Es extraordinaria la capacidad que tiene Pablo para decir en pocas palabras mucho. A los cristianos de Roma les da un consejo que parece simple, pero que tiene muchas connotaciones: “Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran” (Romanos 12:15). En otras palabras, procuren ser empáticos. O dicho de otro modo, pónganse en el lugar de su prójimo. No juzguen, sólo intenten comprender.
La empatía es muchísimo menos común y escasa que la simpatía. No todos los simpáticos son empáticos. Tener empatía implica ponerse en el lugar de otra persona y ser capaz de entender sus sentimientos y emociones. Eso exige una gran cuota de inteligencia emocional, olvidarse de sí mismo y detenerse un momento para dedicarlo a la comprensión de otro ser humano.
Esta conducta es vital en un matrimonio para tener respuestas empáticas que logren que podamos conectarnos emocionalmente con las necesidades de la pareja y, de esa forma, vivir una vida conyugal, más agradable y teniendo la sensación de ser comprendido. Sin empatía el matrimonio va a encallar en las oscuras aguas de la indiferencia.
Una respuesta empática positiva implica, además, interesarse en lo que la otra persona formula. Una esposa le cuenta a su marido lo bien que lo ha pasado en una conversación con amigas, y él asiente y escucha con paciencia. Un esposo le habla a su esposa de lo que le gustaría hacer en las vacaciones, y ella sonríe animándolo a hablar. En general, no se necesita mucha inversión de tiempo y energía en responder con empatía positiva a lo que otra persona señala, especialmente cuando es nuestra pareja.
Los que, a menudo, actúan como aburridos, faltos de interés o no hacen caso a lo que al cónyuge le ocurre, terminan quedándose solos y rumiando una soledad amarga. Algunos preguntándose absurdamente: ¿Qué hice para que me dejaran?
John Gottman y Joan DeClaire, en su libro Guía del Amor y de la Amistad (Barcelona: Kairos, 2003), cuentan que las investigaciones muestran que quienes desarrollan el hábito de dar respuestas empáticas positivas “llegan a desarrollar entre sí relaciones estables, duraderas y buenas sensaciones”. La razón es simple, al mostrar interés, se genera una reacción positiva que crea un buen ambiente emocional y afectivo. A todos nos gusta sentirnos escuchados, el que ama debería ser el que mejor escucha.
Es cuestión de actitud. Puede que no estemos interesados en algo con lo que nuestra pareja se apasiona, pero el dedicarle un tiempo para escuchar con atención y animarle a que se exprese, crea las condiciones para que en el momento en que nosotros queramos contar lo que nos ocurre, entonces, la otra persona esté dispuesto o dispuesta a escucharnos. Un oído atento genera a su vez otro oidor atento. Se recibe lo que se da.
El amor es, por definición, empático porque quien ama se interesa en todo lo relacionado con el amado. Si no ocurre así, entonces es evidencia de que algo no funciona en dicha relación, porque si amamos, nadie debería empujarnos a tener interés en quien amamos. El amor genera empatía positiva porque es su esencia misma ser empático.
No es comprensible que una persona que dice amar hable con desdén de los intereses o preocupaciones de la persona amada. Eso es una contradicción vital con el amor que por definición es empático.
Pablo sabía que la única manera de generar verdadero interés sería ponernos en el lugar de las personas que decimos respetar o a la que le hablaremos del mensaje de salvación.
El mismo principio vale para la pareja. Los matrimonios sólidos no se construyen con silencios, sino con mucho tiempo para hablar y escuchar. Como diría el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, en uno de sus aforismos: “El matrimonio es una larga conversación” y tenía toda la razón. Sólo agregar que es una conversación donde hay diálogo de ida y de vuelta, donde ambos se gozan en escucharse mutuamente. Amor y empatía van juntos, siempre.