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Cristo advirtió que, a lo largo de los siglos, los creyentes sufrirían persecución e incluso martirio. Sus palabras se tornaron en trágica verdad en la experiencia de la joven iglesia cristiana de los primeros siglos: “Los poderes de la tierra y del infierno se coligaron contra Cristo en la persona de sus seguidores”. Los creyentes afrontaron todo tipo de padecimientos sellando, muchos de ellos, su testimonio con la muerte.
El paganismo que permeaba absolutamente todo en la Roma imperial protagonizó una persecución con mayor o menor furia a lo largo de los siglos. Los circos romanos fueron escenarios de crueles espectáculos. Allí las fieras y las hogueras acabaron con las vidas de miles de cristianos. Eran considerados como “enemigos del imperio y azotes de la sociedad”.
Las catacumbas en las ciudades y las cuevas en los montes se convirtieron en refugio y hogar de estos oprimidos, “hombres de los que el mundo no era digno” (Heb.11:38). Elena White declara esta preciosa verdad: “Cuando el Dador de la vida despierte a los que pelearon la buena batalla, muchos mártires por causa de Cristo se levantarán de entre las cavernas tenebrosas”.
Fidelidad ante la adversidad
La cruel persecución no evitó que los creyentes fueran fieles. Recordaban las palabras de Cristo: “Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de vida” (Apc.2:10). Lejos de disminuir en número, los cristianos aumentaban evidenciando que la estrategia satánica de la violencia no servía para nada. Citando a Tertuliano, Elena White afirma que “la sangre de los cristianos es semilla”. Esto hacía que cuando el imperio creía haber arrancado el cristianismo de alguno de sus territorios, “brotaban otros para llenar sus lugares”.
En vista de esto Satanás se propuso tener mayor éxito en su estrategia oponiéndose al gobierno de Dios al implantar su bandera en la iglesia cristiana. Conseguiría mediante el engaño lo que no había logrado por la fuerza. A los cristianos les presentó la comodidad de la prosperidad temporal. De ser perseguidos a tenerlo todo a su favor. A los paganos los invitó a creer en Jesús pero sin “convicción de pecado o necesidad de arrepentimiento”. Es decir, una religión formal y aparente sin poder para transformar el corazón.
Falso cristianismo
“Bajo el manto de un supuesto cristianismo, Satanás se fue introduciendo en la iglesia para corromper la fe de ella y apartarla de la Palabra de la verdad”. Ahora la iglesia estaba en verdadero y horrendo peligro. La persecución había revelado a los que eran puros de corazón. La prosperidad permitió que trigo y cizaña crecieran en el seno de una iglesia que cedía el mando al enemigo. En su estrategia, Satanás consiguió que esta aparente iglesia cristiana fuera más allá y comenzara a perseguir a los “infieles”. La iglesia pasó de ser perseguida y mártir a ser una iglesia perseguidora y apóstata.
Los creyentes fieles a la Palabra de Dios no cedieron a la presión: “Bueno sería para la iglesia y el mundo que los principios que esas almas vigorosas sostuvieron revivieran hoy en los corazones del profeso pueblo de Dios”.
Este segundo capítulo del Conflicto de los Siglos nos hace reflexionar sobre nuestra propia experiencia cristiana: ¿Será que no hay persecución precisamente porque no hay fidelidad? Elena White afirma: “La única razón es que la iglesia se ha conformado a las normas del mundo y, por lo tanto, no despierta oposición”. Se podrán decir muchas cosas de esta escritora, pero nunca se podrá decir que no fue lo suficientemente clara.
Las últimas palabras del capítulo son significativas: “Revivan la fe y el poder de la iglesia primitiva, y el espíritu de persecución revivirá y el fuego de la persecución volverá a encenderse”.
Autor: Óscar López. Presidente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en España.