Modos sencillos y poco costosos para hacer del mundo un lugar mejor
Yo era una tímida alumna de primer curso, y ella, una estudiante de último año segura de sí misma. Aún recuerdo la ansiedad que experimenté cuando nuestro director de coro se volvió y giró su oreja para escuchar mi voz. Entonces Francesc, que se encontraba junto a mí, declaró con firmeza: «No es ella la que desentona.» Y él se alejó.
Este sencillo gesto me impactó profundamente. Yo era hija de un misionero que había pasado doce de mis trece años en zonas de ultramar. Estaba luchando duramente por adaptarme a una cultura y un estilo de vida diferentes. Cuando Francesc habló así de mí, ¡qué diferencia más positiva marcó en mi vida!
A la mayoría de las personas le gustaría hacer algo que resulte diferente. Nos atraen aquellos que desean salir de la mediocridad. Bill Clinton prometió hacer algo así durante su campaña. George Bush [padre] insistió que él lo había hecho.
Por entonces había un senador del estado de Washington que, dirigiéndose a su rival, Patty Murray –una debutante en política que aspiraba a un escaño contra todos los pronósticos–, le dijo: «Usted no puede aportar nada novedoso. No es más que una mamá en zapatillas.» Pero después Patty, madre de dos niños y exprofesora de instituto, ganó el escaño del Senado con sus zapatillas y todo.
Patty Murray demostró que sí podía aportar algo novedoso… incluso a su adversario electoral. ¡Pero tú también puedes marcar la diferencia!
Un gesto espontáneo, incluso una nadería, pueden tener un efecto tremendo. Poco después de la muerte de mi marido Bob estuve hablando, en su despacho, con Larry Geraty, presidente del Atlantic Union College. Lo que más nítidamente ha quedado en mi memoria fue la caja de kleenex que sacó de su cajón cuando yo empecé a llorar. El efecto que causó en mí fue mucho más duradero que aquellos sencillos pañuelos de papel. El mensaje implícito era que le parecía de lo más natural que yo llorase, y que su oficina era un lugar seguro.
Cómo marcar la diferencia
1. Mostrar gratitud. Darlo todo por supuesto representa una excesiva naturalidad. En cambio, podemos marcar la diferencia si establecemos un flujo de gratitud entre entre nosotros mismos y los demás. Ya al despertar por la mañana, podemos decirle al Señor: «Este es el día que tú has hecho. Me contentaré y regocijaré en él.»
Muchos de nosotros vivimos en circunstancias que parecen carentes de detalles por los que estar agradecidos. Algunas mañanas me levanto sin una pizca de gratitud, debido a mi pérdida de oído. Es entonces cuando debo decidir si pasaré el día como una persona agradecida o como una persona insatisfecha. La elección y el desafío son míos.
2. Aceptar resueltamente a las personas tal y como son. Este tipo de aceptación implica más que un simple saludo o una sonrisa; si nos proponemos marcar la diferencia, hemos de mostrar nuestra aceptación de manera activa.
¿Podemos afirmar que aceptamos el pelo largo en los hombres y la falda corta en las mujeres mientras la expresión de nuestros ojos transmite desaprobación? Fácilmente, el receptor de nuestras miradas puede confundir la desaprobación con el rechazo. Y la tragedia es que hay incluso quienes siempre están dispuestos a desaprobar los hábitos y estilos de vida de los demás.
3. Estimular a las personas. Haciendo esto podemos cambiar por completo sus horizontes. Cuando yo empecé a impartir clases en un instituto me di cuenta penosamente de mis propias limitaciones. Pero al final del semestre un estudiante me dijo: «Su clase ha abierto las ventanas de mi mente.» Esta frase llegó como un rayo de luz en aquellos días de oscuridad.
4. Atribuir motivos honestos a los demás. No podemos leer los motivos ocultos, pero podemos dar a los demás el beneficio de la duda. Cristo hizo esto por María cuando ella lavó los pies del Maestro con sus cabellos.
Si pienso que una joven pareja me ha enviado una invitación a su boda simplemente por que desean un regalo, actuaré menos positivamente que si asumo que me están haciendo partícipes de su felicidad. Prefiero creer que el dependiente cometió un error involuntario al darme de menos en las vueltas, y que no trataba de engañarme. He decidido no consagrarme a la tarea de imputar culpas a los demás.
5. Prestar atención personalizada a los demás. «Sin atención personalizada, un niño experimenta ansiedad creciente, pues siente que cualquier otra cosa es más importante que él.»1 ¿Quién de nosotros no ha sentido este tipo de ansiedad incluso siendo adultos? Solamente quien está dispuesto a prestar atención personalizada puede marcar la diferencia.
El contacto ocular es un elemento importante de la atención personalizada. He tenido ocasión de conocer los resultados de una investigación realizada por el departamento de pediatría de un hospital, según la cual ciertos niños allí ingresados recibían muchas más visitas que otros por parte del personal del hospital. ¿Por qué? El factor aparentemente decisivo era que los niños más populares miraban a las enfermeras a los ojos. Y ellas no se habían percatado del efecto favorable que podían conseguir manteniendo el contacto ocular con los niños que miraban hacia abajo o hacia otro sitio.
6. Ser creativo. En las navidades de hace unos años, en la ciudad de San Francisco una mujer acercó su coche a una cabina de peaje, y dijo: «Pago mi parte y la de los seis coches que hay detrás del mío.» Con una sonrisa, entregó siete tiques. ¡Imagínate cómo te hubieras sentido tú si hubieras sido uno de los seis conductores siguientes! 2
¿Conoces el refrán que dice “Haz el bien y no mires a quién”? Mi amiga Norma actúa así en la vida. Nunca olvidaré el gozo que me produjo que me dejara la llave de su casa después de la muerte de mi marido. La llave tenía una sincera invitación adjunta: «Déjate caer por aquí cuando te plazca. Siempre habrá una cama para ti.»
7. Estar dispuesto a asumir riesgos. Cristo era alguien realmente audaz. Se autoinvitó a comer en casa de Zaqueo, sin pararse a pensar si la esposa del hombrecillo estaría dispuesta a recibir a un huésped imprevisto.
Expulsó a los mercaderes del Templo. Cuando abandonó el cielo no estaba plenamente seguro de que retornaría. Pero debido a que lo arriesgó todo, nadie ha causado un impacto mayor en nuestras vidas.
La manera de marcar la diferencia en el mundo es siendo amable con los demás. Joseph Charles, un anciano viudo afroamericano, se dio cuenta de ello cuando un vecino suyo le dijo: «¿Sabe? Cuando usted me sonríe y me saluda con la mano al pasar por delante de su casa, me hace sentirme tan bien que me encanta pasar por ahí.» 3
Durante muchos años Charles se situaba delante de su casa a la hora de salida hacia el trabajo, y saludaba a todos los ocupantes de los coches que pasaban por allí: «¡Buen día! ¡Feliz jornada! ¡Que tengan un hermoso día!»
Trevor Ferrell, un niño de once años, también comprendió que esa era la manera de marcar la diferencia. Ocurrió una tarde mientras veía un reportaje sobre gente de la calle en Filadelfia. Convenció a sus padres para que le llevaran aquella misma noche a los barrios bajos del centro de la ciudad, portando una manta y una almohada para ofrecérsela a alguien. «Mientras conducían, el niño apretaba la manta y la almohada contra la calefacción del coche para calentarlas.» 4
Trevor regresó una y otra vez. Él seguía los dictados de su corazón, no un plan lógico. Pegó carteles y pidió donativos. La campaña de Trevor tuvo como resultado que su padre dejara su trabajo y abriera una casa para personas sin hogar en Filadelfia. 5
No siempre conocerás el bien que se deriva de tus actos indiscriminados de amabilidad, pero eso no debería frenarte. La viuda que ofrendó el óbolo ignoraba que la historia de su altruismo surcaría los siglos como un modelo de generosidad.
Tengo en mi cocina una hermosa vasija que lleva inscrito el siguiente mensaje de Linda Lee Elrod: «Que este sea el día en el que des lo mejor de ti mismo, creyendo que puedes aportar al mundo algo diferente… ¡porque es verdad!».
Referencias
1. Rose Campbell, How to Really Love Your Child, Wheaton (Illinois, EE. UU.): Victor Books, 1977, pág. 60.
2. Editorial, Glamour, diciembre de 1991.
3. Gerald Jampolsky, One Person Can Make a Difference, Nueva York: Bantam Books, 1990, pág. 185.
4. Ibíd., pág. 202.
5. Janet y Frank Ferrell, Trevor’s Place, San Francisco: Harper and Row, 1985.