«No apaguéis al Espíritu» (Efesios 5:19).
Una de las exhortaciones más completas, cortas y llenas de responsabilidad es la de no poner fin a la actividad del Espíritu Santo en nuestras vidas.
Nosotros por nuestras actuaciones podemos alejar al Espíritu. Y ¡qué oscuridad hay en una comunidad donde no existe más la luz divina!, no porque no se predique el evangelio, sino porque en nuestros templos como individuos la luz se haya apagado. Si el predicador está sin el Espíritu se notará, porque no habrá en primer lugar en la iglesia un deseo de abandonar los placeres pecaminosos que dañan el alma.
Hace unos días he recibido el siguiente mensaje de parte de una persona joven. Es un mensaje tan sincero, y resume tan bien lo que quiero enfocar en este punto, que no me resisto a compartirlo contigo. Ella me escribía lo siguiente: “Hace una semana empecé a “despertar” dándome cuenta que no tengo una relación con Dios, y que soy exactamente como una de las vírgenes que no han velado y se han quedado sin aceite. No significa que no creo; creo y aplico las enseñanzas, el problema es que no tengo una relación con Dios y me he quedado solo con la teoría.”
He descubierto que hay varias maneras en la que se puede apagar el Espíritu Santo. Comparto contigo esta reflexión para que nos guardemos la llama encendida en nuestros corazones.
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Cuando el Espíritu se entristece la llama divina está a punto de apagarse
«Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención» (Efesios 4:29-30).
Las palabras corrompidas están aislándonos de la influencia sagrada del Espíritu. A través de lo que hablamos echamos de nosotros al Espíritu. ¡Esto significa apagarlo!
Dios quiere brillar siempre en nosotros. Dios quiere morar en nosotros. Por eso, antes de hablar, detente. Medita. No hables sin reflexionar.
Vigila que todo lo que salga de tu boca sea para la edificación. Si no impartes gracia redentora a través de tus palabras, mejor no digas nada. No es para quedar bien con todos, es para que el Espíritu se quede en tu vida.
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La desobediencia aleja más al Espíritu de nosotros
«Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu; por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos» (Isaías 63:10).
Dios te hablará a ti de una forma diferente. No tengas miedo en seguir lo que él te indique. Quizás el mandamiento no lo haya escuchado nadie. Solo tú. Estás tan solo… Sigue las indicaciones del Espíritu que te habla, además de su Palabra, en tu conciencia, mostrándote el camino.
En las cosas más insignificantes, Dios te habla. ¡Escúchalo!
No limites la obediencia solo a actividades buenas o malas. No pongas al Espíritu en el mundo del blanco o del negro, del conservador o del liberal. Hay sinfín de colores y variaciones por donde el Espíritu de Dios te quiere guiar.
Una vida plena está delante de nosotros siendo obedientes a su voz. Él prometió que en el nuevo pacto “pondrá sus leyes en nuestras mentes” (Hebreos 8:10-12).
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La enemistad del Espíritu
«Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden» (Romanos 8:5-7).
¡Bendita sea la enemistad de Dios con nosotros! Somos siervos del Dios creador. Él luchará por nosotros para que aunque no seamos capaces de seguirle podamos ver que él no nos abandona. Y eso lo hace de esta forma para que puedas sentir su amor. Él no te dejará aunque tú no seas capaz de seguir en pie.
Cuando notas que hay una enemistad entre lo que tú piensas hacer y lo que sería correcto, significa que el Espíritu lucha contigo. Entrega tus riendas a su dirección. No te opongas más. Tendremos que sentir esta pelea para poder nacer de nuevo cada día.
Hacer que el “yo” muera es una tarea que nos hace temblar. Nuestro viejo hombre quiere vivir más. Por nuestra voluntad estaríamos hoy tan lejos de Dios… Pero Cristo, en su divino amor, envió a su Consolador, a su representante, para que con gemidos indecibles nos convenza de la mejor opción: escoger la vida eterna; optar por tener fe en Cristo.
Para terminar…
Estamos cerca de entrar en una nueva estación. Parece que las flores sonríen con la llegada del calor. Te invito a que puedas reavivar tu fuego interno. Delante tenemos muchas guerras espirituales. Hay almas que salvar para el reino de Cristo. Es necesario que el Espíritu no lo apaguemos por nuestras palabras, nuestra desobediencia o por nuestra propia enemistad hacia el Espíritu de Dios.
Hermanos, si notamos todavía un conflicto espiritual en nosotros esto es positivo. No nos opongamos a la voz suave, que nos pregunta, como a Elías antaño, ¿qué haces tú allí?
Autor: Richard Ruszuly, secretario ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.
Imagen: Photo by Ruben Hutabarat on Unsplash