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¿Cuándo ha sido la última vez que has perdido algo importante? Siempre pensamos en las llaves o en el móvil, pero hay muchos más elementos que podemos perder en nuestra vida cotidiana: la dignidad, los nervios, la salud, los papeles, las oportunidades, las amistades, el contacto con Dios…

Permíteme que vaya un poco más allá. No encontrar algo nos preocupa, pero no encontrarnos a nosotros mismos es mucho más complejo. No encontrarse bien es malo, pero no encontrarse a uno mismo es peor. Es una cuestión muy relacionada con la identidad, el saber quiénes somos, el por qué y el para qué.

Lo cierto es que el contexto de pecado y el ritmo de vida hacen muy fácil el desorientarnos, deslocalizarnos, indefinirnos. Vivimos en una especie de trashumancia general, de aquí para allá sin parar. El culto a la celeridad impide el culto a la relación con Dios. La velocidad entorpece la compasión y las relaciones interpersonales. La cantidad pretende suplir a la calidad. En consecuencia, tratamos de escondernos y aislarnos, en la búsqueda de puntos de referencia.

En la Palabra de Dios también encontramos personas desubicadas, tanto o más que un reno en Valencia: Adán y Eva se escondieron entre los árboles del bosque (Gn. 3:8); Dios encuentra a Gedeón sacudiendo el trigo en el lagar (Jue. 6:11); Elías, escondido en una cueva (1 Re. 19:9); Jonás, en el interior de una nave (Jon. 1:5); Pedro, calentándose con los guardias (Mr. 14:54)…

¿Es tu caso? ¿Te encuentras bien? ¿Te has encontrado en alguna situación similar, en relación a tu Dios?

Entonces te propongo que hagas tuyas estas palabras de Pablo, de camino a Roma, a punto de naufragar. Palabras convincentes y llenas de identidad definida:

Habría sido por cierto conveniente haberme oído… Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, … pues esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, y me ha dicho: “Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; además, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo”. Por tanto, tened buen ánimo, porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho” (Hch. 27:21-25).

¿De quién eres? ¿A quién sirves? No dejes de buscar y preguntar hasta tener bien claro tu sentido y tu destino (Sal. 73:23-26). Cuando te encuentras con Dios te encuentras a ti mismo. Él ha salido a tu encuentro: “porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). En lugar de esconderte de Dios, escóndete en Dios, es la mejor decisión que puedas tomar en tu vida.

Revista Adventista de España
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