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Este capítulo nos lleva de Europa a América. En el viejo continente, la reforma se había estancado. Los reformadores ingleses, a pesar de haber renunciado al romanismo, conservaron muchas de sus formas. Muchas de las costumbres y ceremonias católicas formaban parte del ritual de la iglesia anglicana lo cual hacía que se viera menos la diferencia que separaba a Roma de las iglesias reformadas. La iglesia anglicana era la iglesia oficial del estado y era sostenida por el poder civil por lo que la asistencia a los cultos era requerida por la ley, y no podían celebrarse sin licencia asambleas religiosas de otra naturaleza, so pena de prisión, destierro o muerte.
Muchos deseaban volver a la pureza del Evangelio, pero la presión de la iglesia oficial hizo que los puritanos fueran acechados, perseguidos, apresados… Tras huir de Inglaterra e instalarse en Holanda, vieron la mano de Dios señalándoles hacia más allá del mar una tierra en donde podrían fundar un estado basado en la añorada y deseada libertad religiosa.
La persecución lleva a los puritanos a América
La persecución y el destierro daban paso a la libertad. Los peregrinos salieron de Holanda en busca de un hogar en el Nuevo Mundo. Desde el puerto, John Robinson, un pastor que no se uniría al viaje, expresó con tristeza lo que había pasado con el espíritu de la reforma en Europa: “No se puede hacer ir a los luteranos más allá de lo que Lutero vio; […] y a los calvinistas ya los veis manteniéndose con tenacidad en el punto en que los dejó el gran siervo de Dios que no lo logró ver todo. Es esta una desgracia por demás digna de lamentar…”
Leemos su precioso consejo: “Tened cuidado, os ruego, de ver qué es lo que aceptáis como verdad. Examinadlo, consideradlo, y comparadlo con otros pasajes de las Escrituras de verdad antes de aceptarlo; porque no es posible que el mundo cristiano, salido hace poco de tan densas tinieblas anticristianas, pueda llegar en seguida a un conocimiento perfecto en todas las cosas”
Estos peregrinos inmigraron con el deseo de tener una libertad religiosa que no habían podido disfrutar en Europa. Lamentablemente, de Europa se trajeron la creencia que la iglesia tiene el derecho de regir la conciencia y de definir y castigar la herejía. Aunque habían huido del papado, se trajeron este error papal al nuevo mundo. Tristemente, los reformadores no estaban ellos mismos libres por completo del espíritu de intolerancia en la que habían vivido las grandes persecuciones en Europa.
Roger Williams y la libertad religiosa
Roger Williams Williams “fue la primera persona del cristianismo moderno que estableció el gobierno civil de acuerdo con la doctrina de la libertad de conciencia, y la igualdad de opiniones ante la ley”. Declaró que la libertad es derecho inalienable de todos, cualquiera que fuere su credo y pudo impulsar este principio, a saber, “que cada hombre debía tener libertad para adorar a Dios según el dictado de su propia conciencia”. Los principios de libertad civil y religiosa llegaron a ser la piedra angular de la república americana de los Estados Unidos.
La conocida Declaración de Independencia afirma: “Sostenemos como evidentes estas verdades, a saber, que todos los hombres han sido creados iguales, que han sido investidos por su Creador con ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Y la Constitución garantiza en los términos más explícitos, la inviolabilidad de la conciencia: “No se exigirá examen alguno religioso como calificación para obtener un puesto público de confianza en los Estados Unidos… El Congreso no dictará leyes para establecer una religión ni para estorbar el libre ejercicio de ella”.
La Biblia como base
En el nuevo continente, la Biblia era considerada como la base de la fe, fuente de la sabiduría y la carta magna de la libertad. Sus principios se enseñaban cuidadosamente en los hogares, en las escuelas y en las iglesias y los efectos de tal enseñanza se notaron de forma evidente. Era posible vivir por años “sin ver un borracho, ni oír una blasfemia ni encontrar un mendigo”. Sin embargo, con el paso del tiempo, seguían llegando miles de peregrinos desde Europa, pero no todos buscaban vivir los beneficios de una nueva vida, sino que llegaban guiados tan solo por la esperanza de ventajas terrenales.
Los intereses políticos comenzaron a dominar la vida de la iglesia y el gran principio de separación entre la iglesia y el estado empezó a perderse de vista. Elena White afirma: “El consorcio de la iglesia con el estado, por muy poco estrecho que sea, puede en apariencia acercar el mundo a la iglesia, mientras que en realidad es la iglesia la que se acerca al mundo”.
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.