algunas vez: “De dos cosas podemos estar seguros: de los impuestos y de la muerte”. La Biblia afirma, además, que todo ser humano nace partícipe y en medio de una guerra entre el bien y el mal, entre Dios y su ángel rebelde Lucifer convertido en el diablo y Satanás. No hay neutralidad posible en esa guerra.
En tal sentido, la Biblia dice que hay dos cosas que son imposibles para el ser humano. Una es andar por la vida sin un amo (Rom. 6: 15-22). La otra es servir a dos amos a la vez (Luc. 16: 13). Uno de los dos únicos amos que en última instancia existen esclaviza a sus súbditos (2 Ped. 2: 19). El otro los trata como a hijos y amigos (Juan 13: 15). La mentira original consistió precisamente en hacer creer a Adán y Eva que podían dejar de servir a Dios sin volverse por ello esclavos del diablo. Para ser verdaderamente libres debían dejar de estar sujetos a Dios, aseveró la serpiente. “Existe una tercera opción: Seréis como Dios, seréis vuestros propios amos”, les dijo el engañador (Gén. 3: 5; cf. Juan 8: 44). Pronto descubrieron que no había “tercera opción”, que simplemente habían cambiado de amo, y que la suya no había sido una elección inteligente ni ventajosa (Gén. 3: 13-24; Rom. 6: 20-23).
En el Apocalipsis, los “esclavos” de Dios son declarados “reyes y sacerdotes” (1: 6; 5: 10), pero los esclavos del diablo llevan una existencia miserable bajo la tiranía de un amo cruel que los conduce, de engaño en engaño, finalmente a la destrucción eterna junto con él (Apoc.13: 13, 14; 20: 14, 15). Unos no dejan de alabar de día ni de noche a su Amo (Apoc. 4: 8; 7: 15). Los otros no tienen reposo ni de día ni de noche (Apoc. 14: 11; 20: 10).
En el AT, algunos esclavos se sentían tan a gusto con sus amos que les solicitaban quedar a su servicio de por vida aun cuando podían recuperar su libertad (Exo. 21: 5, 6; Deut. 15: 16, 17). Jesús, el Esclavo ejemplar de Dios (Fil. 2: 5-8), dijo a sus aprendices de esclavo, los discípulos: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros” (Mat. 11: 28, versión Dios habla hoy).
Una oración para hoy: Ayúdame a no creer la mentira de que puedo ser mi propio amo. Cada vez que el diablo me susurre que eres un Amo cruel y abusivo, atrae mi mirada hacia la cruz, donde ocupaste mi lugar hace dos mil años para liberarme de la esclavitud del pecado. Por eso, hoy renuncio a mi “libertad” esclavizante para convertirme en un “esclavo” dichoso a tu lado.
[1]Véase en tal sentido Johannes P. Louw y Eugene A. Nida, Greek-English Lexicon of the New Testament: Based on Semantic Domains (2 vols.; New York: United Bible Societies, 1988),1:740-741.
Autor: Hugo Cotro. Pastor, doctor en Teología y docente universitario. Actualmente ejerce su ministerio como profesor en la Universidad Adventista del Plata, Entre Ríos, Rep. Argentina.
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