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Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. (Mateo 1:21)

En breve, el mundo celebrará la Navidad, supuestamente el aniversario del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Gran parte del mundo recuerda, de alguna manera, a Jesús, pero la realidad es que muy poca gente conoce verdaderamente de Cristo y de su sacrificio en la cruz.

Señor, Señor…

¿Podría decirse algo parecido de la comunidad cristiana? Veamos lo que nos dice la Biblia: Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:22-23). Los descritos en esta cita son sin duda cristianos nominales –a Jesús le llaman “Señor” y aseguran haber profetizado en su nombre–, pero Jesús les dice claramente que “nunca” los conoció. Y lo más alarmante es que los encontrados en esa situación serán “muchos”.

Ese pasaje es, sin duda, uno de los más trágicos de la Biblia. Se trata de uno de los mayores desengaños que uno pueda imaginar. Tras una vida aparentemente consagrada al Señor, esos “muchos” se encuentran con que, en realidad, habían estado siguiendo a un falso Jesús. El verdadero “nunca” los conoció.

Pero no es de extrañar, porque se levantarán falsos Cristos (Mateo 24:24). El enemigo conoce que la alteración de la verdad nos aparta de la salvación (1 Pedro:2:2). Satanás “es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44). Niega ante el mundo la existencia de Dios, y su propia existencia. Pero ante los cristianos utiliza mentiras más sutiles. Él sabe que un poco de levadura leuda toda la masa (Gálatas 5:9).

Regalo universal

Distintas corrientes dentro del cristianismo –calvinismo, arminianismo y otras– han negado la realidad de que Cristo es el Salvador del mundo (1 Juan 4:14), limitando tan preciado don a sólo unos pocos. Dios ha dado en Cristo salvación a todos, aunque tristemente muchos la desprecien y no la quieran. Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí, no imputándole sus pecados (2 Corintios 5:19).

No nos fueron imputados nuestros pecados porque Cristo se los imputó a sí mismo, para que nosotros no muriéramos. La paga del pecado es muerte (Romanos 6:23), pero es muerte segunda (Apocalipsis 21:8) e inmediata (Génesis 2:17). Ningún ser humano hasta la fecha ha sufrido tal muerte segunda, y ha sido así porque Cristo la sufrió en nuestro lugar, para que nosotros –creyentes y no creyentes, justos e injustos, y hasta el que podamos considerar el más vil de los hombres– tuviéramos vida (Colosenses 2:13).

Pero el mundo desconoce tamañas buenas nuevas. Hasta nosotros, los cristianos, hemos hecho muchas veces creer al mundo que todas las dádivas de Dios son sólo para los que lo siguen. Pero no es así. Él tiene algo que es para todo el mundo, algo que ya les ha dado: esta misma vida, y no sólo por creación sino también por redención. ¡Sépalo el mundo!

Pero ahí no se acaba todo. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida (Romanos 5:10). Dios tiene más para los que creen las buenas nuevas de la vida que Él nos ha dado en Su Hijo. Y no tenemos razones para dudar: dio a Su Hijo por nuestra vida cuando éramos rebeldes y enemigos. ¿Nos negará el resto cuando le hemos aceptado? (Romanos 8:32).

Fe en el Amado

Pablo dirige su carta a los Efesios a los santos y fieles en Cristo Jesús”(Efesios 1:1). Los “fieles” –“pistois” en griego– en Cristo Jesús son los que tienen fe –“pisteos”– en Jesús –las palabras “fe” y “fiel” tienen un mismo origen etimológico como puede verse en griego–. Pues bien, a nosotros, que como los efesios tenemos fe en Jesús, nos dice que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (Efesios 1:3). ¡Es en tiempo pasado! Se trata de toda bendición espiritual. ¡Toda! Y nos la dio en Cristo. Habiéndosela dado a Cristo, y dado que Éste se identificó con nosotros en la encarnación, nos la ha dado a todos los que lo creemos.

Desarrollemos un poco más de qué se tratan tales bendiciones espirituales que ya nos han sido dadas. Dios nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él (Efesios 1:4). Numerosas veces somos tentados a pensar que ser “santos y sin mancha” es una exigencia que Dios nos hace si queremos tener acceso a la vida eterna. Es cierto que sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14), pero no es menos cierto que esa santidad nos viene de Cristo por la fe (Hechos 26:18).

Pero hay más: “nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:6). Aceptando Dios el sacrificio de Cristo, nos acepta a nosotros. Y esto se haría extensivo a todo el mundo si así lo creyese. ¡Somos aceptos porque lo fue Cristo! Nada –absolutamente nada– nuestro es meritorio ni contribuye a la salvación.

El  perdón

En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia (Efesios 1:7). De nuevo es en Cristo en quien tenemos otra bendición: el perdón –“aphesin” en griego– de los pecados. Pero ese perdón no es algo meramente legal. Cristo literalmente nos quita el pecado (Juan 1:29), lo aparta de nosotros. Veamos otros versículos del Nuevo Testamento donde se usa un verbo con la misma raíz griega: Entonces, despedida –‘apheis’– la gente, entró Jesús en la casa (Mateo 13:36); Y que el marido no abandone –‘aphienai’– a su mujer (1 Corintios 7:11). En Cristo, ese pecado es abandonado o despedido de nosotros. Se produce un cambio en nuestro corazón: Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús (de Yeshúa: Salvador, en arameo (también Josué viene de ahí)), porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21).

Conclusión

Vemos que todas estas fantásticas promesas son nuestras en Cristo Jesús (2 Corintios 1:20). Y es así porque, recibiéndolas Jesús, Él las hace extensivas a toda la raza humana –aunque no todos las reciben–, en la que Él participa y con la que se identifica: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (Hebreos 2:14).

Satanás intenta afanosamente adulterar estas verdades tratando de hacernos creer que Jesús no vino en nuestra carne: Y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo (1 Juan 4:3).

Participar de la misma carne y sangre es participar de nuestra debilidad, puesto que la carne es débil (Mateo 26:41): Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Hebreos 4:15).

Alabado sea el Señor, quien, por nosotros, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres (Filipenses 2:6-7). Este es Emanuel, Dios con nosotros. ¡A Él sea toda la honra y toda la alabanza!

Autor: Fernando Arenales Aliste, miemnbro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Cardedeu.
Imagen:Photo by Phil Hearing on Unsplash

2 Comments

  • El calvinismo y el arminianismo no son equivalentes. Al contrario, se enfrentaron hasta la muerte en Países Bajos. El arminianismo promueve, según se advierte en su documento Remonstrancia, una apertura hacia la salvación de todos aquellos que aceptan el Espíritu Santo que lo diferencia del calvinismo. No encuentro motivos para mencionar a ambas teologías cristianas como equivalentes.

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