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El texto bíblico dice que la “senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Prov.4:18). En este caminar por la historia iba a aparecer Lutero, el más distinguido reformador de la cristiandad.
Lutero
Como religioso, Lutero “se acostaba a veces con el corazón angustiado, pensando con temor en el sombrío porvenir, y viendo a Dios como un juez inexorable y un cruel tirano más bien que un bondadoso Padre celestial”. Servía a un Dios al que no conocía puesto que, a pesar de haber completado sus estudios teológicos, no tenía acceso a la Biblia. Cuando descubrió una Biblia latina en la biblioteca de la universidad, “un sincero deseo de librarse del pecado y de reconciliarse con Dios le indujo al fin a entrar en un claustro para consagrarse a la vida monástica”.
Lutero era un hombre sensible. Leer las Escrituras le hacía darse cuenta de su condición de pecado y buscaba por todos los medios obtener el perdón a partir de su sacrificio. “A pesar de todos sus esfuerzos, su alma agobiada no hallaba alivio, y al fin fue casi arrastrado a la desesperación”.
“Cuando Lutero creía que estaba todo perdido, Dios le deparó un amigo que le ayudó. El piadoso Staupitz le expuso la Palabra de Dios y le indujo a apartar la mirada de sí mismo, a dejar de contemplar un castigo venidero infinito por haber violado la ley de Dios, y a acudir a Jesús, el Salvador que le perdonaba sus pecados”. Contemplar a Jesús otorgó gran alivio al angustiado sacerdote que comenzó a enseñar en la universidad de Wittenberg.
Príncipe de la Reforma
Fue en un viaje a Roma donde comenzó a ver la corrupción del clero y los vicios e iniquidad con la que éstos se comportaban. Su corazón desfallecía de espanto. Había en la ciudad unas escalinatas que, según la tradición, eran las que había subido Jesús ante Pilato. Como penitencia y tradición, Lutero las estaba subiendo de rodillas cuando vino a su mente el texto de Pablo: “el justo vivirá por la fe” (Rom.1:17). Elena White escribe: “Desde entonces vio con más claridad el engaño que significa para el hombre confiar en sus obras para su salvación y cuán necesario es tener fe constante en los méritos de Cristo”. Su corazón se alejó de Roma para siempre y se convirtió a partir de aquel momento en el príncipe de la Reforma estableciendo los principios vitales que le darían fundamento.
Comenzó una lucha que haría temblar el poder del papa en los países europeos. El tráfico de indulgencias y las compras del perdón enfurecían al reformador que veía como se vendían las bulas papales, no solo a favor de los vivos, sino también de los muertos: “en el instante en que las monedas resonaran al caer en el fondo del cofre,[decía el recaudador], el alma por la cual se hacía el pago escaparía del purgatorio y se dirigiría al cielo”.
La predicación de Lutero condenaba estas prácticas y los romanistas condenaban el mensaje de Lutero a favor de la gracia divina como único medio de perdón.
95 tesis contra las indulgencias
95 tesis contra las indulgencias fueron escritas por Lutero y colgadas en las puertas de la catedral de Wittenberg como invitación a un debate, pero nadie aceptó el desafío. A pesar de ello, estas tesis “fueron leídas y vueltas a leer y se repartían por todas partes… por toda Alemania y, en pocas semanas, por todos los dominios de la cristiandad”.
En lugar de debatir, los romanistas se ofendieron y atacaron terriblemente al humilde sacerdote alemán. Incluso aquellos teólogos que veían con simpatía las tesis luteranas se negaron a apoyarlas por el cambio que eso supondría en su economía ya que todo el negocio de Roma con las bulas e indulgencias enriquecía muchísimo al clero. “Mientras que los enemigos apelaban a las costumbres y a la tradición, o a los testimonios y a la autoridad del papa, Lutero los atacaba con la Biblia y sólo con la Biblia”. Al quedarse sin argumentos, los esclavos del formalismo y de la superstición pedían a gritos la muerte del “hereje”, pero Dios todavía tenía una tarea para él.
La fe viva iba ganando terreno al formalismo muerto por toda Alemania. Roma no tardó en convocar a Lutero al que ya había juzgado, culpado y condenado. El juicio no se realizaría en Roma sino en Augsburgo donde Lutero contaría con el apoyo de Melanchton. Lutero defendió con dignidad su postura bíblica refutando las tradiciones y enseñanzas de la iglesia. Los enemigos de la verdad ardían en rabia al ver la claridad con la que el molesto hereje presentaba sus argumentos. A pesar de todo, “Lutero seguía sosteniendo la iglesia romana y no había pensado en separarse de la comunión con ella”.
Lutero se separa de Roma papal
A Wittenberg cada vez llegaban más y más personas con el deseo de leer y contrastar las tesis bíblicas de Lutero. Su fama se extendió por países como Suiza, Holanda y también Francia y España. Roma decretó que fueran excomulgados todos aquellos que manifestaran apoyo al reformador y eso era algo terrible que supuso una prueba de fe terrible para él y para sus seguidores.
A pesar de las amenazas del papa, Lutero resolvió seguir firme confiando única y exclusivamente en Cristo. Declaró con valentía: “La desprecio [a la bula papal] y la atacó como impía y mentirosa… El mismo Cristo es quien está condenado en ella… Me regocijo de tener que sobrellevar algunos males por la más justa de las causas. Me siento ya más libre en mi corazón; pues sé finalmente que el papa es el Anticristo, y que su silla es la de Satanás”. Decidió separarse definitivamente de la iglesia romana a lo que el papa contestó declarándolo “maldito por el cielo”.
El conflicto era intenso y Elena White comenta al terminar este capítulo que “el gran conflicto entre la verdad y la mentira, entre Cristo y Satanás, irá aumentando en intensidad a medida que se acerque el fin de la historia de este mundo”.
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.