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La movilidad migratoria plantea el desafío de la identidad, no solo para el inmigrante, quien se ve forzado a redefinirse durante su éxodo y posterior inserción en la sociedad o país de destino: «¿Qué y quién soy yo?»; también la iglesia debería desarrollar una definición adecuada y justa sobre la persona o sujeto que se encuentra en esta condición. ¿Quién es el inmigrante? La manera como se entienda al que emigra creará atribuciones identitarias, que bien pueden redimir la figura del refugiado o condenarlo.

Si bien es cierto que la sociedad desarrolla sus propios conceptos sobre el inmigrante, desde perspectivas éticas, filosóficas, políticas o jurídicas; los cristianos también pueden aportar a la discusión, la visión antropológica que brinda el texto Sagrado sobre el inmigrante y su relación con Dios. Dado que el Evangelio entiende al humano desde un doble relacionamiento: la interacción entre Dios y los humanos, del Creador y las criaturas; y las relaciones interpersonales (Mt 22:37-40 cf. Dt 6:5; Lv 19:18).

De hecho, el sentido de pertenencia y empatía son tocados directamente por Jesús, quien no solo resaltó la identidad humana como creación de su Padre (cf. Mt 19:4-5), sino que redimió la dignidad ontológica de las criaturas (Mt 25:34; Mc 16:15). Su amor no se restringió a lo étnico o cultural, dado que el Verbo es donado por el Padre al mundo (Jn 3:16) y es en Su existencia que la creación tiene lugar, como principio de relacionamiento. Así, el ministerio de Cristo apunta exclusivamente a la liberación del humano oprimido por el pecado y por las secuelas de esta condición caída (Lc 4:18-19).

Al inmigrante se le suele construir desde su situación socio-económica, es decir, se le da un valor a su persona en base a los recursos monetarios o lo valioso que tenga para ofrecer. Como bien expone la filósofa Adela Cortina: «No se rechaza al extranjero, sino al pobre»[1] en la exposición de la palabra acuñada por ella, «aporofobia».[2] ¿Es posible que la naturaleza humana del inmigrante pueda ser definida por su estatus social? Desde la teología considero que si bien lo social puede influir en el trato hacia el inmigrante, esta no puede determinar su condición humana (Pro 22:2), ya que esta posición es inherente en el ser humano de forma natural y continua (Sal 8:4-9; Job 34:19).

La palabra inmigrante, con las connotaciones negativas que pueda dársele: indocumentado, ilegal, extraño, invasor, etc., son limitadas y abstractas. Es desde la creación por parte de Dios, que la identidad humana –y en este sentido la del forastero– puede ser definida y construida correctamente. Así como lo afirma el salmista: «Él nos creó, y somos suyos. Somos su pueblo, ovejas de su prado» (Sal 100:3).

El origen del inmigrante

El relato de la creación contenido en Génesis 1 y 2, es el fundamento antropológico que nos permite construir la identidad del inmigrante, tanto varón y mujer. La creación inicia desde la movilidad por parte de Dios, de lo estático a lo dinámico: «y el Espíritu de Dios se movía» (Gn 1:2). Es en el movimiento que Dios comienza a construir desde su poder la vida en la tierra. Y cada elemento creado, no solo es observado por Dios, sino que es reflexionado, al punto que lo dignifica: «Y vio Dios que era bueno» (Gn 1:10).

En este sentido de reflexión y dignificación, Dios piensa en el humano: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza» (Gn 1:26a). Aquí hay dos dimensiones para resaltar: (a) Dios es una entidad que habla en plural, la Deidad se relaciona perpetuamente en unidad. (b) Se concibe al humano como una emanación de Dios en tanto que que participa de Su «imagen» y «semejanza». Aunque los humanos son criaturas y Dios es el Creador, aquí hay una relación muy estrecha dado que Dios dota a la humanidad con la capacidad de compartir, razonar, amar y relacionarse.

Es amplio el debate teológico sobre la significancia de «imagen» y «semejanza».[3] Más allá de definir estos términos, mi propósito es resaltar que el humano es construido por Dios con características únicas que le permiten un relacionamiento con Dios y con su entorno. Además se les delega la autoridad de gobernar la tierra: «Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo». (Gn 1:26b).

Dentro del pensamiento divino, el humano es creado con entidad propia y funcionalidad: «Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó» (Gn 1:27). Dios no separó la esencia de las acciones. Al crear la humanidad, se hace con igualdad ontológica; es decir, todos los humanos son iguales y sus operaciones no se diferencian, porque comparten la misma esencia (Gn 1:28-29). Ni el género, la raza, la nacionalidad, la posición socio-económica u otra categorización, pueden definir la ontología del ser humano.

En otras palabras, la ontología no solo es la esencia de la materia del ser, también trata las operaciones que ejecuta ese ser (Jn 1:1-3;  Col 1:15-17; Heb 1:2-3). No se puede divorciar las operaciones del ser, la esencia de lo humano es lo que le permite ejecutar sus acciones humanas (Gn 2:15; 1 Cr 29:14). Esas acciones humanas lo diferencian de otras operaciones que ejecutan otros seres vivos, como los animales (Gn 1:20-25).

La corporalidad del inmigrante   

La humanidad fue dotada por Dios de corporalidad, cualidades que permiten la vida y su constante desarrollo. En Génesis 2:7 se muestra dichos componentes: cuerpo + aliento de vida = ser viviente. De modo que la corporalidad es una unidad indisoluble o monismo, determinada por componentes biológicos, genéticos, psicológicos y espirituales.

El verbo hebreo יָצַר (yâtsar)[4] que se traduce «formar», está representado por el acto del alfarero que modela la arcilla, a fin de producir una vasija; aquí, Dios es quien construye al humano desde su genética hasta su cerebro. En este sentido, la corporalidad humana encuentra en el mundo los elementos indispensables para sustentarse con vida, entre ellos el agua, el aire, los alimentos, etc.

También, es dotado por Dios con el «aliento de vida», es decir, la energía vital que permite no solo al humano, sino a toda criatura viviente existir (Gn 1:30; 7:22). Los humanos, son seres vivientes que ejercen con autonomía sus características humanas (Ecl 3:19), enriqueciendo las capacidades y el pensamiento para una relación adecuada con Dios y su entorno. La vida, entendida por los escritores bíblicos, es un don otorgado por Dios, asociada con la dignidad humana. Las acciones que pongan en peligro la vida, es un ataque directo al Dador de la vida (Gn 9:5-6; Ex 20:13).

Al reflexionar sobre la inmigración, debe entenderse que las necesidades básicas para el sustento de la corporalidad son naturales, es decir, no se puede considerar antinatural que el inmigrante tenga sed o hambre. Tampoco se puede criminalizar esas necesidades que llevan a los inmigrantes a buscar refugio en otros países, porque sería una negación tácita de la creación de Dios. Los inmigrantes fueron dotados por Dios de corporalidad, y recibieron también el don preciado de la vida.

La sustentabilidad del inmigrante

Dentro de la narrativa de la creación aparece la sustentabilidad del humano. Si bien Dios le otorga la vida al humano, lo impulsa para que este desarrolle sus capacidades mediante el trabajo y la responsabilidad. En Génesis 2:5, se muestra a la humanidad como figura importante en la preservación del Edén: «Dios el Señor tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara» (Gn 2:15).

Los humanos tienen la capacidad de auto-sustentarse, proveer mediante el trabajo los recursos adecuados para satisfacer las necesidades básicas. Dios no limitó al humano, sino que le dio toda la tierra para que dispusiera de esta mediante el trabajo. Aun después de la caída esta facultad no es perdida: «…con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida» (Gn 3:17). El trabajo dignifica y eleva al humano a dar lo mejor de sí, en la construcción de su vida y la de su entorno (Prov. 12:14; Ecl 3: 12-13; 5:9).

Sin embargo, Dios no solo proveyó a la humanidad de la capacidad para trabajar, también reconoció la importancia del descanso. En Génesis 2:3, Dios bendice y santifica el sábado como día de reposo. Dios también trabajo al construir y crear al mundo en 6 días, pero decidió cesar de sus labores, otorgando este don a los humanos. Si, Dios otorgo trabajo a los humanos, lo hizo con límites y no como un medio de explotación.

Con esto es importante reforzar la idea de que los inmigrantes tienen capacidades para trabajar, y pueden con esto hacer grandes aportes a la sociedad de destino. Por supuesto, trabajos que reconozcan sus aportes y no los usen con el fin de explotarlos y degradarlos por su condición migratoria. Más que una limosna, muchas veces los inmigrantes necesitan fuentes de empleo, acceso a la educación y servicios públicos a fin de poder insertarse adecuadamente.

Sexualidad y género del inmigrante

Tanto Génesis 1:26, 27 y 2:7, 8, 15, 18, 22, 25, contienen elementos sustanciales, que permiten abordar el género y la sexualidad de la raza humana. El binomio varón/hembra contiene principios de relacionamiento recíproco, el humano tiene la capacidad no solo de relacionarse con su entorno, sino de crear las condiciones para tal fin.

Sin embargo, la humanidad expresada en varón o hembra, poseen una o varias características que los hacen comunes.[5] No se trata de una diferenciación ontológica en base al sexo, sino que se potencia la idea de complementación que permite llevar a cabo la gobernabilidad del mundo. La bendición de Dios sobre la humanidad, radica en la armonía e igualdad entre los seres humanos. Más allá del género, la identidad principal del varón y la mujer es que son humanos (Gn 5:2) y emanan de Dios, como imagen y semejanza.

Con esto, viene incluido la sexualidad íntegra de los humanos. Al decir Dios: «no es bueno que el varón esté solo» (Gn 2:18), su plan es perfecto: literalmente «le haré una igual a él» o «una contraparte». Las relaciones humanas, incluyendo la sexual, son parte de la construcción del humano. Cuando el varón vio a la mujer, exclamó en poesía que reconoce la dignidad y valor de su contraparte: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne… Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2:23-24). Es mediante la unión matrimonial que el varón y la mujer expresan perfectamente el ideal divino: «una sola carne» (cf. Dt 6:4).

La inmigración se ve confrontada e inclusive atraviesa en muchos casos situaciones dolorosas, sobre todo los más vulnerables: mujeres y niños. A la condición de inmigrante, se añaden discriminaciones por el género, maltratos y violaciones. Los secuestros de niños o mujeres para introducirlos al mercado de la trata de personas (explotación sexual), deben hacer pensar a los cristianos la importancia de vindicar el plan original de Dios, en cuidar y dignificar el género y la sexualidad de las personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad.

Mientras que por otro lado, el inmigrante debe estar consciente de que su condición y sexualidad son invaluables, como don de Dios. La autodeterminación sobre su cuerpo y genitalidad, deben basarse en la dignidad natural, dado que son intransferibles. De manera que la relación debería sostenerse en el plan divino del matrimonio, guiado por el amor, la construcción digna y no por las circunstancias de su situación migratoria.

Conclusión

La creación en Génesis 1-2, contribuye a un entendimiento de la antropología bíblica, con el fin de entender cuál es la posición del inmigrante. A la pregunta inicial ¿quién es el inmigrante?, la única respuesta posible es: un humano creado por Dios a Su imagen y semejanza, con dignidad y atributos que no pueden ser cosificados en base a su condición migratoria. Las necesidades del inmigrante son humanas, y no pueden ser criminalizadas porque es un acto anti-natural. Cualquier ataque a la ontología, género o sexualidad del que emigra es un ataque directo al Creador. Aquel que cuando terminó su obra creadora y «miró todo lo que había hecho, consideró que era muy bueno» (Gn 1:31 NVI).

Autor: Daniel A. Mora. Teólogo y escritor.
Imagen: Rt.com 

NOTAS

[1]BBVA, «Podcast: Aporofobia: ‘No se rechaza al extranjero, sino al pobre’, Adela Cortina», BBVA, https://www.bbva.com/es/podcast-aporofobia-no-se-rechaza-al-extranjero-sino-al-pobre-adela-cortina/

[2]«Fobia a las personas pobres o desfavorecidas», en Diccionario de la Real Academia Española, https://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=aporofobia

[3]Aecio E. Cairus, «Hombre», en Tratado de teología adventista del séptimo día (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2002) 235-238.  

[4]Ver יָצַר, en The Brown-Driver-Briggs Hebrew and English Lexicon, CD-ROM BibleWorks, versión 8.0.013z.1 [Norfolk, VA: Bible Works, 2009]).

[5]Ver «Género», en DRAE.

Revista Adventista de España